7/5/13

Abría una trampilla redonda y metía la lata allí... entonces comenzaba un griterío pavoroso y al cabo de unos diez minutos, lentamente, volvía el silencio



"SOLDADO DE PRIMERA BOCK


Holbiinger me dijo: «Richard, ¿te interesa ver una acción?». Yo dije: «Sí, me interesa mucho», y él dijo: «Te llevaré esta tarde». Fuimos a Birkenau en coche, no adonde más tarde estuvo la rampa, sino a la cuesta donde el tren se detenía. Era un transporte de Holanda y los judíos holandeses que llegaban a Auschwitz eran muy elegantes y ricos. 

Aparcó allí la ambulancia y yo me quedé sentado dentro, fingiendo ser el copiloto. Entonces los lleva-ron a todos en un camión hasta el Búnquer Uno, donde había cuatro grandes pabellones. Los pabellones no tenían azotea, sólo un tejado en pendiente. Holbiinger no tenía que hacer nada al principio. Entraron en el pabellón y los recién llegados tuvieron que desnudarse, y entonces llegó la orden: «Preparados para desinfección». 

Había grandes montones de ropa por allí, y una tabla alrededor, para que no se desparramaran las prendas. Y los recién llegados, los holandeses, tuvieron que ponerse encima de aquel montón de ropa para desnudarse. Muchos escondieron a los niños bajo las ropas, los tapaban y luego exclamaban: «Listo». Salieron todos. Tenían que correr desnudos aproximadamente veinte metros entre el pabellón y el Búnquer Uno.

 Había dos puertas abiertas, los presos entraban y cuando ha-bía entrado un determinado número, cerraban las puertas. Pasó tres veces, y cada vez Holbiinger bajaba de la ambulancia y él y uno de los jefes de bloque subían por una escalera con una especie de lata; en el tejado había un agujero redondo y él abría una trampilla redonda y metía la lata allí, la sacudía y luego cerraba la trampilla. Entonces comenzaba un griterío pavoroso y al cabo de unos diez minutos, lentamente, volvía el silencio.


Abrieron la puerta, lo hizo un Sonderkommando de presos, y salió una neblina azulada. Miré dentro y vi una pirámide. Habían ido subiéndose unos encima de otros hasta que el último se quedó en la parte superior, todos encima de todos, y los presos tuvieron que entrar para separarlos. Estaban enredados y había que tirar muy fuerte para soltarlos. 

Luego volvimos al pabellón y le tocaba el turno de desnudarse a los últimos, los que habían conseguido re-zagarse. Una chica de hermoso cabello negro, una chica guapa, estaba agachada y no quería desnudarse y un hombre de las SS se acercó y le dijo: «Parece que no quieres desnudarte», y ella se echó el cabello hacia atrás y se rió un poco. Entonces él se me y regresó con dos presos que la desnudaron rasgándole literalmente las ropas.

 Luego, la asió cada uno de un brazo y entre los dos la arrastraron hasta el Búnquer Uno y la hicieron entrar de un empe-llón. Luego los presos tuvieron que comprobar dónde habían escondido a los niños pequeños y llevárselos. Se los llevaron, abrieron rápidamente las puertas, arrojaron a los niños dentro y cerraron las puertas."



 (Richard Holmes: Un mundo en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona, 2008, págs. 296/7)

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