28/11/17

Si hoy en día escuchamos a alguien hablar del «Ferrocarril de la Muerte»...

"Si hoy en día escuchamos a alguien hablar del «Ferrocarril de la Muerte», en principio pensaríamos en nazis o en una novedosa instalación de un parque de atracciones, aunque si también nos facilitaran el nombre oficial del tramo (Salejard-Igarka) afinaríamos más la localización y, seguramente, hasta aventuraríamos con gran seguridad el momento histórico. En efecto, se trataba de un tramo ferroviario de la URSS en tiempos de Iósif Stalin.

Con el objetivo de unir por tren Moscú con las zonas más alejadas de Siberia y así cohesionar el territorio, construir bases nucleares apocalípticas, extraer materias primas y reducir el número de reclusos, Stalin envió a unos cien mil prisioneros a construir ese tramo en unas condiciones dantescas y aquello se saldó como todos imaginamos. 

El dictador de formidable mostacho, ya sea porque era un megalómano mesiánico o un psicópata (en general, lo primero implica lo segundo), o porque tenía todos sus ahorros invertidos en funerarias, entre 1949 y 1953 se apuntó otras decenas de miles de muertes a su abultada cuenta particular en la construcción de casi 700 km de los 1300 km del trazado total

. En cuanto murió Stalin y se enfrió lo suficiente el cadáver como para no temer que pudiera mandar a nadie más a Siberia, los dirigentes soviéticos pararon en seco la construcción, no solo por motivos humanitarios, sino porque aquello estaba siendo un sinsentido. 

En la época veraniega, el armamento de vía se hundía bajo su propio peso en un fangal, sin siquiera pasar material móvil, y la habitual precisión milimétrica que exige el ferrocarril en aquel trazado se tornaba en métrica por los movimientos del suelo tanto en planta como en alzado: la vía quedaba como una cuerda en un bolsillo. Hoy en día aún se puede fotografiar lo que queda de algunos tramos que están desapareciendo lentamente en el terreno como si aquello fuera la digestión de un sarlacc. 

La causa de este desastre se debía al permafrost que, como su propio nombre indica, es una capa del suelo que está permanentemente congelada. Sobre esta franja se encuentra el suelo propiamente dicho que en el periodo invernal también está congelado al estar en contacto con hielo y nieve y que, cuando llega el tiempo cálido, el deshielo mezcla y forma un barro bastante espeso. 

Contrariamente a lo que nos indica el sentido común, las cargas que el ferrocarril transmite al terreno no son tan altas como podríamos sospechar: si cada rueda soporta 10 toneladas de carga, el balasto transmite a la plataforma en torno a 1 kilo por centímetro cuadrado (un terreno normal para cimentar se suele considerar que soporta 2 kilos por centímetro cuadrado). 

Pero es que cuando el suelo prácticamente fluye como el chocolate a la taza, cualquier peso es excesivo: los carriles y traviesas sobre aquel terreno se comportaban como un cuchillo sobre gelatina. En vista de este desastre, tuvieron que pasar unos cuantos años antes de que alguien volviera a plantearse un ferrocarril faraónico sobre el permafrost.  (...)"                  (Octavio Domosti, Jot Down)

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