30/11/10

El narcisismo terrorista

"La mujer era huesuda y de mediana edad. Vestía con sencillez, pero algo en el porte anunciaba que estaba contenta con la evolución de su ser y eso era lo que desgranaba ante un auditorio poco propicio para el sentimentalismo.

Refirió cómo su jefe militar, por el que sentía veneración, decidió que abandonaban la actividad 'militar' y que la dejaron porque él llegó a esta conclusión. Su jefe fue asesinado, poco tiempo después, como un santo laico.

Mientras contaba alguna cosa bastante edulcorada sobre su vida como terrorista, rehusó utilizar la palabra terrorismo o definirse a sí misma así.

Ella hablaba de cuando hacía la guerra y, después, de cómo se transformó en lo que entonces mostraba al público.

El grueso de su intervención suponía una justificación exculpatoria de sí misma y de su grupo y utilizó la mayor parte de su discurso en la defensa de las tres o cuatro palabras detrás de las cuales podía encontrar blindaje y parapeto para evitar asomarse al abismo de horror que había creado en aquel tiempo, en el que mataba o ayudaba a matar, porque desde luego no aclaró ningún aspecto realista de la actividad del ejercicio de la violencia.

La guerra se hacía, haciendo la guerra. La paz se hacía, haciendo la paz. Y ella era estupenda, cuando hacía la guerra y cuando se le había ocurrido a su líder dejarlo. (...)

No tuvo ni un segundo, ni una palabra para recordar a las víctimas de su violencia. Sencillamente no existían en aquel discurso. ¿Dónde estaban los seres humanos a los que habían causado daño?

Hegel definió el terrorismo como la cara subjetiva de la virtud. Aquella mujer era una prueba viviente de ello. Consideraba que sus sueños habían sido más importantes que la vida de las personas que resultaron muertas o dañadas. Tras haber cambiado de actividad, el narcisismo continuaba. Escamoteó a la audiencia el pozo del dolor que había causado y saltando sobre todo ello, su ego aparecía como el marco de referencia de lo que era correcto o incorrecto.

El siquiatra Willard Gayglin es citado por Aarón T. Beck en su magnífico libro 'Prisioneros del odio' cuando afirma que «pocos seres humanos viven en el mundo real» y que «la mayoría viven en el mundo de sus percepciones».

La mujer quería que los demás vivieran en el mundo de su percepciones y se incomodó cuando alguien citó la palabra tabú: las víctimas. La sonrisa se le heló. " (Fundación para la Libertad, citando a Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 29/11/2010
)

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