"En Valladolid, la gran cantidad de asesinatos cometidos por los
franquistas en los Montes Torozos los convirtió en un lugar tétrico,
prohibido y evitado por muchos ciudadanos que conocían lo que ocurrió
allí.
El lugar se encuentra en la carretera N-601 Valladolid-León, a la
altura del cruce hacia Peñaflor de Hornija y Castromonte, bien
comunicado para conducir hasta allí a las víctimas; los montes son
campos con una espesa vegetación de encinas y arbusto bajo, lo que
dificultaba ver lo que ocurría para seguridad de los asesinos.
Era un
lugar estratégico para llevar a cabo cientos de ejecuciones,
desapariciones, inhumaciones ilegales de personas provenientes, sobre
todo de Tierra de Campos. Las personas enterradas superan las 300.
Los asesinos llegaban en coches, camionetas, autobuses requisados
donde trasladaban a sus víctimas, las tiroteaban en el interior del
encinar, y después las enterraban en fosas comunes cavadas por las
mismas víctimas o por trabajadores de granjas cercanas, que
testimoniaron como les obligaron.
Hubo muchos testigos, los viajeros de
los autobuses de línea a Valladolid vieron las camionetas cargadas de
gente internándose en la carretera de Peñaflor, y alguna vez vieron
cuerpos en la carretera. Otras personas que buscaban a sus familiares
detenidos vieron los cadáveres tiroteados para ser enterrados en las
fosas.
Los sublevados llamaban “operaciones de limpieza” a las “sacas” de
víctimas de los pueblos, detenciones ilegales sin mandamiento judicial,
secuestros en plena noche a punta de pistola. Las desapariciones eran
llamadas.
Todos los que están enterrados en estas fosas eran civiles,
hombres y mujeres, Republicanos de todas las edades, detenidos de manera
arbitraria por sujetos armados, sometidos a malos tratos, trasladados
fuera de sus pueblos, y por fin asesinados y enterrados de manera
clandestina sin documentación ni objetos personales que pudieran servir
para identificarlos.
En entrevista realizada por Orosia Castán
a R.G., cuenta que en 1936 su padre trabajaba en un caserío frente al
cruce donde mataban a la gente y por la noche se oía todo.
Falangistas y
guardias civiles requerían a su padre y otros obreros de madrugada. Su
padre le señaló la situación de las fosas, en el propio cruce había una
fosa de 17 personas, 16 hombres y una mujer.
Carmen Escribano Mora relató a Orosia que en 1936, con 18 años,
ayudaba a su padre, Secretario del Juzgado de Medina de Rioseco. La
guardia civil requería a su padre para levantar actas de los vecinos que
los falangistas sacaban de sus casas y mataban en descampado, sin
juicio. Carmen le acompañó varias veces a los Torozos, y vio a muchos
cadáveres colocados boca abajo, alineados al lado de fosas ya hechas.
Había que darles la vuelta para reconocerlos. Para inscribir un grupo de
unos 30, estuvieron casi toda la noche. Entre los más de 100
expedientes que ella hizo, hubo unas 15 mujeres. Jamás olvidará que tuvo
que levantar acta de 12 o 14 vecinos de Rioseco, todos conocidos de
ella: “Lobato”, el “Tripillan”…
Inscribió por su propia mano en el
Registro Civil de Medina de Rioseco, ciento y pico expedientes de
asesinatos, en hojas legales, numeradas, selladas y firmadas por su
padre. Cuando Carmen fue al Juzgado a pedir los expedientes de las Actas
de Defunción que ella misma había redactado, para entregárselas a
Orosia, se encontró que habían desaparecido sin dejar rastro. Los
funcionarios nunca los llegaron a ver. Alguien los había hecho
desaparecer.
Según el Testimonio de Eladia Mateo, ella y una amiga hija del guarda
de campo Dionisio, vieron en los Torozos 18 o 20 cadáveres metidos en
el monte, amontonados, revueltos, con heridas. Eladia intentó acercarse
para reconocer a su padre y los falangistas la echaron de malas maneras,
pero logró entrar por otro lado, reconoció a un maestro y a unos
vecinos de Rioseco.
El guarda le aseguró que su padre estaba muerto y
enterrado allí mismo, en Tordehumos. Eladia tenía 17 años, sufrió un
gran golpe, estaba como loca; pasaron años y todavía veía a los muertos
por las noches.
La existencia de gran cantidad de cadáveres en los Torozos fue
certificada por estudiantes de medicina que buscaban allí restos óseos
para estudiar anatomía, como relata el testimonio de A.C, cuyo padre,
que desapareció en julio de 1936, podría estar allí enterrado.
Advirtió a
su hijo, estudiante de medicina, que los huesos podían ser de su abuelo
o de sus compañeros, lo que sería lo mismo. Los habitantes de los
pueblos cercanos hablaban de fuegos fatuos, “fuegos de San Telmo”,
debido al metano desprendido en la descomposición de los restos.
La propiedad de esas tierras pasó a manos particulares en pago a
servicios prestados al franquismo. No se quiere recordar que cientos de
vecinos fueron allí asesinados y arrojados a las fosas por los
sublevados. El escándalo es mayúsculo y una muestra más de la falta de
sensibilidad por parte de los poderes públicos, instituciones, partidos,
administración.
Es como si nunca hubiera pasado nada y las fosas de
Torozos fuesen un mito, un relato de terror, sin embargo son reales,
allí están los restos de aquellos Republicanos que perdieron la vida por
creer y defender la democracia. Merecen un destino más honorable y más
humano que la desaparición entre lodos y asfaltos.
Resumen del Documento original de Orosia Castán, Fosas comunes de los Montes Torozos, en Represión Franquista en Valladolid. (...)" (Tulio Riomesta, 14/05/19)
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