25/2/11

Los urcas... "Unos gozan la vida; otros la sufren. Nosotros la combatimos"

"En la enigmática Transnistria, los niños urcas comen dulces y usan Kaláshnikov. Las armas y los puños son parte crucial de su vocabulario. Allí, en esa tierra de nadie, la muerte es una baza probable, los deficientes mentales son sagrados, y los abuelos, santos. Fue donde creció, en medio de una jungla de hormigón derruido, barro y reformatorios en los que se violaba y vejaba sin límites, Nikolái Lilin (...)

Allá, hacia barrios como Bender, fueron a parar, desde Siberia, los miembros de una comunidad con carácter y orgullo. Los urcas llegaron un buen día hacia esas llanuras alejados de sus raíces y sus códigos; arrancados del frío de la tierra y el calor de sus guisos, deportados por Stalin en los años treinta. Lo hizo para castigarlos y que otros escarmentaran. Desde entonces, ellos le juraron guerra eterna al comunismo y sus protectores. (...)

No lucía bigote cuando entró en un reformatorio. Como él mismo cuenta en el libro, a los 13 o 14 años, un chaval siberiano en Transnistria ya tiene antecedentes penales por robo, homicidio o tentativa de homicidio. Como buen hijo de una estirpe, ayudaba a sus mayores. Su padre era delincuente y pasaba a su vez largas temporadas en la cárcel.

"Nosotros no somos criminales, ni mafiosos, ni nada. A mi familia, Stalin la depuró. Mató a varios miembros y mandó al exilio a otros. Desde entonces, nuestros mayores decidieron que lucharían contra el comunismo".

Matar a soldados soviéticos era una forma de rebelión. "Por eso nos llamaban terroristas, pero un terrorista es otra cosa". También robaban bancos: "Era dinero del Estado que nos reprimía", asegura Lilin. (...)

Muchas veces aplicaban la justicia por su mano. Como cuando un cabrón violó a su amiga Ksusia, aquella niña rusa pecosa de ojos azules que él sabía proteger como nadie y que cayó en las garras de un animal.

O como la vez en que, en el reformatorio, una banda de ladrones se cepilló sin descanso a un joven a quien llamaban Marina.

Fue una experiencia demasiado cruel incluso para la creencia siberiana. Aquella para la que un homosexual sufre un "mal de carne" que se transmite por la mirada.

En esos casos, y para evitar abusos sobre los débiles y los indefensos, Lilin cree que la violencia es necesaria. "Yo nací en un lugar en el que la violencia era una forma de comunicación. Es mala, pero hay veces en las que no tienes otra forma de manifestarte. No hay otra manera de sobrevivir.

En la guerra creíamos que quien ejerce la violencia contra otro se lleva a la víctima consigo". Tampoco le gusta que le llamen criminal, pese a que es un apelativo que él aplica en su libro.

"No lo soy, eso es una palabra ofensiva para los míos. Si la utilizo como expresión en el texto es para explicar que somos criminales honestos. Yo odio el crimen y odio el dinero. Es lo que ha acabado con mi gente", comenta. (...)

La muerte no representa ese terror paralizante en torno al que todo gira en otros lugares. Menos cuando se ha afrontado cara a cara: "Matar a un ser humano puede llegar a ser algo natural. