11/3/11

“Son mellizos. Viven en el pueblo… Y son nietos del hombre que asesinó a estas dos mujeres, y también las enterró. No creo que ellos lo sepan."

"Y ya, dándonos todas las explicaciones, nos contó lo que sabía. Él, con catorce años, había oído los tiros y pudo ver fugazmente los cuerpos y al grupo de asesinos, que se disponían a enterrarles allí mismo, donde estábamos en aquel momento…

Nos contó también que en el pueblo, aquello era un secreto a voces, pues alguno de los asesinos (que él denominaba “matones”), era vecino, y “además de hacerlo, lo iba contando…”

Concluyó la información relatando de nuevo los hechos y enumerando a los asesinados. Como el testimonio nos pareció completamente verosímil, decidimos hacer una cata en el lugar, así que señalamos el punto y nos retiramos a descansar. (...)

Cuando regresé, al cabo de una media hora, vi que habían llegado nuevos refuerzos: había dos chicos jóvenes, de unos veinte años, paleando tierra con un vigor inaudito.

Me situé al lado del concejal y comencé a congratularme: aquellos chicos nos habían librado de una buena. Me detuve a mirarlos. No iban vestidos ni calzados para aquella tarea; uno llevaba un bañador y el otro, un pantalón corto. Sus pies, calzados con chanclas, se hundían en la tierra desnuda.

Ambos llevaban el pelo muy largo y su piel brillaba por el sudor, pero manejaban las palas concentradamente, casi con obcecación. Nadie hablaba. Solo se oía el ruido de las palas: el golpe contra el suelo, el deslizarse de la tierra: Clac… rasss…Clac… rasss…Clac… rasss… La cadencia, perfectamente rítmica, nos había hipnotizado a todos.

Fue entonces cuando me di cuenta de que los chicos eran idénticos. Eran hermanos gemelos, estaba claro, iguales como dos gotas de agua. En el atardecer, rodeados por una nube de polvo y con los pies semienterrados en la fosa, parecían una especie de titanes.

Sudorosos y en silencio, transmitían la impresión de que iban a continuar así, al límite de su esfuerzo, hasta acabar con todo el trabajo.

Me volví hacia el concejal, que los contemplaba absorto.

- “¿Son mellizos? ¿De donde han salido estos dos?”

- “Sí”- me contestó aquel hombre -. “Son mellizos. Viven en el pueblo… Y son nietos del hombre que asesinó a estas dos mujeres, y también las enterró. No creo que ellos lo sepan, pero desde luego, su abuelo alardeó de ello por las cantinas, y contó detalles…

Era un desgraciado… Y ahora mira: estos dos chicos son clavados a él; según los viejos, su vivo retrato… Y están descubriendo a los ojos de todos lo que su abuelo enterró.

El cometió el crimen y el destino devuelve sus fuerzas duplicadas para compensarlo de alguna manera… Así que, al final, quizá sea verdad que existe una cierta justicia… histórica…”.

(Recreación de ciertos hechos reales de los que fui testigo…)" (www.represionfranquistavalladolid. org, 10/04/2010; Jimena Brime de Urz: Una cierta justicia… histórica)

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