"Fuimos a comulgar y pregunté al cura: “Padre, ¿qué es la ostia?” Sin
contestar me dio un guantazo que me tiró escaleras abajo. Al caer el
oído me empezó a sangrar. A continuación bajó aquellas escaleras, se
dirigió hacia mí, me cogió por el cuello de la camisa y me dijo: “Lo que
yo te he dado es una hostia pero lo que tú vas a recibir es la sagrada
comunión.” Desde aquel día estoy sorda del oído izquierdo.
“Fue horrible. Estoy segura de que conmigo se experimentó. No han
logrado encontrar los informes médicos, no han aparecido. Todos los días
me ponían una inyección blanca o amarilla. Tuve neumonía, rubeola y
paperas lo largo de los tres meses que estuve en el preventorio. No es
normal”.
Estos testimonios forman parte de la infancia silenciada y olvidada
de Julia García y Dolores Zamorano en el preventorio antituberculoso de
Guadarrama (Madrid) y que cuentan a modo de exorcismo. Al igual que
otras muchas niñas, Julia y Lola vivieron allí una serie de maltratos
físicos, psíquicos y abusos sexuales que les robaron la infancia.
Aquellos preventorios eran la “cara amable de una dictadura que seguía
fusilando y que, por no tener, no tenía ni Ministerio de Sanidad”.
Los preventorios antituberculosos engrosan la lista de instituciones que
practicaron el terror con miles de mujeres y menores durante el
franquismo. A partir de 1940 el Servicio de Colonias Preventoriales,
dependiente del Patronato Antituberculoso, empezó a organizar estancias
para niños de 7 a 12 años en diversos centros como el Preventorio Infantil del Doctor Murillo,
en Guadarrama, Madrid.
La España moribunda de la posguerra no podía
asistir a todos los enfermos de la tuberculosis que asolaba al país y
por ello se fueron construyendo estos sanatorios que pronto se
convirtieron en un “contenedor” de niños procedentes de familias sin
recursos que, a pesar de no tener ningún enfermo de tuberculosis, veían
en ellos la única manera de garantizar un plato de comida para sus
hijos.
Al igual que en otros centros los hijos de “rojos”, de madres
solteras o procedentes de familias humildes se convirtieron en el blanco
de las iras de muchos cuidadores: “Una noche una niña se hizo pis y
como castigo le quemaron el culo. Eso lo he visto yo”, nos explica Julia
que estuvo internada en Guadarrama de 1963 a 1968.
El 14 de octubre de 1957 Franco inauguró los Hogares Mundet,
en Barcelona, que continuaron activos hasta finales de los años
ochenta. Por allí pasaron miles de niños que relatan castigos
desgarradores. Palizas gratuitas, abusos sexuales o privación de
alimentos fueron algunas de las prácticas que, aunque quizás no fueron
generalizadas, sufrieron aquellos internos.
El mapa de torturas se amplía con el colegio de San Fernando, en Madrid. Al igual que los Hogares Mundet,
dicho colegio estuvo gestionado por la orden de los Salesianos y por
las monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl que cometieron
abusos de todo tipo.
Un hecho que diferencia a San Fernando del resto de centros fue el tráfico y venta de menores para trabajar en unas condiciones que rozaban la esclavitud.
Las humillaciones también tuvieron su escenario en los
psiquiátricos que acogieron a miles de niños sanos solo por el hecho de
no someterse a las consignas del régimen. Los “rojos”, a menudo, eran
considerados deficientes mentales o locos y los hijos de éstos no
quedaron al margen de estas desacreditaciones.
Una vez más había que
convertir a aquellos niños al nuevo régimen al precio que fuera, bastaba
con ser un “rebelde” para ser ingresado en un hospital psiquiátrico.
Una vez dentro les administraban calmantes como, por ejemplo, la
trementina (usado normalmente en caballos), les sometían a
electrochoques o pasaban meses aislados. El psiquiátrico más temido fue Sant Boi, en Barcelona, un centro del que muchos niños no salieron nunca.
Todos estos datos están recogidos en el libro Los internados del miedo (editorial Now Books),
una magnífica investigación de los periodistas Montse Armengou y Ricard
Belis en la que encontramos cientos de testimonios denunciando aquel
régimen de terror durante el franquismo.
Un libro necesario, lleno de
heridas y verdades incómodas que saca a la luz, entre otras muchas
historias, el horror de la violación que sufrió Dolores por parte de un
cura o la infancia rota de Julia. Jirones de vida que al leer te queman
por dentro. Un alegato frente al anonimato de miles de españoles a los
que nuestras instituciones han negado la reparación." (Beatriz Nogal, La Lamentable, 13/06/16)
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