"(...) «Voy a enviarle», me dijo, «un documento que quizá le interese sobre
un familiar de Sanz Briz.» Al cabo de unos días llegó en el correo. Era
el ejemplar correspondiente al Boletín Oficial Eclesiástico de la
Diócesis de Ávila del 29 de abril de 1939, recién acabada la guerra
civil. Se titulaba Instrucción pastoral de los huidos a la zona
marxista.
Lo firmaba el obispo de Ávila, Santos Moro Briz, tío del
diplomático. Y empezaba así: «Estos días están regresando a sus pueblos
muchos de los que en el verano de 1936 huyeron a la zona roja. Con este
motivo algunos sacerdotes han acudido al Prelado solicitando normas
sobre la conducta que deben observar ante los problemas que plantea este
regreso».
Los problemas estaban vivamente descritos en una nota a pie de
página y los relataba un cura que permaneció al principio de la guerra
por la parte republicana y que predicaba en la zona donde, precisamente,
habían asesinado al hermano del obispo Santos. Decía el cura en la
carta que había enviado al obispo y que este reproducía:
«En toda
aquella parte impera la barbarie y la venganza; sólo seis rojos han
llegado hasta ahora al pueblo y han asesinado a cuatro. (...).
A los
pobres desgraciados no se les permite la estancia en otros pueblos, ni
el demorar su vuelta, no los admiten en las cárceles o campos de
concentración, sino que les obligan a volver a los pueblos, donde por
aquella parte les espera una muerte cruelísima a palos y golpes».
A partir de aquí comienza, propiamente, la instrucción pastoral del
obispo Santos. «Que estos desventurados parias (¡así se los quiere
tratar!) vean en vosotros al padre que perdona y olvida. Y esto aun
cuando alguno de ellos hayan sido vuestros perseguidores, asesinos de
vuestros hermanos en el sacerdocio...». «Asesinos de vuestros hermanos»
dice el obispo. (...)
La historia de la guerra y de la posguerra civiles está repleta de
venganzas y tiene el color del carbón y de la sangre. Mucho menos
conocidas son este tipo de instrucciones, divinas de tan humanas.
Mi querido Jiménez Lozano lo explicaba con una gran precisión y
conocimiento en una de las cartas que me envió:
«Era un tiempo, el
tiempo de los vencedores -y un vencedor de cualquier guerra es un
vengador, y peor si la guerra es civil. (...). Procurador clerical en
Cortes hubo a quien se le reprochaba haberse dejado ver con un pistolón
en tiempos de guerra, pero algunos pocos sabían que bastantes vidas
salvó ese exhibicionismo, porque para tener autoridad en ciertos
momentos hay que exhibirse como ultra, porque había que frenar a
energúmenos.
Un obispo recomendaba a sus clérigos que no faltasen nunca a
los duelos y entierros de los llamados nacionales y allí hicieran la
ceremonia lo más larga posible en la iglesia y en el cementerio hablaran
largo rato, porque de lo que se trataba era de no dejar que se dieran
gritos de Vivas o Muertes y que no hubiera arengas políticas que
engendraban odio y venganza. Y se logró bastante, como se logró del otro
lado con la misma práctica.
Y a veces con exhibición de fuerzas y de
falsos pero enérgicos ultraísmos. A ver cuando alguien hace la historia
de los Besteiro y los curas, alcaldes o jefes de comité que conservaron
el honor de la humanidad, y de los que hubo más de los que parece, y
tenemos necesidad de estas historias para no sentirnos indebidamente en
un corral de vacas».
Habría que escribir esa historia, por supuesto. Pero hay una cierta
pregunta delicada: ¿Quién la leería? ¿Quién lee en España lo que no le
confirma? (...)" (Arcadi Espada, El Mundo, 14/11/2014)
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