"Matilde Zapata nació en Sevilla, en 1906, y era una niña
cuando su familia se instaló en Santander. Su padre encontró un trabajo
como conserje en la Escuela Náutica y empaquetó vida y obligaciones en
un tren camino del norte.
Santander, a comienzos del siglo XX, era la
ciudad del sanatorio del doctor Madrazo, de la Escuela Normal de Maestras donde se graduó Consuelo Berges; la playa de provincias que María Blanchard cambió por París, la ciudad aristocrática de Concha Espina, la ciudad obrera que esperaba a Luciano Malumbres, el paisaje urbano que miraba, desde Cueto, Matilde Camus cuando abría el cuaderno de sus primeros poemas.
En el centro de la vida de Matilde Zapata siempre hubo política. Cuando
todavía era una niña se afilió al PSOE y llegó a ser presidenta del
Grupo Infantil de la organización en Santander. De ahí pasó a las
Juventudes Socialistas. A juzgar por todo lo que ocurrió después, nunca
ignoró que tomar partido en un país que se encaminaba a la guerra tenía
consecuencias. Por eso el destino siempre la encontró de pie.
La proclamación de la II República en abril de 1931
cambió el escenario y la vida de Matilde Zapata, que como tantos otros
empezó a pensar que había otro futuro posible. Después de una década de
dictadura, la izquierda se ponía al frente del país para abordar
reformas que habían sido postergadas durante demasiado tiempo. Matilde
Zapata, desde su lugar en la historia, se dedicó al trabajo de hacer
realidad lo que hasta entonces solo había sido utopía.
En La Región
Santander estaba lejos del ojo de huracán de los acontecimientos, pero
como un corazón que late y reparte la sangre por todos los miembros del
cuerpo, el torrente de la historia arrastraba al país entero, desde el
centro a la periferia.
En cada ciudad española, durante los años
treinta, latía una pulsión de cambio y una pulsión contraria de
resistencia; en cada ciudad se abría un camino que conducía al futuro y
otro que llevaba a la destrucción. El país respiraba el mismo aire,
avanzaba y retrocedía al mismo paso. En cada ciudad se libraba un
combate de agitación, propaganda, contrarreacción y política.
En el ambiente izquierdista de Santander todo el mundo conocía el periódico La Región.
Su director, Luciano Malumbres, lo definía como "una barricada viva
contra la reacción santanderina". Zapata y Malumbres se conocieron
durante los albores de la República.
Se casaron. Compartían ideas y un
proyecto común que se sostenía sobre la línea editorial de La Región:
visibilizar el movimiento obrero de la ciudad, dar voz a los que nunca
habían tenido voz y denunciar la impunidad de los grandes empresarios.
Matilde Zapata se convirtió en una de las principales colaboradoras del
periódico. A través de sus artículos reclamó los derechos de las
mujeres y defendió una igualdad efectiva en el ámbito laboral y
cultural. Sus escritos en La Región y su trabajo
-silencioso y silenciado durante años- en el Partido Socialista, la
convirtieron en un arquetipo de la mujer izquierdista, libre, culta y
luchadora.
En 1933 la derecha ganó las elecciones y
se hizo con el Gobierno del país. Se abrió un periodo de contrarreforma y
leyes derogadas. Las ocho páginas de La Región se
convirtieron en un lugar todavía más incómodo para los que no estaban
acostumbrados a escuchar reproches de quienes hasta entonces habían
trabajado a su servicio sin abrir la boca. Zapata y Malumbres empezaron a
transitar un terreno peligroso.
El país zozobraba
hacia el conflicto violento y, en febrero de 1936, cuando el Frente
Popular gana las elecciones, la ruptura comenzó a hacerse evidente. La
tensión se acumulaba en las instituciones, en los cuarteles militares,
en las páginas de los periódicos. Al hogar de Zapata y Malumbres
comenzaron a llegar amenazas de muerte.
El matrimonio se mantuvo firme. La Región se
publicó puntualmente, y puntualmente siguió denunciando las prácticas
de los terratenientes agrarios y la burguesía santanderina, la miseria
de los trabajadores y los ganaderos.
Hasta que alguien decidió que Luciano Malumbres se había
convertido en una voz demasiado incómoda. El asesinato se planea desde
Madrid. Un pistolero experimentado es enviado para poner fin a La Región y a Malumbres. La historia recoge un nombre: Amadeo Pico Rodríguez, militante de Falange.
