30/1/13

"Nos enteramos de que en la calle los judíos estaban siendo apaleados por jóvenes polacos"

"Rhoda Henelde explicó el lunes, en el Palau de la Generalitat, su testimonio personal durante el día internacional en memoria de las vícitimas del Holocausto. "Cuando Alemania ocupó Polonia, los judíos polacos como ya se sabe fueron encerrados por los nazis primero en guetos, luego en campos de concentración y de trabajo y finalmente de exterminio.

 Algunos sin embargo sobreviveron a base de escabullirse de las garras de esos asesinos escondiéndose o siendo escondidos por buenos y valientes vecinos, otros se hicieron pasar por polacos católicos en la zona área. Y otros por último, como en el caso de mis padres conmigo de bebé en brazos, lograron escapar a la Unión Soviética".

"Aunque nací en Varsovia, ciudad natal de mi familia paterna, unos meses antes de la invasión alemana el barrio en el que vivimos ya había sido convertido en un guetto por el gobierno polaco -antes judío-, por suerte cuando entró en él la Gestapo yo no me encontraba ahí, mi madre me había llevado a la pequeña ciudad de sus padres y mi padre en cambio se había quedado en su trabajo en el guetto cuando entraron los alemanes. No sé cuánto tardó en evadirse de allí ni cómo atravesó los 150km a pie entre tanques y bombardeos de los nazis para reunirse con nosotras".

"Pasamos los primeros meses de la guerra en un pueblo de Bielorusia en una casa de un bosque cercano. Cuando esta ciudad fue bombardeada por los alemanes mi padre corría conmigo en brazos hacia los refugios al oir las sirenas y explosiones, que recuerdo. Ahí al no disponer de un pasaporte ruso, pronto los soviets descubrieron nuestra entrada ilegal a su país. 

 Reclutaron a mi padre para servir en el ejército rojo, y a mi madre embarazada con su segundo hijo y a mí, nos metieron en un tren de ganado y nos deportaron a Siberia para vivir vigilados en una comuna humana de mujeres en la ciudad de Tomsk".

"Mi madre realizaba trabajos forzados a cambio de una ración de pan mientras dejaba a los niños en una guardería. Pasamos tres años de la guerra en el infierno siberiano, en el cual mi madre, sólo logró salvar de aquella hambruna y terribles heladas a la mayor de sus dos hijos. Además de enfrentarse a la noticia de que mi padre había caido en el frente".

Al cabo de ese tiempo, gracias a la amnistía concedida por los presos polacos en Rusia, conseguido por el gobierno de Polonia en su exilio londinense, nos sacaron de Siberia y de nuevo en un tren de ganado logramos pasar los dos últimos años de la guerra en un pueblo perdido en las estepas de Ucrania donde el trabajo de mi madre consistía en labores agrícolas".

"En la escuela de ese pueblo hice el primero y segundo año de Primaria y siendo la única niña judía además de aguantar las palizas de los niños a veces la maestra se refería a mí como la "sucia judía" algo habitual en Ucrania. Ahí celebramos el fin de la guerra, la victoria sobre los nazis alemanes y la buena noticia de que los rusos iban a repatriar a todos los judíos polacos. Y así fue".

"En un tercer viaje en tren de ganado, llegamos a una ciudad en la baja Silesia, con la vuelta a nuestro país natal creimos que nuestro sufrimiento había terminado pero desgraciadamente aquello no supuso el fin de nuestras vivencias. Los repatriados nos instalamos en algunas de las casas que aún quedaban en pie abandonadas por la población alemana que huyó con lo puesto. 

Mi madre y yo, nos alojamos en una buhardilla que me pareció un palacio. Tendría entonces unos siete años y mi madre me prometía que regresaríamos a su pueblo natal para enterarse de la suerte que habían corrido mis abuelos y mi tío".

"Al poco tiempo, sin embargo, nos enteramos de que en la calle los judíos estaban siendo apaleados por jóvenes polacos y ayuntados bajo una lluvia de pedradas aterrorizados permanecíamos encerrados en las viviendas. Empezábamos a pasar hambre de nuevo, y no sabíamos qué sería de nosotras".

"Una noche, varios hombres llamaron a nuestras puertas y hablándonos en yidish dijeron que nos llevarían a un lugar seguro. Se trataba de judíos palestinos, miembros de la brigada judía que se formó para luchar bajo bandera británica contra los nazis alemanes en Europa".

"Al terminar la guerra, esta brigada de Palestina recibió orden de permanecer en Europa y ayudar a los supervivientes además de recoger a los niños ocultos. Ellos fueron nuestra salvación, nos llevaron a un gran edificio, tal vez un antiguo hospital, lo organizaban como un kibbutz. De aquél lugar recuerdo que mi madre trabajaba en la cocina y mientras pelaba patatas en el patio me enseñaba el alfabeto hebreo ya que yo sólo había aprendido el cirílico".

"Cuando mi madre le pidió a los brigadistas que le facilitaran una visita a su pueblo natal se lo prohibieron tajantemente porque suponía una muerte casi segura. En cuanto a su familia, todos los judíos de aquella zona le dijeron que fueron llevados a Treblinka, se enteró además horrorizada de que también mi familia paterna fue transportada desde Varsovia al mismo campo de exterminio".

"Aún sorprende a muchos el dato de que terminada la guerra hasta tres grandes masacres de supervivientes tuvieron lugar en Polonia. Según el historiador David Bankier unos 2.500 fueron asesinados y muchos de ellos arrojados desde los trenes en marcha al volver a sus antiguos hogares".

A la vista de ésto, los brigadistas junto con algunos luchadores de los guettos no tardaron en organizar el movimiento conocido como "Brijá" -huida en hebero- con el fin de sacar a los judíos de sus países natales, de Polonia, Hungría y Rumania.

"Llegó el día en que mi madre me anunció que íbamos a abandonar Polonia, pero por separado, ya que los brigadistas llevarían a los niños por caminos más seguros. Lo acepté, pues de lo contrario nos quedaríamos en Polonia. Nos llevaron a los niños a una especie de campamento de verano donde estuvimos varias semanas mientras iban trayendo más niños de varios lugares incluyendo algunos niños que habían estado ocultos".

"Por fin salimos en camiones cubiertos de Polonia, dando muchos rodeos -sobre todo de noche- cruzamos clandestinamente varias fronteras. Pasábamos largos períodos en lugares secretos incómodos. Sólo en Checoslovaquia entramos legalmente a la luz del día y nos alojamos en un gran edificio con camas literas en una prada nevada.

 Las dos últimas y ya soportables semanas de nuestro recorrido clandestino las pasamos en Viena, en el sótano de un enorme edificio plagado de ratas. Era el hospital Rotschild, el único hospital judío de Austria antes de la guerra". 

"Desde ahí salimos finalmente hacia nuestro añorado destino, la travesía duró casi un año. Y aquél misterioso destino no fue otro que los llamados campos de personas desplazadas en la zona norte americana de la alemania ocupada, irónicamente el país de nuestros asesinos".        (e-notícies, 30/01/2013)

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