"Al lado de Buitrago, un municipio en el vértice norte de Madrid con una
brillante historia con raíces en el Medievo, se levanta el muro de
contención de uno de los embalses más importantes de España: el embalse
de Riosequillo.
(...) hubo, entre 1945 y 1958, un lugar de penalidades y trabajos forzados: un
destacamento penal o campo de trabajo habitado (es un decir) por presos
políticos republicanos dedicados a levantar el muro de contención, a
construir la presa y a redimir condena. Pocos, en el pueblo, recuerdan
esa historia. (..)
Dos son las excepciones que conozco. La primera, el protagonista de un reportaje aparecido en el periódico Senda Norte de
noviembre de 2007. una de las referencias informativas de esa comarca.
La segunda, un viejo habitante del pueblo de Villavieja del Lozoya, de
nombre Julián Pérez, a quien se conoce en el pueblo como "El inglés".
El protagonista del reportaje, llamado Bonifacio, hace
un par de alusiones al campo de trabajo. Una de ellas, más que
ilustrativa: "En la segunda mitad de la década de los cuarenta comenzó
la construcción de la presa del embalse de Riosequillo. En la obra, al
igual que se había hecho en la perforación de los túneles del
ferrocarril, se destinó un destacamento de penados que vivían en
barracones al pie de la presa", contaba.
"El inglés", apodo que le viene de sus ojos intensamente azules y,
seguro, de un cabello que fue rubio antes de la vejez, nació en 1936,
carecía de memoria de la Guerra Civil y entró a trabajar en el
destacamento penal en 1950 con catorce años de edad. Un aprendiz en un
lugar inhóspito, pensado para la redención de penas de presos políticos
republicanos mediante el trabajo esclavo, un invento que venía de la
Alemania del nazismo, atemperado por el redentorismo de la iglesia
católica de entonces.
Él no era preso, formaba parte de los trabajadores
que complementaban la labor de los presos, trabajadores que se
desplazaban a diario y a pie desde pueblos como Gandullas, Villavieja,
Gascones, pequeñas localidades de la zona, hoy casi deshabitadas.
En mi conversación pude hacerme una idea de lo que fue la cotidianidad
en los barracones. Y supe que él no era el único adolescente que allí
trabajaba (su padre estaba en la fragua): "Había más chicos de mi edad",
me dijo. "Incluso el hijo del encargado, llamado Domingo Arranz Mansilla,
trabajaba con los presos".
Supe, a lo largo de la conversación, que el
destacamento tuvo alrededor de un centenar de prisioneros, algunos con
largas condenas de cárcel o con penas de muerte conmutadas. Que antes de
que Franco ordenara la construcción del barracón que
los "acogería", vivieron hacinados en un garaje de Buitrago (cien presos
en un garaje en los años cuarenta: no es difícil hacerse a la idea) y
que, desde el garaje, situado en el casco urbano, eran conducidos cada
mañana, en fila y vigilados por numerosos agentes de la Policía Armada
(la policía nacional de Franco), a la presa, ubicada a
varios kilómetros del pueblo Después, hacia 1948, los policías armados
fueron sustituidos por guardias civiles.
Mientras Julián me contaba todo aquello, yo imaginaba
los inviernos de la sierra norte y casi podía ver, en blanco y negro, la
fila de presos cruzando el pueblo, caminando carretera adelante hacia
las obras del embalse y pensaba que probablemente nadie saliera de las
casas a contemplar la escena, que quizá los miraran tras los visillos,
que haber vivido, aunque fuera como testigos, aquella experiencia, lejos
de ser un acicate para la memoria había sido una vacuna contra ella,
un "mandato" de olvido de la propia dictadura, una muestra de sus formas
de escarmiento de cualquier veleidad democrática. (...)
En 1947, o quizá en 1948, según Julián, los presos
fueron trasladados del garaje al barracón al pie de la presa. Ya no
había caminatas hasta el embalse: la mano de obra esclava tenía corto y
directo acceso a andamios, zanjas y cantera. Poco a poco, llegaron, de
la lejana Andalucía ("la mayoría de los presos eran andaluces", me dijo Julián Pérez)
algunos familiares de los condenados que se construían miserables
chabolas en las cercanías del destacamento: gentes desarraigadas de su
medio familiar, sumidas en la incertidumbre, viviendo una forma
prolongada de la condena del cabeza de familia.
