"(...) Quiere que Agustín Alonso le cuente su primer trabajo: "Pues eso, que yo
tenía ocho años, si los tenía. Nos obligaron a los tres guajes que
quedábamos en el pueblo, Prudencio, Lucinio y yo, a que enterráramos
bien los cuerpos de unos fusilados que los lobos habían vuelto a sacar a
la superficie.
Eran 10 ó 12, pero no se me olvidará uno de ellos:
vestía un chaleco nuevo de pana y pantalones a juego; reloj y sombrero.
Nunca he dejado de preguntarme quién sería aquel hombre". Quiere Rotilio
que Desiderio y Laurentino Rodríguez, de pie sobre la tierra que
suponen guarda los restos de su padre, le hablen del día que se llevaron
a su madre a la prisión de San Marcos, en León:
"La dejaron tener en la
celda a nuestra hermana pequeña, que tenía meses, pero enseguida se la
quitaron", dice Desiderio. "Y se ve que la guaja", añade Laurentino,
"extrañó a la madre y enfermó. Ya no dejó de llorar hasta que murió".
"Se llamaba Fermina", apunta un hermano. "Se llamaba nada", corrige el
otro, "porque no estaba bautizada y el cura la enterró en un rincón del
cementerio".
El tiempo fue pasando, pero el silencio seguía
envolviéndolo todo. La represión franquista en el Ayuntamiento de
Villamanín había sido tan brutal que una de sus consecuencias más
duraderas fue el miedo. "Todo el mundo sabía cosas", explica, "pero
nadie las quería contar. Incluso familias que tenían muertos preferían
callar.
Decían: bueno, ya no vamos a revolver más el asunto. Ésa era la
frase. Mataron a muchísimos. A mi padre le mataron hermanos, le mataron
cuñados; a mi madre le mataron al padre. Pero cuando intentabas sacar la
conversación, se retenían, no te contaban. A mí el que más me contó
sobre la guerra fue aquel tío mío que estuvo por el monte".
El tío de Rotilio se llamaba Armando Bayón. Su historia se
merecería mucho más, pero en resumidas cuentas se puede decir que estuvo
escondido de 1937 a 1950. "Él y otros muchos", explica su sobrino,
"hasta que los fueron matando a todos. Sólo quedaron vivos él y otro
más.
En el invierno de 1945, bajó al pueblo de Busdongo. Allí lo
escondieron en casa de María, una mujer de izquierdas, viuda y con un
hijo. Pero, como mi tío no aparecía ni vivo ni muerto, los guardias
civiles redoblaron los registros.
Si lo encontraban escondido en una
casa, lo matarían a él y a su protector. Así que tuvo que volver al
monte, pero en el invierno de 1947 el frío le arrancó las uñas de los
pies. Bajó de nuevo al pueblo y lo metimos en casa. Mi padre le hizo un
escondite en un armario, detrás de la ropa. Un día llegaron los
guardias. Mi tío se metió en el armario con la pistola que siempre
llevaba encima. Ya nos había dicho que si lo sorprendían, se pegaría un
tiro antes de caer preso.
Un guardia se acercó al armario, lo abrió,
apartó la ropa, lo vio allí, de pie, con la pistola en la mano... Y
volvió a poner la ropa en su sitio y cerró la puerta. No sabemos por qué
lo hizo. Al día siguiente mi padre consiguió arreglar para que mi tío
marchara a Vigo.
Estuvo cerca de un año. A principios de 1951, marchó en
un barco para Brasil. Llevaba documentación falsa con el nombre de un
muerto. Al parecer, se la proporcionó un oficial de la Guardia Civil que
trabajaba para el PCE... (...)" (El País, 05/09/04)
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