"Cada vez hay más gente que nos mira mal, que nos insulta por salvar a las personas. Alguna vez he discutido con alguno que me ha dicho ‘la próxima vez, los dejas en el mar’. Cuando les respondes que qué pensaría si lo hiciera con él, te sueltan: ‘yo pago aquí mis impuestos’. No me entra en la cabeza que les pueda parecer mal que salvemos vidas”.
Este rescatador de Salvamento Marítimo, del que no podemos dar el nombre porque este organismo prohíbe por contrato a sus trabajadores manifestarse públicamente, ha vivido los periodos de mayor número de llegadas de personas migrantes por vía marítima, incluido este último en las islas Canarias. La mayor diferencia que encuentra con 2018, cuando llegaron más de 57.000 personas a las costas andaluzas y fallecieron, al menos 769, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), o con la llamada crisis de los cayucos de 2006, cuando llegaron unas 37.000, es que “en esta ocasión no hay ni miedo ni alegría”.
Recuerda que, entonces, “cuando les sacábamos era una explosión de alegría, de ‘bozas’, de ‘free’, porque habían sobrevivido a las mayores atrocidades en su viaje por África y, por fin, llegaban a Europa, así fuese en unas gomas de 6 metros donde metían a 50 personas. Era una bestialidad. Ahora la mayoría de los que llegan son marroquíes, saben qué va a ser de ellos en los siguientes días y vienen en pateras, con entre 25 y 35 personas”.
En estas semanas ha habido momentos de dormir 4 horas en tres días, pero Luis insiste en que es, sencillamente, su trabajo y que sería injusto siquiera mencionarlo en comparación con la situación a la que se enfrentan las personas a las que rescata. En 2019, llegaron a Canarias 1.497 hombres, mujeres y niños procedentes de África en patera. Hasta el 26 de noviembre de 2020, la cifra superaba los 16.760, según los datos del Ministerio del Interior. Y las condiciones en las que han sido encerrados en el muelle de Arguineguín han vuelto a poner en el debate público la cuestión del trato que reciben las personas náufragas cuando son migrantes.
“Cuando empecé en Salvamento Marítimo, pensaba que ‘los migrantes’ eran, simplemente, gente sin nada. Luego fui entendiendo que son personas pobres capaces de enfrentarse a situaciones muy jodidas; que tienen padres, madres, hermanos, mujeres, maridos, amigos… que se preocupan por ellos y que invierten una fortuna para que puedan venir. He borrado la palabra migrante de mi cabeza porque parece que por ello tienen menos derecho a ser salvados”.
Hay algo que Luis considera fundamental para esta profesión: «No puedes bajar la guardia para que no se convierta en una rutina. Te tienes que poner nervioso cada vez que sacas una patera. Porque si no se convierte en ‘hoy hemos traído a 150, ayer a 132…’. Y no, así sacásemos solo a uno, sería lo más valioso del mundo”.
Mientras Luis y sus compañeros suben al guardacostas a personas deshidratadas, exhaustas, entumecidas, o, incluso, fallecidas, representantes públicos toman decisiones en términos migratorios que, en su caso, le provocan “mucha rabia porque cuando ves esto, resulta evidente que estas políticas no son más que dinero: el que les cobran en el país del que salen, el que paga el de destino para que no les dejen salir y el que pagan para deportarles y que les acepten. Estados supuestamente democráticos pagando dinero a cambio de vidas, Europa pagando a otros países para que les hagan el trabajo sucio. Es asqueroso”.
No es lo único que le indigna. También, tener que actuar “como contrabandistas para salvar vidas”. Así define cuando, en más de una ocasión, los trabajadores de Salvamento Marítimo han tenido que “infringir normas y entrar en aguas de tal país porque, de no hacerlo, iba a haber un desastre a media milla. No hay líneas imaginarias cuando se trata de vidas humanas”, añade, arrastrando con incredulidad las palabras, pese a su larga experiencia.
Y la indignación aparece cuando recuerda que en 2018 “nos utilizaron como autobuses. Las personas han de pasar el menor tiempo posible en nuestros barcos porque no están preparados: tienen que hacer sus necesidades por la borda o en cubierta. Todo lo que les podemos dar es una manta, agua y galletas. Y en aquellos meses, en más de una ocasión, en lugar de enviarnos al puerto más cercano, como dicta el derecho marítimo, nos obligaban a hacer cinco o seis horas de trayecto repartiendo a la gente entre Málaga, Motril, Almería… porque no tenían operativos de acogida suficientes en tierra”.
Luis interpreta la decisión del Gobierno de Sánchez en 2019 de constituir un mando único para los rescates, encabezado por la Guardia Civil, como un intento del Ejecutivo de “hacer lo que quiera sin que nadie se entere. Si dan la orden a Salvamento Marítimo de hacer una devolución en caliente, vamos a poner el grito en el cielo. Pero la Guardia Civil es un cuerpo militar que obedece órdenes”.
Acabar con este “hermetismo” sería lo más conveniente en opinión de este trabajador: “Sería bueno que pudiesen acompañarnos periodistas, aunque fuese egoístamente para que se vea el trabajo que hacemos. Creo que si la gente que está en contra de los inmigrantes viera un rescate cambiaría su punto de vista”.
El Ministerio de Fomento, de quien depende Salvamento Marítimo, ordenó en el otoño de 2018 que su equipo de comunicación dejase de publicar información en las redes sociales sobre los rescates de personas migrantes. El gobierno de Sánchez consideraba, supuestamente, que estas imágenes eran utilizadas por el partido ultraderechista Vox para atacar la política migratoria del Ejecutivo español y alimentar los discursos xenófobos. Un error en opinión de Luis, que valida la estrategia de las ONG que rescatan en el Mediterráneo Oriental, como los barcos de Open Arms o Seawatch: “además de salvar vidas, ponen el foco de atención en lo que está pasando en las costas libias. Si no fuese por ellas, no se enteraría nadie”.
Luis considera
absolutamente injustificable que cuando se ahoga “un muchacho en estos
viajes no se abra una investigación para saber su identidad y avisar a
su familia de que ha muerto. ¿Te imaginas perder a tu hijo así y no
recibir ni una llamada?”, pregunta retóricamente. Luis podría contar un
millón de historias que quedarán ahogadas por la cerrazón comunicativa
de los sucesivos gobiernos con la labor de Salvamento Marítimo.
Historias que deberían formar parte de la memoria democrática de este
país y que nunca habrían tenido lugar si hubiese vías seguras para
migrar." (Patricia Simón, La Marea, 29/11/20)
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