"Ningún enclave tan pequeño de Galicia acumula tanta historia, tanta
belleza y tanto horror. San Simón es una isla diminuta en medio del
Atlántico. Mira a la ría de Vigo y como extendiendo la mano, con un
puente, se acerca a la pequeña isla de San Antón.
A lo largo de su historia, la isla de San Simón, fue empleada como
monasterio, lazareto y hogar para niños huérfanos. Fue habitada y
abandonada en numerosas ocasiones.
Saqueada e invadida y desde octubre
de1936 a marzo de 1943 convertida en el uno de los mayores mataderos
franquistas.San Simón fue un campo de concentración temido, oscuro y
siniestro donde la muerte era la salvación para dejar de padecer.
Piensen en los barracones de los campos de concentración de Auschwitz
o Mauthausen, magen repetida de judíos escuálidos hacinados en lo que
fue su corredor de la muerte, pues eso era San Simón, un lugar de
exterminio de presos republicanos procedentes de todo el territorio
español.
La isla de San Simón va a significar para el franquismo
represión, tortura y muerte. Un lugar para deshacerse de una parte de
los miles de presos que no caben en las cárceles.
Cercados por las grandes olas de la represión y la guerra, miles de
prisioneros se enfrentaron a las más duras condiciones de vida. Dormían
amontonados, en filas prietas que les impedían el movimiento. Comían lo
que podían: la mayor parte de las veces un rancho pobre cocinado a base
de mondas de patatas.
El agua era escasa, la comida inexistente, la ropa
se fue rompiendo convirtiéndose en girones, los zapatos, se rompieron o
se perdieron de manera que iban descalzos. Los presos de San Simón,
deambulaban por la isla como fantasmas. Los que ya no podían arrastrar
su cuerpo, se acurrucaban entre los piojos, la lluvia, y la humedad
esperando morir para que terminara aquel calvario.
Cientos, miles de hombres de todo el Estado español, acusados de
delitos que nunca habían cometido, de hombres inocentes que verán sus
vidas truncadas y que nunca podrán olvidar, los que quedaron vivos, esa
isla, en la que pasaron los años más terribles de sus vidas.
Pero el frío y el hambre y la sarna no eran lo peor de San Simón.
Quienes por allí pasaron sufrieron la peor de las torturas: un
permanente estado de miedo. Miedo a que su nombre resonase alguna noche,
envuelto en la oscuridad del paseo y la muerte.
Un miedo alimentado por
las falsas esperanzas de libertad comprada al que durante un tiempo fue
el director de la prisión, Fernando Lago Búa, “El carnicero de San
Simón”, un miedo acrecentado por las voces, los insultos y los malos
tratos propinados por un hombre de Dios: el padre Nieto, un jesuita
vigués que oficiaba la misa con su pistolón al cinto, era el encargado
de dar el tiro de gracia.
Según recogen los comentarios de algunos
presos que quedaron vivos, este jesuita, llegó a machacar la cabeza con
un enorme crucifijo a un preso que estaba a punto de ser fusilado El
motivo, no quiso confesarse.
En las primeras semanas de la guerra San Simón fue una especie de
cárcel provisional para presos gubernativos que aún no habían sido
encausados por la jurisdicción militar, con el propósito en muchos casos
de sacarlos, bien entrada la noche, y conducirlos a juicios militares o
directamente asesinarlos.
En esa época, muchos de los detenidos de San
Simón fueron víctimas de sacas organizadas por elementos de Falange y
por los llamados “cívicos”, y ejecutados en las cunetas de las
carreteras y ante los muros de los cementerios.
La podredumbre moral que envolvió la isla en aquellos años: los
fusilamientos masivos, las condiciones inhóspitas de los presos, las
enfermedades y el hambre que convirtieron San Simón en el centro
penitenciario más terrible del franquismo, ya que se decía que de San
Simón no se regresaba vivo.
Al finalizar la guerra a los franquistas se les planteó el problema de qué hacer con los no aptos –bien por desnutrición o bien por su avanzada edad para trabajar. Desde 1936 hasta 1944, 6000 enfermos crónicos, viejos, inútiles y discapacitados que se habían convertido en un estorbo fueron concentrados en un único centro penitenciario, en el que pagaran muchos, con su propia vida por su doble condición de parásitos sociales y de enemigos de la Patria. La Isla de San Simón fue el lugar escogido para encerrar a este colectivo.
Hambrientos, enfermos y tristes, aquellos nuevos inquilinos del
infierno fueron prisión y azuzo el hambre de todos los que allí se
encontraban. La gran hambruna que se vivió a principios de los cuarenta
causo estragos entre la población de reclusos. En San Simón murieron 450
presos de hambre.
El 12 de febrero de 1943, coincidiendo con el principio del fin del régimen nazi, se evacua la isla de “despojos humanos”, mediante decreto de Franco en el que se posibilitaba que los reos pudieran escoger destino penitenciario. Por decreto de 17 de Diciembre de 1943, 274 septuagenarios, pueden ir libremente a morir a sus casas. Algunos no llegaron fallecieron por el camino.
El campo de concentración de San Simón fue un antro donde se practicó
la tortura física y moral con tanta saña como lo hiciera la pasada
Inquisición. Acostumbrada aquella soldadesca a un comportamiento cruel e
inhumano en todos los conceptos, se habían formado un complejo de
superioridad y los prisioneros para ellos eran cosas tan insignificantes
que los mataban con tanta facilidad y desenfado como si se tratara de
simples muñecos de entrenamiento.
Eran los vencidos, los derrotados, los
que a nada tenían derecho. Fueron tratados como animales atacados por
una enfermedad contagiosa, todo rodeado de alambradas y unos guardianes
ebrios de venganza y odio.
El sufrimiento y la muerte de aquellos que han quedado por el camino
en aquella maldita isla,arrimados a los camposantos, con los huesos
entreverados de suicidas, represaliados o marineros devueltos por el
mar, se ha cementado con cal viva, para que se pierda su rastro.
La de
San Simón es una de las historias de la guerra que ha sido silenciada.
Pero, poco a poco, la capa de olvido comienza a desaparecer. Y las olas
que cercaron una parte de la verdad histórica ya no son tan altas. Es un
deber moral no arrinconar tanto sufrimiento, aunque muchos no quieran
oírlo y otros prefieran olvidarlo." (Sol López-Barrajón, Memoria Histórica, 25/10/16)
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