"La narración más sorprendente y admirable sobre la tortura que he leído es un libro llamado Intxaurrondo.
Lo escribió Ion Arretxe (Rentería, 1964) y lo publicó Manuel Blanco
Chivite (San Sebastián, 1945) en El Garaje Ediciones. Chivite dice que
lo último que hizo en su editorial fue descubrir “el enorme talento” de
Arretxe.
A Ion lo torturaron durante días en el cuartel de la Guardia
Civil de Intxaurrondo. A Manuel Blanco Chivite, en “los despachos” de la
Brigada Político Social franquista. Esta conversación podría haber sido con Arretxe, pero Arretxe murió en marzo de este año.
Cuando leí Intxaurrondo pensé que nunca había leído algo semejante sobre la tortura, esa forma de enfrentar violencia y dolor con inteligencia.
Él solía
decir que había tardado 30 años en poder escribirlo. No en contarlo,
porque en realidad, él contó lo que le había sucedido en Intxaurrondo
en cuanto salió de la cárcel. Lo hizo inmediatamente: en el mismo hotel
donde se hospedó para esperar a que su hermana llegara a recogerle,
encontró a dos chicas desconocidas. Él les preguntó si se hospedaban en
el hotel, le respondieron que sí, y resultó que eran de Bilbao. ¿Os
puedo contar una cosa que me ha pasado?, les preguntó. Y les contó las
torturas.
Y luego necesitó 30 años más para poder contarlo de otra manera.
Luego lo
contó muchas veces, incluso al juez, que no le hizo ni puto caso. Pero
tardó 30 años en escribirlo. Necesitó ese distanciamiento para, digamos,
superar el trauma, o los elementos de rabia, viscerales… Para alcanzar
la obra de arte, la estética.
¿Una forma de superación?
Él decía:
“Yo ahora veo a aquella gente [a los torturadores] como cuando se mira
el espejo retrovisor en un coche que avanza hacia delante, ahí los veo,
cada vez más pequeños, atrás y pequeños”.
Ese
distanciamiento le permite jugar con el elemento del humor, que haya
humor. En la situación más dramática hay humor, como el momento en el
que se inventa un comando o un zulo solo para que le den un pitillo.
El humor
está en la escena en sí, y no digamos ya en la prosa, pero en lo que
sucedió. Él se va inventando sobre la marcha porque quiere evitar el
dolor… se inventa un zulo, un comando, se inventa no sé qué armas… y
ellos poco a poco se van dando cuenta hasta que le dicen “coge esa
pistola” y no sabe coger el arma, porque ni siquiera había hecho la
mili.
Sí, humor, pero las torturas que describe son siniestras.
Para
empezar, le meten en un saco y lo envuelven con cinta de precinto como
una momia y le dejan fuera del saco la cabeza y las manos. Rasgan el
envoltorio para sacar las manos porque al introducirlo en el río para
ahogarlo, la coloración de las uñas da información sobre si está a punto
de morir o no. Para controlar el terror y la muerte. El hombre es como
una momia con las manos a los costados sueltas. Entonces lo introducen
en un río, así, durante la noche, que es como probablemente murió Mikel
Zabalza esa misma noche. Lo que hay en él es una superioridad humana,
insisto, humana.
Esa superioridad humana frente al torturador la muestra sin mostrarla.
La expone,
está ahí, solo eso, no hace panfleto, no hace política, por así
decirlo. No hace más que narrar, y lo que se percibe es la superioridad
humana de un hombre que está ahí sometido a esa tortura y en un momento
dado se inventa lo que sea. Y ese invento tiene un aire de retranca.
Leyendo a Ion desaparece la suposición de inteligencia en el torturador, queda solo la obediencia animal.
Es la
obediencia debida. Si uno lee los protocolos de la tortura de la
Inquisición, son exactamente los mismos que los de la Brigada Político
Social franquista. Y los mismos que la tortura en la actualidad, en este
Estado monárquico. Consiste en lo siguiente: Nos
obligas a hacerlo. Cuéntanos lo que nos tienes que contar y ya está,
pero no nos obligues… Nos vas a obligar a hacer esto. Nos vas a obligar a
hacer esto. En los protocolos de la Inquisición era lo mismo. Se
decía: y si insiste el interrogado en no contar la verdad, y se produce
derramamiento de sangre, la responsabilidad de este derramamiento o
muerte será del interrogado.
Ha dicho “en la actualidad”.
Lo
terrible es que, en los últimos 20 años, en este mundo en el que
vivimos, la tortura no solo no ha disminuido, sino que ha aumentado.
¿Por qué no hablamos de ello?
Porque hay
una parte de la población amplísima que la acepta, e incluso que la
pide. No contra ellos, sino contra quienes considera sus enemigos.
¿De verdad cree que la piden?
Lo creo de
verdad porque lo he oído pronunciar en voz alta. Pero no en público,
cuidado… Y porque se vota insistentemente a partidos que ejercen la
tortura.
¿En qué ámbito lo ha oído?
