“Mis niños, mis niños. Como un desgarro, el grito de Catalina Sevillano
cae escaleras abajo. Un grupo de falangistas saca al arrastre a la
mujer, que enfila un desenlace inequívoco: la muerte a balazos a manos
de golpistas. Dos de sus hijos asisten a la terrorífica escena por los
restos tatuada en la memoria de Francisco, de 23 meses de edad, y de
Luis, con siete años.
Casi ocho décadas pasan hasta que la tierra rompe
en Paterna de Rivera (Cádiz) en busca de sus restos. O los del padre,
Francisco Vega, asesinado días después”.
Así comienza el periodista Juan
Miguel Baquero un libro de historias macabras que sucedieron no hace
tanto tiempo en este país y que todavía hoy suscitan el rechazo de buena
parte de la sociedad e incluso de dirigentes del partido del Gobierno.
Ésta en concreto sucedió en un enclave de la sierra gaditana, donde el
equipo destinado a exhumar la fosa localizó los restos de 10 personas.
El niño de siete años Luis, hoy ya octogenario, no faltó ni a una sola
jornada. (...)
Él mismo es bisnieto de un fusilado, Mariano Baquero Rodríguez,
de Coria del Río (Sevilla). “Era un industrial de la época, masón
republicano, amigo de Diego Martínez Barrios, de Blas Infante… Lo
soltaron en las Naves del Barranco, en Sevilla, y luego lo ejecutaron a
la altura del Puente de las Delicias. Igual que los soltaban, llamaban
para que los cogieran en otro sitio.
Lo ejecutaron en un lugar donde
trabajaba mucha gente del pueblo y hubo personas que lo vieron.
Afortunadamente, mi familia pudo ir a recogerlo y está enterrado en el
cementerio de Coria. Tuvieron esa tranquilidad de cerrar el duelo”,
afirma. Baquero ha vivido muy de cerca esa herencia de lucha
por la justicia que ha ido pasando de generación en generación hasta
llegar a la quinta, con su propio hijo, también Juan Miguel Baquero, de
diez años.
“Si no pudiera ir más a ninguna exhumación, me dolería.
Necesito contar sus historias. He visto imágenes que no se me olvidarán
en la vida, y no sólo un cráneo con un agujero de un proyectil, sino
restos óseos con evidencia de torturas que son terroríficas, imágenes
dantescas”, describe.
El filósofo Manuel Reyes Mate, que prologa
el libro, sostiene que aquel terror de los sublevados, “tan gratuito
como concienzudo, tenía una pretensión de largo alcance: desestructurar
las familias republicanas, infundir miedo y borrar huellas”. Y concluye:
“Si hoy, ochenta años después, presentamos estos relatos como novedades
es porque aquella estrategia funcionó”. (Olivia Carballar , La Marea, Rebelión, 29/12/16)
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