11/3/11

"Había denunciado a los vecinos, había informado a las patrullas y había sido parte activa de ellas"

"Mi primo me señaló a dos personas que habían vivido todo aquello y que en aquellos tiempos eran adolescentes. El hombre no querría hablar conmigo, eso ya me lo anticipaba; pero la mujer seguro que no tendría inconveniente en contarme lo que supiera y contestar todas las preguntas que quisiera hacerle.

Y fue esa mujer la que me reveló lo que nadie me había dicho: que en el mismo pueblo, muy cerca de allí, vivía una protagonista de aquellos sucesos. Se trataba de una mujer de casi noventa años, que vivía sola y con buena salud en una casa de las afueras del pueblo.

Esa mujer había participado en el bando nacional, trabajando ardorosamente con los golpistas; había denunciado a los vecinos, había informado a las patrullas y había sido parte activa de ellas. Esto último me fue dicho de una manera muy sutil, pero inequívoca.

Cuando pedí precisiones, mi informante aseguró taxativamente que la tal señora había intervenido directamente en algunos de los hechos más crueles ocurridos, sobre todo en las aldeas vecinas; y que de eso muchos vecinos habían dado fe, además de que ella misma se había vanagloriado de aquello durante años, por lo que no había ninguna duda sobre el particular.

Pero además, mi informante había visto con sus propios ojos (y eso lo recalcaba mucho), con sus propios ojos, la detención y el intento de linchamiento de un hijo del alcalde republicano, un chico que había logrado esconderse durante tres meses en un pajar, y que al fin había sido denunciado por unos vecinos.

Mi informante me contó que la guardia civil rodeó el pajar donde estaba el muchacho; pero enseguida aparecieron los falangistas del pueblo, entre los que se encontraba aquella mujer, vestidos todos con camisas azules y armados con pistolas y fusiles. Venían nerviosos, casi histéricos, a reclamar que el chico les fuera entregado.

Cuando el cabo se negó, los falangistas se pusieron violentos, y en un momento dado intentaron prender fuego al pajar con el chico dentro. La guardia civil logró impedirlo, y entonces el chico se entregó.

Haciendo un gran esfuerzo, lograron introducirlo en el coche, salvándolo de las agresiones de aquella pandilla que se le intentaba echar encima, aullando como los mismos lobos. Cuando ya estaba dentro del coche, atemorizado y exhausto, la mujer aquella se acercó y… “sacó del refajo una aguja de tejer y le pinchó con todas sus fuerzas… menos mal que le dio en el hombro, pero la aguja le quedó clavada…”

Aquella fiera sanguinaria había encontrado su ocasión en el golpe de estado, sus compañeros de fechorías en las patrullas falangistas, y su pretexto, en la salvación de España. Las salvajadas cometidas, lejos de ser castigadas, le habían hecho ganarse el miedo, el respeto y hasta la admiración de unos y otros vecinos, y ella había disfrutado de su terrible fama, utilizándola para amedrentar a quien se cruzase en su camino.

Pero eso había sido hace muchos, muchísimos años. Todo había cambiado; casi toda la gente de la época había muerto ya, y aquella mujer seguía viviendo allí mismo, en una casa ante la que yo pasaba diariamente para ir a la piscina.

En ese mismo momento decidí hablar con aquella mujer, y le pedí a mi informante que me dijera exactamente en qué casa vivía.
— “¡Esa… esa bruja”!-, exclamó con temor y desprecio-. “¡Ni se le ocurra a usted acercarse a ella!” (...)

Y efectivamente, a partir de ese día al ir a la piscina me paseaba remolonamente por la puerta de la casa de la bruja. (...)

Al pasar ante ella reduje mi marcha. Ella levantó los ojos y me miró fijamente.

— Hola, buenos días- saludé yo, sonriéndole. (...)

Y ya el colmo fue cuando me invitó a entrar en su casa. (...)

— Siéntese, siéntese aquí- (...)

La mujer volvía de la cocina con una copa en la mano... — Vamos, tómesela, que es un licor de hierbas muy bueno. (...)

Mirándola a mi vez por el rabillo del ojo, alcé la copa dispuesta a fingir que bebía, pero a no probar ni una gota. Pero no hizo falta. El líquido se detenía en el borde, sin llegar a rebosar.

Era una copa de broma, una de esas que se venden en los chiringuitos que se ponen en las fiestas, junto a cucarachas de plástico y otras cosas por el estilo. (...)

La mujer se echó a reír con una carcajada bronca y escandalosa, mientras yo apartaba la copa bruscamente, dándome cuenta de lo que era en realidad.

Miré a mi anfitriona. Reía y reía como nunca había visto yo reír a una persona. De sus ojos cerrados salían lágrimas, y su boca, abierta de par en par, desvelaba la inexistencia casi total de dientes.

Durante aquel paroxismo de risa, se agarraba la bata con las dos manos, retorciendo la tela y tirando de ella, como si aquello fuera demasiado, como si la comicidad de aquella broma superase todo lo conocido… Yo me había quedado muda. (...)

Sus ojos amarillentos se fijaban en mí mientras se secaba las lágrimas con el reverso de las manos.

— ¡Ay!- suspiró por fin. – Perdone a esta vieja, haga el favor. Ha sido una broma que le he gastado, sin querer molestar. Es que mire-. Se inclinó hacia mí como para confesarme algo.- Es que yo estoy muy sola, ¿sabe usted? No hablo nunca con nadie. Pasan semanas y hasta meses sin que hable con nadie… ¡estoy completamente sola!

La risa se había acabado definitivamente, y las lágrimas continuaban brotando de los ojos amarillos. Mientras decía aquello, hurgaba en la bata hasta sacar un trozo de tela mugriento con el que se secó la boca y los ojos. Ahora veía yo claramente que la mujer lloraba, mientras continuaba con su discurso:

— Es que en este pueblo… son así. Y yo tampoco quiero hablar con ellos… ni en la tienda… Pero estoy sola, sola… Y usted perdone, pero yo he sido una bromista, pero una bromista muy grande, eh, lo que me ha gustado a mi gastar bromas, y lo que me reía… (...)

Me levanté sonriendo forzadamente, y me deslicé hacia la puerta mientras le contestaba con frases confusas, diciéndole que no importaba, que no me molestaba, que lo comprendía… Había perdido por completo las ganas de preguntarle acerca de lo ocurrido años atrás. Estaba viendo las consecuencias que aquello le había acarreado, y era suficiente para mí.

Me despedí y salí de aquella casa como una bala, mientras ella continuaba soltando su llorosa letanía. Mientras me alejaba, seguía viendo aquellas garras deformes, aquellas uñas curvas, propias de un animal, la casa miserable, la porquería, la oscuridad… y su voz quejosa: “Porque estoy sola, muy sola… SOLA, MUY SOLA…SOLA, MUY SOLA…” (www.represionfranquistavalladolid.org, 08/03/2011; Jimena Brime de Urz: Uñas de bruja)

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