“(...) la villa de Sahagún proclamó la República el 14 de abril de 1931 a las
7.30, una hora después que hiciera lo propio el socialista Alejandro
Tellería Estala en la villa guipuzcoana de Éibar. (...)
Desde el balcón de la casa consistorial, el líder de los ediles
republicanos, Benito Pamparacuatro, enarboló la enseña tricolor y
proclamó el nuevo régimen.
Los relatos de los supervivientes evocan un amanecer magnífico,
auténticamente primaveral; los vivas a la República, y un baile popular.
También recuerdan que un ligero temor recorría el ambiente festivo: a
nadie escapaba la posibilidad de un fracaso y ulteriores represalias. (...)
Los republicanos dejaron constancia oficial del acontecimiento. En la
sesión extraordinaria de la Comisión Permanente del 25 de abril de 1931
consignaron que el Ayuntamiento había abonado 38,30 pesetas al notario
"en concepto de honorarios y papeles por el acta de proclamación de la
República en esta villa".
El artífice de la gesta, tal vez en contacto con los pioneros de
Éibar, fue Benito Pamparacuatro Franco, un símbolo de la época que el
paso del tiempo ha mudado en leyenda. (...)
En los años previos a la República, en Sahagún y su comarca -un
territorio dominado por caciques, curas y prestamistas- se concentraban
numerosos jornaleros del campo sometidos al paro estacional y que vivían
en la penuria. Hasta tal punto, que convertirse en criado de algún
campesino acomodado era una de las ilusiones máximas de los
desheredados.
La consolidación de los sindicatos agrarios de clase y la
penetración de las teorías emancipadoras del socialismo estimularon un
ambiente favorable a las reivindicaciones laborales. En ese entorno, la
República encarnaba para los braceros los anhelos de cambio y la promesa
de una vida mejor.
Benito Pamparacuatro fue elegido alcalde el 19 de abril -diez votos
favorables y una abstención- por una corporación que integraban siete
concejales republicanos y cuatro monárquicos. En la primera junta, toda
una declaración de intenciones, se abordaron asuntos relacionados con la
Beneficencia y la Instrucción Pública.
Durante el trienio que estuvo al
frente del Ayuntamiento, el nuevo corregidor logró cuantiosas
inversiones para la villa en infraestructuras (carreteras,
alcantarillado), equipamientos educativos (biblioteca, grupos escolares)
y medio ambiente (encauzamiento del río Valderaduey, repoblaciones
forestales). Pero en el arqueo final no todo fueron éxitos y parabienes.
"También cometí errores, ¡qué duda cabe!, aunque debo consignar que
unos los cometí con la mejor buena fe, y otros, obligado por la coacción
que me hacían determinados elementos, a los cuales perdono y dedico mis
respetos", escribe Pamparacuatro en una carta titulada "A la opinión
pública". Los testimonios, y las actas municipales, acreditan una
gestión intachable al servicio del pueblo: alcalde y concejales no
tenían retribución alguna. (...)
El Frente Popular ganó cómodamente (con el 66% de los sufragios) las
elecciones de febrero de 1936 en el Ayuntamiento de Sahagún. Un triunfo
incontestable y hasta cierto punto inesperado, pues en los municipios
vecinos arrasó la derecha. Y Pamparacuatro se consideró como uno de los
artífices de esa victoria.
Había dedicado muchas horas a instruir
políticamente a los oprimidos, a captar voluntarios para las
candidaturas republicanas y a presidir el Ayuntamiento con la mirada
puesta en las clases populares. Pero continuaba inhabilitado, una
verdadera anomalía jurídica, y la izquierda triunfante no le repuso en
el sillón municipal.
Pamparacuatro vivió esa experiencia con el ánimo
mellado, como una usurpación, aunque ni siquiera sospechaba que lo peor
estaba por llegar. Cuando el 18 de julio de 1936 se produjo el golpe de
Estado acudió a la alcaldía y reclamó a la primera autoridad, entonces
Victoriano de la Puerta, que entregara a los trabajadores las armas
confiscadas y custodiadas en los depósitos municipales.
Además de apoyar
con ahínco la huelga general convocada por los sindicatos del campo.
Eran los intentos postreros de defender la legalidad republicana, de que
no fueran proscritos los sueños tan largamente acariciados. Pero en la
madrugada del día 20 de julio, las fuerzas rebeldes, guardias civiles
sobre todo, controlaban la situación en Sahagún y pueblos vecinos; en
toda la comarca. (...)
(....) Pero lo más grave fue que, una vez
asentados los rebeldes en el poder local, caciques, guardias civiles y barandas
falangistas, matones disfrazados de autoridad en algún caso, alimentaron un
discurso de exclusión contra quienes juzgaban como desafectos.
Los notables
republicanos de la comarca –maestros, boticarios, concejales…– fueron detenidos
y encarcelados, a la espera de juicio, pero numerosos jornaleros aparecieron
muertos por cunetas y rastrojeras, macerados sus cuerpos por las torturas.
