“París, 24 de septiembre de 1943
Visita del pastor B., que acude con frecuencia a leerme poesías.
Conversamos sobre la situación; según su modo de ver las cosas, sólo tiene una
salida: el empleo de la nueva arma.
En Alemania todo el mundo susurra maravillas
acerca de ella, bajo la intervención y dirección secretas de los servicios de
propaganda. La gente cree que es posible aniquilar grandes partes o incluso la
totalidad de la población inglesa.
Desde luego esa misma gente está convencida
a la vez, y no sin razón, de que en la parte contraria -y no sólo entre los
rusos, sino también entre los ingleses alientan iguales deseos. Los grandes
ataques con fósforo, como el lanzado contra Hamburgo, constituyen ya una
realización local de tales deseos.
Y así se llega, en este desierto de
incendios, a esperanzas y sueños que se atarean en borrar de la existencia a
grandes pueblos. Significativo del grado en que los seres humanos han quedado
prendidos en la maleza roja es el hecho de que un clérigo no sólo haya sido
víctima de esa locura, sino que divise en el exterminio la única salvación.
Se
ve a esas gentes ir desapareciendo paso a paso en las tinieblas, en la muerte
espiritual, como desaparecían en la montaña los niños de Hamelin, de que habla
el cuento popular.”
(Ernst Jünger: Radiaciones II. Diarios de la
segunda guerra mundial (1943-1948). Tusquets Editores, 2005. Págs. 147/8)
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