"Con cuatro años le regalaron un tren eléctrico. Un juguete muy deseado
por un niño de una familia modesta de los años cincuenta. Puso las pilas
y el tren comenzó a correr por los raíles. A las cuatro horas se paró, y
por más que hicieron por repararlo nunca volvió a funcionar. Era un
juguete de segunda mano.
Por aquel entonces, hace 54 años, Javier
Gurruchaga ya sabía el esfuerzo que había supuesto a sus padres comprar
aquel tren. Era consciente de la realidad que vivía. Intuía que
pertenecía a una familia muy humilde. Una familia republicana de
ferroviarios que dejaron de serlo a la fuerza.
En el año 1936, su
abuelo, su padre y dos de sus tíos trabajaban en el ferrocarril del
Urola hasta que, de golpe, fueron represaliados, despedidos y apresados
en campos de trabajo por el régimen franquista. Por 'culpa' de sus
ideas, tuvieron que dejar una vida para empezar otra de escasez y de
renuncias. (...)
Como a otras, a la familia Gurruchaga la Guerra Civil le cambió la vida.
-¿Qué recuerdos guarda de ese pasado familiar?
-Desde que yo era muy niño, en mi casa se hablaba del
ferrocarril. Era algo muy presente en nuestras vidas. Mi abuelo, mis
tíos y mi bisabuelo habían sido ferroviarios. En cualquier comida, en
cualquier sobremesa los mayores hablaban con mucha pena de aquellos años
de represión franquista.
Con tres o cuatro años entré en las escuelas
públicas de Amara, y recuerdo cómo teníamos que levantar el brazo en
alto, cantar el 'cara al sol'... había fotos de Franco por todas partes.
Tampoco se podía hablar euskera, que era el idioma de mis padres.
Estaba mal visto.
Muchos jóvenes iban a las ikastolas, sí, pero eran los
hijos de familias nacionalistas y de cierta posición, como se decía
entonces. ¡Y eso que yo tengo los ocho apellidos vascos...! Poco a poco
fui descubriendo qué significaba todo aquello. Nosotros llevábamos una
vida muy sencilla, aunque la buena comida jamás nos faltó.
-¿A su padre, abuelo y tíos los echaron del ferrocarril del Urola?
-Yo diría más bien que los depuraron. Ya sé que suena a
lista de régimen totalitario, como el nazi, pero es que así ocurrió. En
el certificado que les dieron lo ponía así: 'Depurados'. Y desde el año
1937 al 1941, mi padre y mis tíos estuvieron en un campo de
concentración, creo que por la zona de Burgos.
Cuatro años en un campo
de trabajos forzosos. Les quitaron el puesto de trabajo y todos sus
derechos. Antes de la guerra civil, la familia de mi padre vivía en la
casa de la estación de Zumaia. Entonces los ferroviarios tenían su
vivienda en la propia estación. Tenían una buena vida. Pero perdieron la
casa, el trabajo... sus sueños.
-Y tuvieron que buscarse una nueva vida.
-No les quedó más remedio. Mi abuelo pasó de jefe de
estación a trabajar de portero en la casa de un fascista en la calle
Prim, sacando brillo a los dorados de las puertas... Y mi padre que
trabajaba de factor meritorio en el tren -y después de cuatro años
preso-, pasó de manejarse entre letras y números a descargar bidones de
aceite industrial en el puerto de Pasajes.
Mi madre en aquellos años era
cocinera por horas y su padre, que era un txistulari muy del PNV,
también estuvo en la cárcel. Todo por defender unas ideas y estar en
otros bandos... Cuatro miembros de una familia, tan orgullosos de ser
ferroviarios y, de repente, nada de nada.
Gurruchaga no recuerda cuántas veces fue con su padre a la Diputación
para ver si «le daban algo» de lo que le correspondía por indemnización.
No había manera. «Solo a partir de 1977 empezaron a recibir algo, pero
una porquería. Un detallito.
Bueno, por lo menos algo más que a mis
abuelos. Los pobres jamás recibieron nada», relata el cantante, que
insiste en que él nunca fue ajeno a una situación tan injusta. «Un
ninguneo, una ignorancia total durante cuarenta años a tantas personas. Y
ahora por fin llega el homenaje», reconoce.
-¿Le parece que llega tarde este recuerdo?
-Nunca es tarde. Mejor tarde que nunca. Pero hoy se celebran
80 años... Ahora están todos muertos, y quizá sí es un poquito tarde.
Es una pena que los afectados no lo hayan podido vivir. Por fin se les
hace un reconocimiento público. ¡Tela marinera!
Poco antes de morir mi
madre, fui con ella al Museo del Ferrocarril de Azpeitia, y su director
nos enseñó un libro con fechas y nombres de los que habían sido
trabajadores y otra vez vi la palabra 'depurados'... es terrible. Los
puestos de mi padre y mis tíos los fueron ocupando nuevos ferroviarios
de otros bandos... Mi padre ahora tendría 102 años. Cuando me llamaron
de la Diputación para el homenaje me emocioné de verdad.
Gurruchaga vive a caballo entre Donostia, Madrid y México.
Confiesa que siempre ha tenido pasión, incluso obsesión por todo lo
relacionado con el tren. Como le ocurría a su padre. Forma parte de su
imaginario. Y han sido mucho los guiños que ha hecho a ese mundo a lo
largo de su trayectoria. Ahí está la canción 'Viaje con nosotros', un
clásico de su repertorio. O 'El maquinista de la general', un tema
dedicado a su padre y un homenaje a los trenes, «como vehículo de
expresión, de vivencias, de canciones», subraya.
Confiesa que siempre ha tenido «conciencia de clase». Y de
pertenecer a una familia de ferroviarios a los que arrebataron su forma
de vida. Recuerda a Vicente del Bosque, el exseleccionador de fútbol.
«Es que tiene una vida parecía a la mía.
No soy futbolero, pero me
resulta un hombre afable. Coincidimos en un evento y tras un rato de
conversación resultó que su padre y otros familiares también
ferroviarios y republicanos sufrieron la misma represión que mi familia,
aunque en otra zona»." (Elisa López, El Diario Vasco, 05/01/17)
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