6/10/17

El mismo miedo atávico que ella había sentido toda su vida desde la noche del horror, cuando vio partir a sus seres queridos bajo los culatazos y patadas de los fascistas

"(...) La abuela siempre hablaba en susurros a Lucía, la madre de Noe, jamás levantaba la voz por miedo a que alguien la escuchara, quizá las fuerzas del mal, las que se llevaron a media familia aquella madrugada de agosto del 37, a los cuatro hijos, a su esposo, dejando el pueblo vacío, casi sin hombres, hasta al maestro Don José Moreno le ataron las manos a la espalda, todos detenidos por los falangistas, introducidos entre golpes en los camiones del transporte de plátanos a un lugar desconocido del que jamás volvieron. (...)


Esa noche parecía haber más brujas que nunca, más risas que nunca, parecía la fiesta de los difuntos, cuando salían los Ranchos de Ánimas cantando casa por casa, un guineo ininteligible, el paseo final, el mismo que le dieron a toda aquella buena gente de la que la chiquilla escuchaba hablar a su abuela.

La viejita percibía su miedo y venía a su cama, la abrazaba y le cantaba al oído:

-San Silvestre del monte mayor, guarda mi casa y todo mi alrededor, de brujas, hechiceros y el hombre malhechor-

Noelia se tranquilizaba con la dulce de voz:

-No hay brujas mi niña, esta noche no, hoy no vinieron, son las buenas almas de los desaparecidos que vienen de paseo al pueblito, quieren recordar cuando estaban vivos y enamoraban a las muchachas, bailaban en las taifas, miraban las estrellas que siempre aparecen sobre la cumbre de la isla-

Las dos se quedaban acurrucadas y la anciana notaba que el corazón de Noelia recuperaba su latido apaciguado, le cantaba un arrorró para que se durmiera en paz, para que desapareciera el mismo miedo atávico que ella había sentido toda su vida desde la noche del horror, cuando vio partir a sus seres queridos, sus hijos, su adorado Marido Juan del Pino, los gritos de dolor ante los culatazos y patadas de los fascistas, el llanto de los niños que asustados jamás habían visto algo tan terrible, la turbación de la paz en un rincón de Gran Canaria que olía a flores de lavanda y a pan caliente, donde solo el viento levantaba la voz entre la rutina de animales nobles y cultivos.

Noe se volvió a despertar:

-¿Qué es abuelita, qué es, quiénes hablan en el callejón?- dijo entre sollozos.

Montserrat la abrazó más fuerte:

-Tranquila mi niña, ya nada podrá hacernos daños, ya lo hicieron todo junto, son las almas mi amor, las almas que añoran la paz de la flores-"                (Viajando entre la tormenta, 30/09/17)

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