En ese microcosmos de la
abyección, la vida cotidiana se desarrollaba de una manera precaria,
casi en el límite de la supervivencia. Supe, en esa conversación con "El
inglés", que en el campo no sólo se trabajaba para la construcción del
embalse: "Allí se hacían las celsas para las bóvedas del Valle de los
Caídos", me dijo Julián. Supe también que con él trabajaba el hijo del encargado y que había un carpintero llamado Ángel,
procedente del pueblo de Navaluenga.
La vida cotidiana del campo, como
en tantos otros campos de concentración que hemos visto en el cine,
contaba con un preso que era médico y que fue "designado" médico del
destacamento para atender tanto a los presos como a los
trabajadores "civiles". Pregunté a Julián por las
razones de su condena y me contó que había sido acusado de atender y
curar a varios integrantes del maquis en la provincia de Almería.
Los presos vivían (es un decir) en barracones, carecían de servicio y
de duchas, la cocina era atendida por algunos de ellos y la comida era
escasa por no decir miserable. Si uno visita hoy la zona donde se
encontraban sus instalaciones (al pie del muro de contención de la
presa) no verá un sólo vestigio que indique que allí se levantaron.
Al
contrario de lo que ocurrió con los de otros campos de Europa, han
desaparecido: el franquismo tuvo muchos años a su disposición para
borrar las huellas de su vesania mientras en los campos de Centroeuropa
la derrota del nazismo y la entrada en ellos de los aliados lo impidió.
No hay placa que recuerde a los artífices de la presa, casi todas las
historias del embalse omiten a quienes la levantaron, las memorias del
Canal de Isabel II lo silencian y sólo referencias puntuales en libros
como Esclavos por la patria, de Isaías Lafuente dan testimonio de ello..
Julián era casi un niño, era trabajador civil y no
preso, y su versión está muy lejos de ser rotundamente antifranquista.
Es la de quien recuerda y, ya se sabe, la memoria de la infancia a veces
dulcifica el pasado. Pero su relato suple, en gran medida, la falta de
material gráfico sobre la vida cotidiana en los destacamentos penales,
en concreto en el de Riosequillo: no hay fotografías, no hay fragmentos
de película, el No-Do de aquellos años no recogió una sólo imagen de su
vida cotidiana. (...)
"Había dos condenados por estraperlo que vivían aparte de los presos
republicanos, tenían casa alquilada y contaban con mujer y criada", me
dijo "El inglés". También llegó a conocer algunos episodios de fuga
consumada: "un catalán que trabajaba en la cantera, que se escapó por la
noche y al que no encontraron nunca" o "un preso que no trabajaba" -Julián lo
calificó como "un señor", seguramente estraperlista- que se perdió por
la carretera Nacional I y años después escribió al director del
destacamento "invitándole a pasar las Navidades en Francia".
La
obligatoriedad de asistir a la misa que celebraba Domingo Martín Ramos, un "cura de Burgos" según Julián, o
la obligada "celebración" del día de la patrona de los presos son
anécdotas, entre las muchas que me contó, que nos hablan de otro mundo,
de un mundo enterrado que debe de emerger para bien del equilibrio
emocional colectivo.. (...)
La prodigiosa memoria de mi interlocutor no dejó casi nada en el olvido:
nombres (Juan Arranz, el encargado, Mariano Ballestas, el aparejador…),
escenas de lo más variopinto dentro y fuera del campo, los sueldos de
los trabajadores "civiles" (4,75 pesetas al día los aprendices, 5,75
los "pinches"), la misérrima asignación a los presos para evitar la
inanición de sus familias (1 peseta diaria).
Un microcosmos en blanco y
negro al que algún día espero que se acerque nuestro cine, o nuestro
teatro, o nuestra narrativa. Es la gran deuda que tenemos los creadores
con un mundo criminalmente enterrado debido, entre otras razones, a que
en él no hubo apenas presos escritores, o fotógrafos que, aunque fuera
de modo clandestino, recogieran aquella terrible realidad.(...)" (Nueva tribuna, 18/06/2015 , Blog Al margen )
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