"Tras décadas de negación, por fin el
gobierno de Israel admite el robo de cientos de bebés. Entre 1948 y
1954, y en el marco de la creación de Israel, de la expulsión de cientos
de miles de palestinos y el robo de sus tierras, los judíos recién
llegados de Europa organizaron una amplia trama de trata de bebés.
La
principal diferencia entre ésta y otras redes extraoficiales de tráfico
de recién nacidos en otros países es que desmonta el mismísimo relato
fundacional de Israel de ser un “santuario para los judíos perseguidos”:
¡han sido los judíos, los askenazíes (de Europa este y central), que
han secuestrado a los bebés judíos mizrahim (orientales) y se los
repartían! ¿Serán acusados de “antisemitas”?
Incluso con las cifras
oficiales, uno de cada ocho niño yemení menor de cuatro años había sido
raptado: los activistas buscan a cerca de 8.000 bebés.
La eugenesia racista forma parte del fundamento del movimiento sionista ,
del “pueblo elegido”, y el nuevo estado pretendía llenar la tierra
ocupada con la raza superior. Sin embargo, al no haber tantos judíos
“blancos y civilizados” a mano, llevaron a los “morenos y primitivos”,
para después convirtiéndoles, en los kibutz o en el hogar de familias
asquenazí, en “el Nuevo Judío”, moderno y secular que merecía Israel,
alejado de una Tora considerada un texto arcaico.
El escándalo ha traumatizado a la
sociedad israelí: en 1994, el rabino Uzi Meshulam denunció al estado por
el secuestro de unos 4.500 hijos de judíos yemeníes inmigrantes.
Durante casi dos meses las Fuerzas Especiales asediaron su vivienda,
donde se había atrincherado con un grupo de fieles que pedían justicia:
mataron a un joven de 19 años, y detuvieron al resto. Meshulam pasará
cinco años en la cárcel.
Así funcionaba el tráfico de niños
Al fundarse Israel, decenas de miles
de judíos de todo el mundo se trasladaron al “paraíso prometido”. Sólo
desde Yemen, alrededor de 50.000 judíos árabes fueron llevados en 380
vuelos secretos de los aviones británicos y estadounidense a Israel en
una operación llamada “Alfombra Mágica”.
Una vez allí, eran instalados
en los campos insalubres y deficientes, les humillaban desinfectándoles
con DDT, mientras los inmigrantes europeos eran recibidos con respeto, y
eran alojados en centros adaptados y cómodos.
El mercado negro de bebés integraba
al personal sanitario, trabajadores sociales, abogados, empleados del
ministerio de interior (incluidos jueces) y hasta funerarias, quienes
además de falsificar documentos -cambiando el nombre de los niños, sus
números de identificación, el documento de defunción, etc.-, se sentían
amparados por una ley de adopción que, con el afán de proteger al
adoptado y a los adoptantes, considera no sólo innecesario el
consentimiento de los padres biológicos para la adopción de sus hijos,
sino que tipifica como delito la revelación de datos de la adopción, con
el fin de impedir que los padres biológicos conozcan el destino de sus
hijos: han llegado a multar al menos a uno de ellos por querer saber.
Algunos de los padres adoptantes, que llegaron a pagar equivalente de
5000 dólares de entonces, conocían la realidad, otros la intuían, y
pocos la ignoraban. Se les llevaba a los centros donde guardaban a los
niños para que eligieran entre decenas de menores angustiados y
asustados.
El testimonio de las víctimas revela
las fórmulas utilizadas, muy familiarizadas para los españoles que
sufrieron el mismo calvario durante el franquismo:
A Yona Yosef le quitaron a una hija y
a dos sobrinas después de que las enfermeras del campo le pidieran que
los llevara al hospital para “un chequeo”. Luego le denegaron el derecho
de visita: No los volverá a ver.
Los padres biológicos de Gil
Grunbaum, robado en 1956 y entregado a una pareja supervivientes del
Holocausto, lo han encontrado muy vivo.
El cantante Boaz Sharabi (1947)
denuncia la desaparición de su hermana gemela. Hay otros casos de madres
a las que se les quitaban a uno de los gemelos o a los dos, diciéndoles
que los bebés no habían sobrevivido al parto; repetían la misma mentira
cuando una madre tenía más hijos, y “le sobraban algunos” o “no eran
capaces de atenderlos”, se les decía. A ellas nunca les enseñaron el
cuerpo, ni certificado de defunción, ni tumba.
En cuanto a los propios “bebés
robados”, Zvi Amiri, de 64 años supo la verdad al no encontrar fotos o
el certificado de su nacimiento. Llevaba 34 años buscando a sus padres
biológicos de origen tunecino, hasta que encontró a su madre en un
centro psiquiátrico: no había podido superar la pérdida de su hijo.
A Adina, hoy con el nombre de Miriam
Shoker, le dijeron que fue abandonada, para que desde el dolor no
buscara a sus padres biológicos, quienes nunca le olvidaron.
Nissan, de origen iraquí, que pensaba
que sus hermanos gemelos habían muertos en un hospital, sospecha que
estén vivos ya que su familia recibió una orden del gobierno para que se
presentaran al servicio militar.
A Tziona Heiman le regaló Yigal
Allon, un general israelí, a una amiga por su cumpleaños. Heiman ha
localizado a su madre biológica, y no le hizo falta hacer la prueba del
ADN: el parecido es asombroso.
Antes de Israel, el gobierno de EEUU,
dentro de los programas de “civilizar al indio”, recurrió a la
política de segregación, internando a los niños pequeños, mientras
encerraba a sus padres en las “reservas”.
También las autoridades de
Australia y Canadá “incautaban” a los bebés de las poblaciones nativas
para “educarlos”. El régimen Nazi arrancó del brazo de sus familias a
unos 400,000 niños polacos, rusos, yugoslavos y rumanos, para
“germanizarlos” y ponerlos al servicio del Tercer Reich: les cambiaba de
identidad y les obligaba a hablar el alemán, para luego darlos de
adopción a las familias nazis.
En España, el nacionalcatolicismo robó a
30.000 niños de las cárceles, orfanatos y maternidades. Con el objetivo
de “extirpar el gen marxista”, torturaba a las madres, y enviaba a sus
bebés al perverso mercado de compra venta de seres humanos.
En
Argentina, la dictadura del general Videla, dentro de su política de
“Pedagogía de terror“ secuestraba a las mujeres embarazadas,
confinándoles en centros clandestinos para torturarles física y
psicológicamente. Después del parto, les separaba de sus bebés, las
mataban y vendía a sus hijos. Nada nuevo bajo el cielo israelí.
Para la investigadora judía Shoshana
Madmoni-Gerber, tanto si el gobierno israelí participó en la
organización del secuestro de los bebés como si solo hizo la vista
gorda, se trata de un acto “genocida”, según la definición de la ONU." (Nazanín Armanian, 29/06/18)
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