"En la estancia de al lado estaban los cuerpos de los cinco hombres
fusilados, olía raro, como a una mezcla de pólvora y sudor frío. El tiro
en la nuca se lo dieron a Matías López en el ojo izquierdo, la bala le
salió por la sien, todos parecían bebés acurrucados en el suelo, como
esperando el amparo maternal imposible, desamparados por el brutal
estruendo que les atravesó el pecho como una bola de fuego.
Los hijos de
Pancho lloraban más allá de los arenales, el camión partió hacia la
fosa común y el reguero de sangre marcaba el camino, la señal más
terrible, desde La Isleta al cementerio de Las Palmas.
La gente miraba sin pararse por miedo al paso del vehículo, su
avance lento dejaba entrever lo que había dentro, cuerpos amontonados
unos sobre los otros, una energía desconocida, la que se produce cuando
se junta todo el dolor, el odio más feroz que solo puede partir de
mentes criminales, las que dejaron una estela de muerte, más de cinco
mil canarios asesinados tras el golpe de estado del 36.
A la altura de la calle Albareda un brazo quedó colgando con un
reloj de pulsera destrozado, gotas de sangre manando de los dedos
morenos, ningún falangista hizo nada, la mano parecía señalar a quienes
miraban desde las ventanas y las azoteas, se cerraban las puertas al
paso de la caravana de la muerte, un silencio sepulcral que atravesaba
las Alcaravaneras, la soledad de las dunas, la oscuridad de la calle
Triana y el colonial barrio de Vegueta en aquel lluvioso y triste día de
marzo.
En el exterior del cementerio varias mujeres vestidas de negro con
pañuelos en la cabeza, la guardia civil custodiando la entrada de los
camiones, las fosas abiertas manaban sangre, cientos de cuerpos eran
arrojados de uno en uno, algún tiro en la nuca si alguna de las víctimas
se movía o parecía seguir respirando.
Aquel sangriento rigor, una especie de ritual terrorífico que
inundaba el corazón muerto de la vieja ciudad, una urbe para el crimen,
mientras en cada rincón de las islas eran asesinadas miles de personas,
no había escapatoria del laberinto, solo presagios terribles, también
campanas en la catedral que tocaban a rebato el son de la muerte,
sotanas manchadas de sangre daban la comunión en cada parroquia,
confesaban a quienes seguían creyendo que un Dios superior estaba detrás
del genocidio, la construcción de un mundo de razas superiores,
consignas y arengas, la patria más tenebrosa, siniestras flores negras,
el incierto futuro." (Viajando entre la tormenta, 20/06/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario