11/6/15

"Un ambiente huraño, receloso y esquivo era la nota imperante. Las miradas de odio eran insistentes flechazos que hacían temblar"

"(...) En islas como La Gomera y El Hierro los responsables de estas tareas, amparados por los grupos dirigentes locales, actuaron con total impunidad. Así lo recogieron los investigadores Ricardo García Luis y Juan Manuel Torres en los años ochenta en Vallehermoso, al norte de La Gomera, foco de resistencia obrera y en el que la represión fue feroz

: "Quien daba palos era un cabo de la Guardia Civil. Los falanges iban arriba, denunciaban a un tío (…) y este cabo decía «tráigalo para arriba», y venga leña (…) Aquí barrió por todos".

Se calcula que casi ocho mil personas pasaron solo por los centros de detención de Fyffes y Gando durante aquellos años de la guerra. El testimonio de las torturas y vejaciones a las que fueron sometidos los presos han llegado hasta nuestros días gracias a algunos presos que dejaron testimonio escrito de ello.

 Fue el caso del dirigente socialista tinerfeño Manuel Bethencourt del Río que en sus diarios contó cómo vivían esos momentos de tortura a otros compañeros: “Algunos nos tapamos los oídos para a lo menor no oír –aunque sabíamos– lo que estaba ocurriendo. Pero, cuando retirábamos las manos de la cara, creyendo terminado aquel horror, volvíamos a oír los golpes –que sentíamos, casi, en nosotros mismos– y los lamentos de «¡¡ay, mi madre!!», «¡¡no me peguen más, por Dios!!», «¡¡que me muero, que me matan, socorro!!».

Pero la represión no fue exclusivamente física. Fue también económica, social, laboral, cultural, moral. Se manifestó de diversas maneras y no dejaría de estar presente durante los años siguientes a la finalización de la Guerra Civil. 

Miguel Ángel Cabrera en su libro pionero sobre el estudio de la represión franquista en El Hierro afirmaba que “se destruyen las bibliotecas (quemadas por los falangistas), se extirpa el interés por la cultura, se instala el más ciego apoliticismo, se desvincula la Isla del transcurrir histórico estatal y mundial, se generaliza el miedo (miedo a hablar, miedo a recordar...), etc.”. 

Además, propiedades y bienes de todo tipo les fueron incautados a las personas que se vincularon con las organizaciones de izquierdas, favoreciendo esto los intereses de aquellos adeptos al nuevo régimen que aprovecharon la ocasión para apoderarse de aquellos. Fue así como algunas fortunas crecieron y, en otros casos, como se ganaron una posición destacada en sus respectivas localidades. 

El caso del socialista Domingo Cruz Cabrera en La Laguna es un ejemplo, pues había sido el promotor del conocido como Barrio Nuevo en la ciudad y, tras ser detenido y desaparecido, sus propiedades pasaron a manos de otras personas próximas al régimen. El nuevo orden se había impuesto por la sangre. Pero no solo eso, pues sus familias sufrían también las repercusiones de todo aquello. 

Su hija, Rosario Cruz, recordaba como "a mi madre le registraban la casa, le tiraban las plantas, le aventaban lo que tenía (...) yo estaba en el colegio cuando vino Franco y a mí me echaron del colegio porque mi madre  no  me  puso el traje de Falange, me echaron a la calle...eso sí me acuerdo, de mi infancia esa parte es muy dura....me echaron porque mi madre no quería que me pusiera el uniforme, ni mis hermanos". La represión fue también clave durante la posguerra y afectó notablemente a los familiares de los represaliados canarios.

"…ya nada volverá a ser como antes". Emigración y silencio en la posguerra canaria
"De la ciudad alegre, tranquila y hospitalaria nada quedaba en pie", recordaba Mauro Martín Peña, quien fuera concejal comunista y que había sido detenido después del golpe. "Un ambiente huraño, receloso y esquivo era la nota imperante. Las miradas de odio eran insistentes flechazos que hacían temblar". 

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