"SOLDADO DE PRIMERA BOCK
Holbiinger me dijo: «Richard, ¿te
interesa ver una acción?». Yo dije: «Sí, me interesa mucho», y él dijo: «Te
llevaré esta tarde». Fuimos a Birkenau en coche, no adonde más tarde estuvo la
rampa, sino a la cuesta donde el tren se detenía. Era un transporte de Holanda
y los judíos holandeses que llegaban a Auschwitz eran muy elegantes y ricos.
Aparcó allí la ambulancia y yo me quedé sentado dentro, fingiendo ser el
copiloto. Entonces los lleva-ron a todos en un camión hasta el Búnquer Uno,
donde había cuatro grandes pabellones. Los pabellones no tenían azotea, sólo
un tejado en pendiente. Holbiinger no tenía que hacer nada al principio.
Entraron en el pabellón y los recién llegados tuvieron que desnudarse, y
entonces llegó la orden: «Preparados para desinfección».
Había grandes montones
de ropa por allí, y una tabla alrededor, para que no se desparramaran las
prendas. Y los recién llegados, los holandeses, tuvieron que ponerse encima de
aquel montón de ropa para desnudarse. Muchos escondieron a los niños bajo las
ropas, los tapaban y luego exclamaban: «Listo». Salieron todos. Tenían que
correr desnudos aproximadamente veinte metros entre el pabellón y el Búnquer
Uno.
Había dos puertas abiertas, los presos entraban y cuando ha-bía entrado un
determinado número, cerraban las puertas. Pasó tres veces, y cada vez
Holbiinger bajaba de la ambulancia y él y uno de los jefes de bloque subían
por una escalera con una especie de lata; en el tejado había un agujero redondo
y él abría una trampilla redonda y metía la lata allí, la sacudía y luego
cerraba la trampilla. Entonces comenzaba un griterío pavoroso y al cabo de unos
diez minutos, lentamente, volvía el silencio.
Abrieron la puerta, lo hizo un
Sonderkommando de presos, y salió una neblina azulada. Miré dentro y vi una
pirámide. Habían ido subiéndose unos encima de otros hasta que el último se
quedó en la parte superior, todos encima de todos, y los presos tuvieron que
entrar para separarlos. Estaban enredados y había que tirar muy fuerte para
soltarlos.
Luego volvimos al pabellón y le tocaba el turno de desnudarse a los
últimos, los que habían conseguido re-zagarse. Una chica de hermoso cabello
negro, una chica guapa, estaba agachada y no quería desnudarse y un hombre de
las SS se acercó y le dijo: «Parece que no quieres desnudarte», y ella se echó
el cabello hacia atrás y se rió un poco. Entonces él se me y regresó con dos
presos que la desnudaron rasgándole literalmente las ropas.
Luego, la asió
cada uno de un brazo y entre los dos la arrastraron hasta el Búnquer Uno y la
hicieron entrar de un empe-llón. Luego los presos tuvieron que comprobar dónde
habían escondido a los niños pequeños y llevárselos. Se los llevaron, abrieron
rápidamente las puertas, arrojaron a los niños dentro y cerraron las puertas."
(Richard Holmes: Un mundo
en guerra. Historia oral de la segunda guerra mundial, ed. Crítica, Barcelona,
2008, págs. 296/7)
No hay comentarios:
Publicar un comentario