"Resulta imposible establecer una fecha concreta. Los testimonios, la
mayoría ya fallecidos, hablaban de un fatídico atardecer del año 1944.
En los registros oficiales, sin embargo, no queda ni rastro de aquella
tarde de barbarie.
Decenas de niños entre tres y cinco años fueron
arrancados a golpes de los brazos de sus madres, presas en la cárcel de
mujeres de Saturraran (Euskadi), para ser enviados a un destino incierto
a bordo de un tren.
El historiador Ricard Vinyes recoge los hechos en su obra Presas políticas.
“Funcionarias y religiosas ordenaron a las presas sin previo aviso que
entregasen a sus hijos. Al parecer hubo un alboroto considerable,
palizas y castigos.
Teresa Martín tenía cuatro años y sólo recuerda
estar siempre con su madre: 'Siempre o en brazos de mi madre o de la
mano de mi madre. Sólo nos separaron una vez, pero fue para siempre'”. (...)
“La prisión central de Saturraran estaba formada por un complejo de
varios edificios pertenecientes a la Iglesia que diferenciaba a las
presas en madres, ancianas y jóvenes. Las reclusas estaban custodiadas por unas 25 monjas de la Merced, un sacerdote, un funcionario de prisiones y alrededor de 50 militares”, señala a Público
González Gorosarri, que añade que el lugar “más característico” de la
cárcel era la “celda de castigo”.
“Esta celda se encontraba a la altura
del río que pasaba por detrás del edificio anteriormente denominado
Barrenengua. En consecuencia, siempre tenía un palmo de agua en el suelo
que alcanzaba casi el metro cuando subía la marea”.(...)
Durante los seis años en los que se mantuvo operativo el penal fallecieron entre sus muros 120 mujeres y 57 niños y niñas.
El hambre y la falta de higiene formaba parte de la vida cotidiana de
las reclusas. Los testimonios recopilados por la investigadora describen
cómo las monjas robaban la comida de presas y niños
para venderlo en el mismo economato de la cárcel o en el estraperlo y
confiscaban los alimentos que enviaban las familias de las presas.
“Por
ello, la madre superiora Sor María Aranzazu Vélez de Mendizabal,
conocida entre las presas como La Pantera Blanca, fue posteriormente
destituida”, agrega González Gorosarri.
En la cárcel se
amontonaban sin distinción las presas políticas (lazos con partidos o
sindicatos afines a la República) y las presas comunes (en su mayoría
prostitutas o abortistas). “Los presos políticos hombres eran separados
de los presos comunes. Sin embargo, el régimen negaba a la mujer su condición de sujeto político activo por lo que era encarcelada junto a presas comunes”, explica la investigadora.(...)
La
obra de González Gorosarri recoge el testimonio de Balbina Lasheras
Amezaga, quien fue conocida en la prisión de Saturraran como 'la peque',
ya que era una de las más jóvenes del penal. Balbina fue detenida el 21
de junio de 1937 cuando las fuerzas falangistas entraron en Bilbao, su
ciudad de nacimiento.
En aquel momento tenía 16 años y se encontraba jugando a 'la cuerda' con sus amigas.
La acusaron de haber delatado a unos vecinos falangistas que vivían en
un chalet cercano. Permaneció encarcelada 5 años, 4 meses y 10 días. (...)
Tras dos breves estancias en diferentes cárceles de Euskadi, Balbina
fue trasladada a Saturraran. “Pasamos mucho, mucho frío. Debajo teníamos
el río y había mucha humedad. Muchas mujeres se murieron de tifus.
Don Luis Arriola, que era el médico de Ondarroa en aquella época,
también era el médico de Saturraran.
Nos daba una vacuna contra el
tifus. La vacuna decía que había que tomar la inyección en tres tandas.
Aquel ¿sabes qué hizo? ¡Meternos toda la vacuna de una vez! Menos mal
que las jóvenes podíamos mantenernos en pie para poder atender a todas
aquellas mujeres que estaban por el suelo. No se podían levantar de la
fiebre que tenían”, recuerda Balbina.
En un pabellón distinto al
de Balbina, en el de las madres, se encontraba Ana Morales. Tenía 17
años cuando la denunciaron por ser espía comunista. Ella lo negó todo.
No obstante, y a pesar de estar embarazada, ingresó en prisión. En la cárcel de Ventas (Madrid) dio a luz a su primer hijo. Meses después fue trasladada a la cárcel de Saturraran junto a otras 25 madres con sus 25 niños.
“Entraban
30 litros de leche todos los días. Pero la leche era para las monjas,
no era para los niños ni para las madres. A nosotras, a veces, nos daban
un café, sin azúcar ni nada, porque el azúcar lo vendían de estraperlo
(…)
Mi hijo tuvo catarros fuertes y una vez las que estaban en la
oficina con el director le dijeron al médico que por qué no le recetaba
algo. Y dice: '¿Cómo le voy a recetar si no tiene dinero para comprarlo?'”, relata Morales, que recuerda el día en el que los niños mayores de tres años desaparecieron. (...)
“No sé si fueron las monjas o fue el Estado, pero mandaron un autocar
con monjas teresianas, que vinieron de paisanas. A las madres nos
mandaron a lavar al río. Al volver al pabellón no había ningún niño mayor.
Todos los niños mayores se los habían llevado en el autocar. Y, claro, a
las madres les daban ataques. '¿Dónde están mis hijos? ¿Quién se los ha
llevado?', repetían”.
Uno
de estos niños que vivió sus primeros años en la prisión es Rosa
Pajuelo. Con dos años de vida fue trasladada junto a su madre a la
prisión de Saturraran. Allí estuvo hasta los cinco, cuando su madre la
entregó a una presa del pueblo que salía en libertad para evitar que
fuera 'requisada' por las monjas. “Mi madre me contó que dormíamos
juntas en una habitación.
La de al lado tenía sarna, la
otra tenía piojos, la otra enfermedades… mi madre siempre me metía
debajo de ella”, rememora Pajuelo, que señala que no recuerda haber
pasado hambre porque su madre le dio el pecho hasta los tres años.
En 1944, con la II Guerra Mundial terminada y ante el temor de que la
victoria de los aliados pusiera fin a la dictadura fascista en España,
el régimen decidió echar el cierre al penal, o como lo definió la presa
republicana Tomasa Cuevas: el almacén de mujeres.
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