2/11/09

Son niños soldado... cuando matan en ellos todo rastro de empatía



"Pero su trabajo con los niños soldado es el más delicado. "Es imposible devolverles la infancia porque han visto cosas atroces y han violado a mujeres en su edad más pura, pero intentamos al menos que vuelvan a ser civiles", dice el padre Mario. Situada al oeste de Ruanda, esta región congoleña arrastra la historia más sangrienta del país, ser uno de los escenarios del genocidio de los hutus contra los tutsis que en 1994 aterró al mundo. (...)

Hace una semana llegó la última mujer. "Tendría unos 14 años, pero ya lucía en su uniforme los galones de comandante", cuenta una cooperante. "Había ascendido tan rápido porque era la única esclava sexual en un batallón de unos cien hombres". Tristes honores de guerra. (...)

La entrevista se desarrolla en un porche junto a sus habitaciones, que están apartadas de las demás. Son muy violentos. "No sólo es que sean analfabetos, es que han sido educados para la violencia y recurren a ella constantemente. Son capaces de sacarse los ojos por cualquier tontería", afirma Gavin Braschi.

Estos adolescentes han matado, han cortado extremidades a machetazos y han violado a decenas de mujeres. Fueron muy crueles, pero fue una barbarie impuesta. Víctimas entre las víctimas, les obligaron a ser verdugos y su fragilidad se palpa en las pocas palabras que les logramos arrancar.

"Un día estaba en la puerta de mi casa y unos milicianos me dijeron que si les llevaba las armas hasta su campamento me darían una propina. Cuando llegué a la selva, no me dejaron volver", cuenta uno de ellos, de 14 años. Acaba de salir de la guerra después de tres años en la milicia. "Al principio me pusieron a cocinar, pero pronto me adiestraron para matar con un Kaláshnikov, me enseñaron a extorsionar para conseguir comida, y aprovecharon mi pequeño tamaño para hacerme especialista en emboscadas", recuerda.

El miedo y la empatía se eliminaron a base de drogas. Uno de los entrenamientos más comunes consistía en drogarles y dispararles junto a la oreja para que perdieran el temor a los tiros. Pero la experiencia fue más dura que la droga. "Un día no lo soportaba más y me escapé", confiesa uno de ellos. (...)

La tensión que han vivido les hace distintos del resto de los niños, incluso físicamente. Son musculosos, pero sobre todo la angustia parece habérseles acumulado alrededor de los ojos.

El psicólogo que les atiende al llegar al centro afirma que la mayoría tienen desenfocada la realidad. "Llegan con todos los síntomas de cualquier trauma grave: insomnio, problemas intestinales, mal humor, dolor de cabeza y sufren pesadillas. Muchas veces las confunden con la realidad. Tampoco se relacionan con el resto de los niños del centro porque el ejército les ha enseñado a considerar a los civiles como sus inferiores". (El País, Domingo, 11/10/2009, p. 12/3)

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