"La vida de María, no obstante, no fue más fácil que la de su madre.
Cuando estalló la guerra civil esta mujer tenía 17 años recién
cumplidos. Conoció a su marido, y padre de sus ocho hijos, Joaquín Pérez
Sicilia, durante la Guerra Civil , en la cárcel de Jaén, donde
compartía celda con uno de sus hermanos.
Su padre había muerto poco
antes del inicio del conflicto, uno de sus hermanos fue fusilado en
noviembre del 39 y el otro huyó a la sierra para no correr la misma
suerte que su familiar. “Con nosotros, el régimen se encabronó sobremanera”, resume María, quien en los años de la Guerra tuvo que trabajar para poder llevar alimentos a su hermano encarcelado.
Tras
“picar mucha piedra”, como ella misma señala, María y su marido deciden
emigrar a Madrid, en 1947, para intentar mejorar su vida y la de los
suyos. No había sabido nada de su hermano huido. Sin embargo, al poco de
llegar a la capital un guardia civil de Escañuela se presentó en la
casa de María y se llevaron preso a Joaquín, su marido.
Se trataba de
una acción destinada a forzar la entrega de su hermano Adriano, que
seguía en la sierra. Al día siguiente, María fue a buscar a su marido
con ropa y comida, iba con su hijo de 17 meses en brazos, y embarazada de otro, pero también fue apresada.
María pasó dos días y una noche en el cuartel de Vallehermoso. En ese tiempo le pegaron varias veces con un vergajo para quitarle al niño,
pero ella resistió. Al mismo tiempo, habían encarcelado en Jaén a su
madre, Juliana Cortés, de 64 años, a la que pegaron y metieron en una
poza con el agua hasta las rodillas para forzarla a decir dónde estaba
su hijo.
Pero nadie lo sabía. Hasta cinco familiares llegaron a estar procesados por esta causa. A María, a Joaquín -su marido- y a su madre -Juliana- les condenaron a seis años de cárcel; a su hermano Miguel, a 20.
María
recuerda, como si fuera ayer, el día del juicio: “Se celebró en una
sala enorme, como un pabellón de deportes, en el que juzgaron de una vez
a unas trescientas personas. Estaban unos sentados en bancos y otros de
pie y levantaban la mano conforme eran nombrados.
Entramos todos como una manada de cerdos,
serían las nueve de la mañana, y a las dos de la tarde estaba todo el
mundo fuera…. Todo estaba escrito ya”, recuerda hoy María, quien tras
cumplir condena y dar a luz a su segundo hijo en la propia cárcel volvió
a Madrid para proseguir su vida.
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