"(...) Encarcelaron a su amado Juan Tejera aquella noche que lo fueron a
buscar a la humilde casita de Tamaraceite, los hijos, la hija Lola
miraban como se lo llevaban engrilletado con las manos a la espalda,
cabizbajo, mientras el cojo Acosta, abusador sexual de niños, lo azotaba
con la vara de acebuche.
-Yo no he hecho nada cabrones, malditos fascistas, soy un hombre
honrado.
–Les dijo mientras bajaba el callejón de San Lucas hacia el
campo de concentración de La Isleta-
La desolación inundó la casa cuando Juan ya no estaba, los
chiquillos lloraban, Lola con solo nueve años acogía a sus hermanitos
pequeñitos refugiados en las cajitas de tomates, hacía de madre en su
infancia madura por la violencia y el crimen de estado.
Medio pueblo de Tamaraceite estaba siendo torturado, las mujeres y la niñas violadas por las hordas falangistas. (...)
La madre preparaba la cena, un caldo de papas con cilantro, un
olor que inundaba aquel espacio de tristeza, mientras Juan era torturado
en el calabozo del antiguo Ayuntamiento, Pernía lo azotaba con la pinga
de buey, Manolo Acosta disfrutaba viendo su cuerpo desnudo, Penichet le
tiraba de los testículos con los alicates, Gustavo de Armas disfrutaba
junto a Ezequiel Betancor del espectáculo dantesco mientras tomaban ron
del charco, borrachos pedían más, más brutalidad, sobre el cuerpo
destrozado del pobre jornalero picador de piedras.
Francisca González los acogió a todos, a Lola, a Juan, a Manolo, a
José, Javier todavía no había nacido, estaba nadando en su vientre como
una semilla perdida en un océano infinito. Se durmieron abrazados en el
camastro de paja, los gritos y lamentos se mezclaron con el canto
desesperado de los alcaravanes. (...)" (Viajando entre la tormenta, 06/06/16)
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