"(...) Los forenses recuerdan uno de los esqueletos exhumados en la Fosa 1.
Tenía 25 fracturas de costilla. El ser humano tiene 24 costillas. Hace
falta mucha saña para 25 fracturas de costilla. No se trata de una
paliza, ni siquiera de una sola sesión de tortura. “Le pegaron durante
meses seguidos con ganas”, explica Owens.
“Tenía fracturas medio curadas
y sobre ellas otras nuevas, partidas de nuevo, y fracturas en las
vértebras, en el codo derecho, en las piernas. Todo fracturado, todo
desastre. Hay que recordar que utilizaban este tipo de política para su
venganza personal. ¿Murió esta persona? No. Lo dejaron ahí en la cárcel y
volvieron de vez en cuando y le pegaron, y le pegaron, y le pegaron… y
lo mataron”.
El hombrón apoya la mano en la parte superior del cráneo que está
fotografiando: “Era un individuo muy normal, un hombre más. Había
perdido ya varios de sus dientes a sus 35 años, me temo que mucha
azúcar. Los españoles comen demasiada azúcar. Aparte de eso, era alto,
sobre todo para esa época, más o menos 1,75.
Era muy fuerte, se puede
ver que los músculos eran muy grandes. No era siniestro, era amplio.
Durante su vida, alguien se había peleado con él, y le fracturó la
nariz. Pesaba unos 80 kilos. Los demás, en general, tienen más señales
de tortura prolongada que él. Quizás sea porque era muy grande y le
tenían miedo.
Lo sacaron un día, pusieron una pistola de bala pequeña al
lado izquierdo de la cabeza y lo mataron. Era tan fuerte y su hueso del
cráneo era tan grueso que, al contrario de lo que pasa con otros
individuos, la bala ni pudo expulsar el fragmento de hueso de salida.
Era un tipo con buena salud, que podría haber ayudado mucho a su país,
pero… se acabó”.
“Veo muchas cosas a las que España debería mirar y no lo
hace. Veo a un hombre… ¡Era un hombre! Pero la gente acostumbra a pensar
‘Oh, no, no hay que pensar en eso, no hay que molestar a los muertos,
porque al fin y al cabo son historia…’. ¡No! Sí hay que molestar a los
muertos, sí hay que verlos.
El problema es que la mayoría de gente no se
ha enfrentado a la violencia de esto, no sabe realmente lo que
significa. Estas personas no eran soldados, no eran guerreros, eran muy
normales, vivían en sus casas, tenían sus trabajos y llegó un día el
ejército, o quien fuera, los sacaron, y los mataron, y los dejaron aquí…
y nadie ha asumido esa responsabilidad durante 80 años. Eso es lo que
veo”.
Mirar a nuestros muertos, escuchar lo que cuentan sus huesos.
Y Owens, que ha pasado por Ruanda, Zimbabue, Sudáfrica,
Perú, Bolivia, Chile, Israel o Egipto, se revuelve contra lo que ve en
Guadalajara, no da crédito. Eso cuentan los huesos.
En la salita contigua, sobre los huesos pulcramente ordenados del
Individuo 23, Tatiana Bleming conversa con lo que fue un hombre en la
treintena. Con él no se ensañaron, pero le dieron dos tiros finales. Uno
le reventó las cervicales 5 y 6, el otro le cruzó el cráneo.
“Todo esto
que estoy viendo me parece muy violento. Prácticamente todos los
esqueletos que estamos sacando tienen heridas de bala. La mayoría,
además, tiene otras fracturas, no podemos determinar si fueron justo
antes de la muerte o todavía cuando estaban en la cárcel”. (...)
Adam Burr es un veterano de sesenta y muchos con cara
luminosa, que lleva más de 15 años tratando con huesos. “En cuanto al
trauma”, explica con serenidad, “lo que normalmente hemos estado viendo
son disparos a la cabeza.
Uno o dos, en general. Pero este individuo es
peculiar, porque no tiene ninguno. Entonces nos preguntamos ¿dónde puede
estar la muerte? Cuando estuve ordenando las vértebras, de repente
encontré que las cervicales 3 y 4, situadas en el cuello, estaban
destrozadas. Y aquí está la mandíbula”.
El hombre muestra las dos partes en las que está dividida
la mandíbula, las toma y las junta. Cuando casan, en el centro, justo en
medio de la barbilla, aparece un agujero perfecto menor que una
canica.
Entonces, agarra con la mano izquierda la mandíbula ya
unida, se la sitúa frente a la cara como quien coge del mentón el rostro
que va a besar, coloca la derecha en forma de pistola y, “pum”,
dispara.
“Fue un tiro en la cara, en la mandíbula, que entró por el
mentón y salió por el cuello. El disparo entra limpio, de ahí este
agujero, pero sale abriendo el destrozo. Es algo difícil de ver, pero
aquí está y es lo que es. Y no hay ningún otro trauma en ningún otro
sitio. O sea, que aquí tenemos a un joven al que alguien miró a los ojos
y disparó a la cara”.
Si le preguntas qué ha visto en las exhumaciones del
Cementerio de Guadalajara, responde: “He visto un montón de asesinatos.
Es todo lo que puedo decir. Muchos asesinatos”. Es el único momento en
el que una sombra cubre la luz de su cara. (...)
Un veinteañero a quien alguien disparó mirándole a los ojos, un
hombretón cuyo cráneo ni la bala pudo destrozar, un torturado molido
durante meses y vuelto a moler, el hombre joven que recibió un tiro en
el cuello y otro en la cabeza, quién sabe si por falta de pericia del
asesino o simplemente por saña.
Eso cuentan los huesos que no queremos oír. (...)
¿Por qué no lo hemos hecho? ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué no hemos escuchado a los huesos?
“Los 40 años de Dictadura más los 40 de Democracia son 80
años que han pesado sobre la población en muchos sentidos. En el miedo
continuado en la población que sí sufrió directamente las consecuencias
de la Guerra y la posguerra, y también en el olvido generado a través de
la educación, de la sociedad etcétera, el no querer hablar de esto. El
miedo es una de nuestras principales dificultades cuando estamos
trabajando.
Hace que la gente no se atreva a hablar cuando llegas a un
pueblo para preguntar dónde están las fosas, quiénes pueden estar en
ellas y demás. El miedo te lo encuentras en los familiares, que muchas
veces vienen a reclamar y te cuentan que no lo han hecho durante años
porque tenían miedo, no solo de lo que dirían sus vecinos, sino de lo
que dirían sus propios familiares. El miedo sobre todo de la población
en general: ¿Qué pasa si estás abriendo fosas?”.
René Pacheco sabe de qué habla. Aún recuerda la primera
vez que le dijo a su madre que iba a exhumar una fosa común de la Guerra
Civil. “Lo primero que se le ocurrió decirme fue: ‘René, ¿y no te va a
pasar nada?”." (Cristina Fallarás, CTXT, 31/05/17)
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