"(...) En islas como La Gomera y El Hierro los responsables de
estas tareas, amparados por los grupos dirigentes locales, actuaron con
total impunidad. Así lo recogieron los investigadores Ricardo García
Luis y Juan Manuel Torres en los años ochenta en Vallehermoso, al norte
de La Gomera, foco de resistencia obrera y en el que la represión fue
feroz
: "Quien daba palos era un cabo de la Guardia Civil. Los falanges
iban arriba, denunciaban a un tío (…) y este cabo decía «tráigalo para
arriba», y venga leña (…) Aquí barrió por todos".
Se
calcula que casi ocho mil personas pasaron solo por los centros de
detención de Fyffes y Gando durante aquellos años de la guerra. El
testimonio de las torturas y vejaciones a las que fueron sometidos los
presos han llegado hasta nuestros días gracias a algunos presos que
dejaron testimonio escrito de ello.
Fue el caso del dirigente socialista
tinerfeño Manuel Bethencourt del Río que en sus diarios contó cómo
vivían esos momentos de tortura a otros compañeros: “Algunos nos tapamos
los oídos para a lo menor no oír –aunque sabíamos– lo que estaba
ocurriendo. Pero, cuando retirábamos las manos de la cara, creyendo
terminado aquel horror, volvíamos a oír los golpes –que sentíamos, casi,
en nosotros mismos– y los lamentos de «¡¡ay, mi madre!!», «¡¡no me
peguen más, por Dios!!», «¡¡que me muero, que me matan, socorro!!».
Pero la represión no fue exclusivamente física. Fue
también económica, social, laboral, cultural, moral. Se manifestó de
diversas maneras y no dejaría de estar presente durante los años
siguientes a la finalización de la Guerra Civil.
Miguel Ángel Cabrera en
su libro pionero sobre el estudio de la represión franquista en El
Hierro afirmaba que “se destruyen las bibliotecas (quemadas por los
falangistas), se extirpa el interés por la cultura, se instala el más
ciego apoliticismo, se desvincula la Isla del transcurrir histórico
estatal y mundial, se generaliza el miedo (miedo a hablar, miedo a
recordar...), etc.”.
Además, propiedades y bienes de todo tipo les
fueron incautados a las personas que se vincularon con las
organizaciones de izquierdas, favoreciendo esto los intereses de
aquellos adeptos al nuevo régimen que aprovecharon la ocasión para
apoderarse de aquellos. Fue así como algunas fortunas crecieron y, en
otros casos, como se ganaron una posición destacada en sus respectivas
localidades.
El caso del socialista Domingo Cruz Cabrera en La Laguna es
un ejemplo, pues había sido el promotor del conocido como Barrio Nuevo
en la ciudad y, tras ser detenido y desaparecido, sus propiedades
pasaron a manos de otras personas próximas al régimen. El nuevo orden se
había impuesto por la sangre. Pero no solo eso, pues sus familias
sufrían también las repercusiones de todo aquello.
Su hija, Rosario
Cruz, recordaba como "a mi madre le registraban la casa, le tiraban las
plantas, le aventaban lo que tenía (...) yo estaba en el colegio cuando
vino Franco y a mí me echaron del colegio porque mi madre no me puso
el traje de Falange, me echaron a la calle...eso sí me acuerdo, de mi
infancia esa parte es muy dura....me echaron porque mi madre no quería
que me pusiera el uniforme, ni mis hermanos". La represión fue también
clave durante la posguerra y afectó notablemente a los familiares de los
represaliados canarios.
"…ya nada volverá a ser como antes". Emigración y silencio en la posguerra canaria
"De la ciudad alegre, tranquila y hospitalaria nada quedaba en pie",
recordaba Mauro Martín Peña, quien fuera concejal comunista y que había
sido detenido después del golpe. "Un ambiente huraño, receloso y esquivo
era la nota imperante. Las miradas de odio eran insistentes flechazos
que hacían temblar".
Muchas de aquellas personas, presos y familiares,
optaron por salir de las Islas. El regreso a casa no había sido el
soñado y para entonces Venezuela, país de acogida de miles de emigrantes
canarios, fue también destino de muchos expresos políticos que salieron
de Canarias en barcos clandestinos. (...)" (Aarón León Álvarez
- Las Palmas de Gran Canaria, eldiario.es, 06/06/2015)
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