"En la hacienda de Don Pedro Rivero era obligado tener un
comportamiento impecable, el cacique le exigía trabajar de sol a sol,
limpiar de forma constante, preparar la comida, limpiarle el culo a su
vieja madre cuando se hacía sus necesidades, además de mantener
relaciones sexuales con un personaje que le resultaba repulsivo, sentía
mucho asco, pero el viejo sabía cómo chantajearla al ser un miembro
destacado de Falange en Tamaraceite.
Desde un principio Manuela Travieso tuvo que acatar las exigencias
del cacique, su hermano estaba preso en el campo de concentración y
exterminio de El Lazareto en Gando, su militancia en el Frente Popular
tenía su vida constantemente pendida de un frágil hilo. El fascista
usaba ese argumento:
-O jodes conmigo o esta madrugada tu hermano Juanjo desaparece para siempre. (...)
Una mañana de abril se acercó al campo de exterminio con su madre y
su abuela, andando desde Tamaraceite hasta Telde, para luego bajar la
ladera hasta El Carrizal. Un militar de guardia les dijo que Juanjo ya
no estaba allí, al ver sus caras extrañadas, horrorizadas, les comentó
que lo habían soltado, que si no había vuelto a casa quizá se hubiera
ido para Venezuela como hacían tantos presos.
Las tres mujeres salieron desconcertadas, no entendían nada, hasta
que llegando a una pequeña tienda de aceite y vinagre en la dura subida
hacia Ingenio se les acercó un hombre mayor, los ojos llorosos, la cara
muy arrugada, muy flaco, con los brazos repletos de cicatrices.
-No digan nada mis hijas, yo estaba con Juanito en el mismo
barracón hasta hace dos semanas, me soltaron porque tengo Mal de San
Vito y ya estoy muerto, al chiquillo se lo llevaron para matarlo y
desaparecerlo, según le escuché al Capitán Samsó y al hijo del Conde de
la Vega, lo tiraron por la Mar Fea dentro de un saco con piedras dentro.
Las mujeres se abrazaron una a la otra, un abrazo largo, un llanto
silencioso para no levantar sospechas, pasaba una camioneta cargada de
falangistas que las miraba curiosos. El anciano se quedó quieto azotado
por el viento, la barba cana, el pelo blanco largo, que le llegaba por
los hombros, también por sus ojos brotaban lágrimas. (...)
Ya en Tamaraceite al día siguiente la chica no fue a trabajar, a
media mañana el terrateniente mandó a Carlos Trujillo, su mayordomo y
asistente, a buscarla, para que se presentara urgentemente en su puesto
de criada.
El esbirro vestido de Falange con correajes y pistola
golpeaba la puerta, nadie respondió, solo Adita la vecina le dijo que no
había nadie, que se habían marchado aquella misma madrugada, que
llevaban muchos bultos de ropa y enseres hacia un destino desconocido.
Esa misma tarde la joven Manuela veía perderse en el horizonte su
isla amada, como su madre y su abuela la despedían en el muelle cuando
partía destino a La Habana, a casa del padrino de bautizo, Cosme Tejera,
huyendo de la esclavitud sexual y el maltrato de aquel psicópata
asesino. (...)" (Viajando entre la tormenta, 30/05/16)
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