2/11/09

Descubrir el horror

"Pablo, el soldado arrepentido, fue amigo y hermano de todos ellos. Ya ha dejado de llover y en la puerta de su casa todo está lleno de barro. Va con su madre al lado, diminuta en comparación con él, grande como un armario, y dice que en la calle rige la ley del 20 contra 1. "Si estás dentro de una banda, siempre tienes que ir en grupo. Si no, estás muerto", explica.Pablo también fue un mandado dispuesto a matar. Tenía fe ciega en el clan. Los Trinitarios se sienten miembros de una especie de diáspora obligada por la miseria de su país. Siempre se saludan con la contraseña "Amor de patria", y su nombre lo adoptan del apelativo que se les dio a los fundadores de la República Dominicana.(...)

En su época de soldado, Pablo buscaba dinero hasta debajo de las piedras para pagar las cuotas. Robaba en establecimientos o atracaba a gente. En casa no sobraba el dinero. La madre estaba en paro y vivía toda la familia de la pensión del abuelo. En esa época acabó robándole al abuelo una cámara de fotos y un DVD nuevo. Los problemas en el hogar eran terribles. "No te escuchaba", dice la madre, "estaba como en una secta. Cambió de repente, era otro chico. Violento, mal hablado. Le tenía miedo". Pablo soñaba con subir en el escalafón de los trinitarios, ser un auténtico capo, pero para eso había que pelar mucho. Y ser frío y no tener muchos escrúpulos.

Poco a poco, Pablo se fue desencantando. No puede concretar la fecha exacta, pero recuerda que de repente empezó a no gustarle nada la violencia extrema que utilizaban. En una ocasión, mientras varios soldados pegaban con bates de béisbol a dos miembros de los DDP, Pablo se quedó paralizado. "Descubrí ahí el horror. No aguantaba tanta sangre y palos". Tenía ganas, relata, de arrancarse los ojos y estrujarlos. No entrar en aquella pelea le costó una paliza. Fue una humillación. Entonces dejó de ir a las reuniones del grupo. Una noche encontró este mensaje en su e-mail: "De Los Trinitarios cuando se entra no se sale. Al menos vivo". Los Trinitarios apelan a la ley del silencio y la fidelidad eterna al clan. Aquello le aterrorizó: "Sé cómo se las gastan". (El País, Domingo, 11/10/2009, p. 6)

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