Como
afirma un viejo testigo, la desgracia de Sahagún y su entorno radicó en que
estaba lejos de la frontera francesa –en Portugal mandaba Salazar, un admirador
de Franco– y cerca de Valladolid, patria chica de buena parte de las brigadas
de verdugos que dibujaron en la Tierra de Campos leonesa una completa
cartografía de horror y patriotismo de pacotilla.
Pamparacuatro no se sintió
concernido por tantos desmanes: decía a quien quisiera oírle que no había hecho
nada malo y que nada malo temía. Según Juan Daniel Rodríguez, un empresario
leonés, Baltasar Ibán quiso ayudarle a escapar del país; pero el ex alcalde se
enrocó al mismo tiempo que insistía en su inocencia, incapaz de advertir el
clima de encanallamiento que lo devastaba todo.
Finalmente, aconsejado por amigos y el runrún
de tantas muertes arbitrarias, encontró refugio en San Andrés del Rabanedo,
entonces un pueblo del alfoz de la ciudad de León. Pero fue una huida
pespunteada de pistas, y hasta allí fue a buscarle un grupo de falangistas y
vecinos.
Era el 4 de agosto de 1936, y
los recaderos de la muerte le hicieron firmar un documento por el que
renunciaba a sus propiedades. Una vez conseguida la requisa económica fue
torturado, maniatado a un camión y arrastrado por el pueblo; un disparo acabó
con su vida.
El dueño de la finca donde fueron arrojados sus despojos
prometió a la hermana que respetaría la improvisada tumba, pero el incontenible
avance urbanístico sepultó definitivamente ese trozo de tierra. Los ejecutores
no pudieron, sin embargo, incautarse de los bienes de Pamparacuatro. El notario
de Sahagún le había aconsejado que cediera las propiedades a su hermana Celina.
(....)
Más allá de la tradición oral, se desconoce el lugar exacto donde fue
enterrado Pamparacuatro, y su nombre no figura en el Registro Civil de
San Andrés del Rabanedo, donde fue asesinado. Días después de la fecha
de su muerte aparece en el registro un "sujeto no identificado muerto
por disparo de arma de fuego".
Pero el muerto podía ser cualquiera: eran
días en que la vida de los republicanos no valía nada. Hoy el ex
alcalde continúa siendo oficialmente un desaparecido. Ni siquiera se
conocen fotos de su edad adulta. En un libro editado por el Gobierno
republicano, en la página dedicada a Sahagún no viene foto alguna, y
recoge este comentario sobre la corporación:
"Por ser todos ellos
personas de gran modestia, no podemos publicar sus fotografías; enemigos
de la exhibición y de toda vanidad al esfuerzo que realizan, se
encuentran satisfechísimos con haber trabajado por su ideal y tener la
plena satisfacción del deber cumplido".
Tampoco su villa natal ha honrado a uno de sus prohombres políticos y
reparado la criminalización simbólica de su antiguo alcalde. Tal vez
existan dificultades para suturar heridas de hace setenta años.
Quizá
haya que buscar la causa en una memoria que rehúye mirar al pasado. O
sencillamente sea galbana municipal. Lo cierto es que el callejero de
Sahagún, atestado de santos y conquistadores, ignora a Pamparacuatro.
Algo que el pionero republicano quizá intuía cuando redactó su carta
abierta a los vecinos, semanas antes del golpe militar:
"Si todas estas
cosas que he hecho y otras muchas que silencio no han sabido estimarse
ni mucho menos agradecerse, y que para mayor vergüenza sólo han servido
para que unos me injurien y otros me zarandeen, me obligan en justa
reciprocidad a decir de la manera más terminante: jamás volveré a ser
alcalde de esta ciudad desgraciada, a la cual espera un porvenir
catastrófico por culpa de los malos administradores que siempre tuvo".
Una especie de maldición para una villa menguante -en tiempos
pretéritos contó con murallas, y cinco hospitales, y también
universidad- que apenas recuerda el antiguo esplendor. Y continuaba
Pamparacuatro con su gavilla de agravios: "Con profundo dolor termino
estas líneas, recordando con amargura, aunque no con pesar, un verso que
un amigo me enseñó a los pocos meses de ser alcalde. Dice así: 'La
mayor inocentada / es hacer labor honrada / para la masa oprimida / en
una villa dormida / que no se entera de nada'".
Una mano anónima
garabateó en un muro de Sahagún la quintilla anterior, homenaje único y
clandestino que la villa ha dedicado al alcalde asesinado. Mínimo
reconocimiento a quien buscó la redención de una comarca vencida por la
rutina, y que, a cambio de tanta pasión, no tiene calle dedicada, ni
tumba, ni tan siquiera la constancia de su muerte en el Registro Civil.
Benito Pamparacuatro es el sujeto invisible de la historia reciente
de Sahagún. Uno más de los miles de muertos no honrados de la posguerra
en toda España. Ejemplos de memorias malbaratadas. De una historia
borrada.
Tal vez una metáfora de la República de abril.” (La República de Sahagún, EL PAIS SEMANAL - 09-04-2006, pp. 19/20)
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