"En los expedientes de funcionarios de Arturo Sanmartín y
Sofía Polo pone que murieron "a causa de los acontecimientos de la
guerra civil".
Los papeles, hoy en el archivo de Alcalá de Henares
(Madrid), no recogen que a Arturo, inspector de enseñanza primaria en
Palencia, lo pasearon por la calle mayor de la ciudad para vejarlo antes
de asesinarlo.
Ni que estuvo escondido en un desván. Ni que se desplomó
cuando le contaron que a Sofía, también maestra, la engañaron, la
sacaron de casa y la mataron en una carretera.
Los
dos estaban vinculados al Partido Socialista y sobre su muerte, a los 39
y 35 años, hay una única certeza: "Que fueron asesinados por maestros y
por rojos", afirma con rotundidad la pequeña de sus hijas, Natalia
Sanmartín Polo.(...)
Depurar a la profesión docente se antojó desde el
principio una prioridad para los sublevados. Todos los maestros y
maestras de las zonas ya en manos de los franquistas tuvieron que
solicitar su depuración para poder continuar con el ejercicio de la
docencia.
Los censos elaborados por historiadores que han estudiado la
represión en las escuelas arrojan que al menos una cuarta parte de los
docentes –había un total 50.527 en el escalafón de 1935, según la última
estadística oficial del Ministerio de Instrucción Pública– fue
castigado de uno u otro modo: separándolos definitivamente de la
enseñanza, con traslados forzosos, con inhabilitaciones para ejercer
cargos directivos, jubilaciones a la fuerza, expedientes
disciplinarios... El franquismo separó del servicio para siempre a uno
de cada diez expedientados.
El régimen pretendía
llevar a cabo el proceso de depuración en un periodo de tres meses y así
lo estableció en su normativa cuando creó las comisiones para tal fin.
Pero el grueso de la injerencia en las aulas no se completó hasta 1942,
aunque hasta bien entrados los cincuenta se continuaron abriendo nuevos
expedientes en un goteo constante.
Los señalamientos a docentes se
basaban en los testimonios de las "fuerzas vivas" de los pueblos: lo que
decía el cura o la Guardia Civil.
Sobre Sofía Polo se dijo que "era una marxista, una mala persona que
envenenaba las mentes juveniles". Ya muerta, en 1937 la Comisión
Depuradora del Magisterio de Palencia le abrió un expediente en el que
se afirmaba que "se dedicó a la política de izquierdas, no cumplió con
sus deberes religiosos y observó una mala conducta".
El BOE de enero de
1940 recogió la separación definitiva del servicio de la maestra. Ese
mismo año, llamaron a juicio a Arturo Sanmartín por responsabilidades
políticas. Le pusieron una multa de 50.000 pesetas que intentaron
cobrarse, una vez asesinado el inspector, en bienes familiares.
El 18 de julio de 1936 cogió a los hermanos Sanmartín Polo en San
Sebastián de vacaciones con una tía. "Mi padre estaba presidiendo uno de
los tribunales de las oposiciones en Palencia y mi madre se quedó con
él, por eso ellos no se vinieron", explica Natalia, que ahora tiene 85
años y es capaz de ofrecer un relato detallado repleto de fechas,
nombres propios y lugares que marcaron su infancia y su adolescencia.
Toda su vida, en realidad, porque lleva "siembre el sambenito de ser
hija de unos rojos". (...)
Bien entrada la década de los ochenta, apareció entre los papeles de la
carpeta de Natalia como funcionaria en la administración –ha sido toda
su vida maestra, como sus padres– un informe de la Guardia Civil fechado
de los años cincuenta.
"A pesar de los antecedentes de los padres,
observa una conducta moral sin tachas", pudo leer antes de que un
funcionario hiciera mil pedazos el folio. "Me dijo que no sabía por qué
eso estaba aún ahí", cuenta. (...)
"He tenido la suerte de vivir con personas que nunca nos
ocultaron que aquello fue un crimen", asume. Los detalles de la crueldad
de sus muertes los conoció a los 18, "muy arropada emocionalmente por
el entorno".
"Eres niña, pero no tonta. Una chica que
había estado con mis padres antes de que fueran asesinados y que venía
huyendo recaló en nuestra casa en Calaceite en el 37. Hasta entonces mis
tías no supieron a ciencia cierta que estaban muertos. De repente se
vistieron todas de negro y lloraban. Yo seguía preguntando que cuándo
iba a volver mi mamá y nadie me respondía.
Ya sabes, lo sabes aunque no
te lo digan. Lo hablábamos con mis hermanos, sabíamos que ya no iban a
venir", recuerda Natalia.
Asesinar y represaliar a
tantas maestras y maestros como Sofía y Arturo dejó las escuelas
franquistas sin docentes. Tanto, que el régimen se vio obligado a
revisar los expedientes de depuración en un proceso paralelo que duró
hasta finales de los años sesenta.
En el 59% de los casos, se suavizaron
las sanciones. Ese vacío de plazas fue ocupado por excombatientes,
excautivos y exoficiales del ejército –y sus familiares–. Primero como
interinos y después como funcionarios tras pasar unas oposiciones
diseñadas ad hoc para ellos.
"Toda mi vida he querido parecerme a mis padres, seguir
sus pasos. Difundir, como hicieron ellos, la enseñanza libre para todos y
todas, gratuita, laica, sin distinción de clases", relata Natalia. Con
85 años asegura que no se ha bajado de esos principios en toda su vida
laboral.
"Cuando empecé en la enseñanza de adultos en los años 80, mi
clase tenía un crucifijo y dos retratos: uno de Francisco Franco y otro
de Primo de Rivera". Los quitó el primer día, recuerda, igual que su
padre se peleó con el profesor de religión de su escuela para retirar
los que había en los años treinta.
"La ausencia de
mis padres la sentiré siempre. Te duele. Me duele cuando hablan de
olvidar. Recuerdo perfectamente lo que decía un amigo dentista de mi
familia cuyo entorno había sido represaliado por dar atención médica en
las minas de Teruel. Hija mía, me decía, perdonar quizá, pero olvidar,
nunca. Porque olvidar –parafrasea ella muy convencida– es como matarlos
dos veces". (Sofía Pérez Mendoza ,
eldiario.es, 19/11/2016)
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