Pues hasta
en un bar de menú del día, vamos. Y también lo he oído en algún
gabinete de prensa de algún partido que tiene diputados. Es más,
Intxaurrondo no se ha reprobado socialmente. En el campo del periodismo,
los periodistas de determinados medios, los que podríamos llamar periodistas policía,
que hay muchos, están perfectamente al cabo de la calle de las torturas
que se han hecho en este país, desde la Brigada Político Social hasta
Intxaurrondo o en los años 80 o 90 o 2000. Lo saben perfectamente.
¿Y por qué lo callan?
Lo
ocultan porque lo aprueban y lo callan porque lo aprueban. Quien calla
la existencia de la tortura no lo hace porque cree que no existe, sino
porque conscientemente la oculta. No hay nadie, nadie en España, ninguna
persona con un oficio o profesión pública de información que no sepa
que en España se ha torturado y que se siguen dando casos de tortura hoy
en día. Y aquellos que lo niegan lo hacen por ocultamiento, un deseo
consciente de ocultamiento y en muchísimos casos por sus propias
relaciones de interés con los gabinetes de prensa de los cuerpos y
fuerzas del Estado… del Estado, un nombre perfecto, no de la sociedad.
¿Por qué los grupos políticos no insisten en que salga a la luz?
Porque la sociedad está a favor de la tortura.
¿A favor o no quiere verla?
A favor,
Cristina, a favor… Y no quiere verla porque está a favor. Es una
relación hipócrita como otra cualquiera, como la señora que sabe que el
marido viola a la hija y no quiere verlo.
Entiendo, se refiere a algo comparable a la violencia machista. De alguna forma hasta ahora no se ha permitido que se vea.
Es cierto
que no se ha permitido. En el caso de la tortura, quienes no lo han
permitido son la primera línea que la aprueba y la ejerce. En sus
ámbitos gubernamentales la ejerce. Luego está el sector de “el ciudadano
que vota”, que piensa que los aparatos armados del Estado tienen que
cumplir unas funciones y ahí está la educación del cine, las series, la
literatura, donde dicho cumplimiento les exige determinadas actividades
moralmente reprobables pero necesarias para nuestra seguridad. Ahora
mismo mientras hablamos se están produciendo muertes bajo tortura en
Siria, en Irán, en Paquistán, en Marruecos, en Afganistán, Israel… y en
todos estos países se están produciendo desapariciones bajo tortura.
Permítame
que vuelva a la comparación con la “institucionalización” de los
millones de mujeres torturadas en hogares y burdeles. Se escapa al
delito/castigo.
Se escapa
del vaso. El vaso esencial donde radica la tortura es en los aparatos
del Estado. Además, hoy son tan numerosos… y de ahí se expande a la
sociedad. Hay una hipocresía de no aceptación de la violencia.
Y una herencia…
La
tortura forma parte de la cultura de la represión en España. Hay que
tener en cuenta que la dictadura fue económica. Los militares solo se
pusieron en marcha cuando los March, los Urquijo, etc., soltaron el
dinerito.
Y manteniendo eso intacto se mantiene una forma de violencia constante contra una gran parte de la población.
En el
franquismo, desde fines de los 50 se produce una reconversión general de
la economía y se desplaza de la España agrícola a las grandes ciudades
entre 6 y 8 millones personas. Hay que ver cuántos de ellos, en lugar de
irse al andamio o a Alemania, deciden meterse en la Guardia Civil o en
la Brigada Político Social […]. Estoy hablando del perfil humano del
torturador. Es un tipo repugnante. En el mejor de los casos, un
psicópata. En el mejor de los casos… Se
trata de un castigo en términos de poder social. Placa y pistola: la
placa es impunidad y la pistola poder. Es un acceso al poder por la vía
rápida.
¿Cabe la posibilidad de que la tortura no deje mella?
Sí que
dejaron mella en Ion. Lo que ocurre es que fue capaz de sanar. Me
recuerda a algo que decía Virginia Woolf, que el gran escritor se
desprende de las mellas, de la visceralidad, de lo inmediato para
profundizar en lo que quiere decir. Para hacer universal su discurso.
Para hacer arte, en definitiva. Es interesante en Intxaurrondo
lo que tarda Arretxe en estar en disposición de escribir algo tan
estremecedor y al mismo tiempo tan humano y profundo. Es porque el
tiempo le ha dado sabiduría, distancia, y es importante, muy importante,
la inteligencia.
A usted le torturaron hace 42 años.
Sí, pasé
por los despachos de la Brigada Político Social, y no, no lo pasé muy
bien. Pero uno no puede vivir toda la vida en la tortura. De la misma
forma que si una ha salido de un campo de concentración no puede
instalarse toda la vida ahí.
Entonces la grandeza de Ion es que es capaz de sublimarlo y hacer arte con ello.
No es una
escritura terapéutica si no artística. Cuando sale y se lo cuenta a
esas dos desconocidas ya inicia, de forma espontánea, una cura por su
cuenta. En el caso de Ion como en el de muchos más, hay una opción por
la vida.
E imagino que un ejercicio individual, íntimo.
Sí. Es un
ejercicio individual, tiene un componente social, pero es un ejercicio
fundamentalmente individual. Por ejemplo, yo hice mía la idea de Ion del
retrovisor, de ver cómo esas personas se van haciendo cada vez más
pequeñas, quedan atrás y uno avanza." (Entrevista a Manuel Blanco Chivite, La Marea, 12/12/17)
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