El 3 de junio de 1936, en el bar La Zanguina,
Amadeo Pico dispara dos veces sobre Luciano Malumbres, que se encuentra
jugando una partida de dominó con unos amigos. El periodista es
trasladado a la Casa de Socorro y, posteriormente, al hospital de
Valdecilla, donde lo operan dos veces. El asesino se da a la fuga, pero
es acorralado por un grupo de obreros y termina muerto de un disparo.
La noche se echa encima de Luciano Malumbres, que muere a la mañana
siguiente. La noticia del atentando ocupa la primera página de La Región.
Matilde Zapata se ha encargado de ello. Mientras su marido agoniza en
el hospital, Zapata dirige la noche más larga en la redacción del
periódico. Y envía un mensaje a los asesinos: La Región seguirá adelante.
Durante todo el mes de junio el periódico no dejó de publicarse un solo
día. Zapata se convirtió en la directora oficiosa del medio. Compaginó
el cargo con su trabajo de auxiliar en la Biblioteca Municipal de
Santander. Desde las páginas de La Región investigó
la muerte de su marido, señaló a los responsables, denunció la
impunidad y continuó ejerciendo de portavoz de los trabajadores. Mantuvo
vivo el legado de Malumbres, sin miedo a los asesinos.
En la guerra
El 18 de julio de 1936 comenzó la Guerra Civil. En el Santander republicano La Región siguió
imprimiéndose a pesar de las dificultades propias de la situación. El
Gobierno del Frente Popular se negó a dar un trato preferente al
periódico que dirigía Zapata, equiparándolo al resto de medios locales.
Las noticias que llegaban desde el frente resultaban desalentadoras: la
República cedía posiciones y las tropas sublevadas se acercaban a
Santander. En 1937 Matilde Zapata abandonó el Partido Socialista, se
afilió al Partido Comunista y radicalizó la línea editorial de La Región.
Ni La Región ni
el Santander republicano ni Matilde Zapata sobrevivieron a la guerra.
El periódico publicó su último número el 29 de junio de 1937. El 14 de
agosto el general Varela comenzó la ofensiva sobre Cantabria
bombardeando Reinosa y Mataporquera. Las defensas apenas resistieron. El
24 de agosto el ejército sublevado ocupó Torrelavega y el general Gamir
Uribarri, responsable del republicano en Cantabria, ordenó la
evacuación de Santander.
Matilde Zapata se encontraba
entre los cientos de personas que marcharon hacia Asturias. El 26 de
agosto las tropas de Varela entraron en la capital cántabra. En los días
posteriores detuvieron a 17.000 personas. El 17 de septiembre, el
ejército franquista ocupó Tresviso, la última localidad cántabra
controlada por la República.
La periodista siguió
realizando labores de propaganda en Asturias, alentando a la resistencia
frente a un enemigo que continuaba avanzando. La situación no tardó en
hacerse insostenible y, a principios de 1938, Zapata embarcó rumbo a
Francia, camino del exilio, pero fue detenida por la flota franquista.
La condujeron de vuelta a Santander, donde fue sometida a un Consejo de
Guerra. Se la acusó de apoyar la causa marxista y de arengar a las
masas. Le impusieron dos condenas de muerte. Zapata, sin perder la
calma, le dijo al juez que se guardara una de las condenas para sí
mismo, porque algún día podría llegar a necesitarla.
Pasó sus últimos días de vida en una cárcel para mujeres improvisada en
el Grupo Escolar Ramón Pelayo. Le afeitaron la cabeza, como al resto de
reclusas, y la encerraron a esperar la muerte. Cuarenta mujeres fueron
ejecutadas en Cantabria por los vencedores de la guerra entre 1937 y
1942. Matilde Zapata fue conducida al cementerio de Ciriego en la
madrugada del 28 de mayo de 1938. La fusilaron al amanecer. Seis hombres
murieron con ella. Tenía 32 años.
Durante un tiempo
corrió el rumor de que había sido ejecutada mediante garrote vil en la
prisión provincial. Su memoria no se apagó con su muerte. Pocos
republicanos sobrevivieron a la depuración que siguió a la toma de
Cantabria, pero entre los que lo hicieron se mantuvo el recuerdo de una
mujer de convicciones firmes a la que el destino encontró siempre de
pie, como aquella noche interminable en la que cargó con un periódico a
la espalda mientras su marido agonizaba en Valdecilla por los disparos
de un pistolero fascista.
Sus restos siguen enterrados en una de las
nueve fosas comunes del cementerio de Ciriego, junto a otras 835
personas ejecutadas por el ejército franquista en los años posteriores a
la caída de Santander. (...)" (Miguel Ángel Chica
, eldiario.es, 25/03/20179
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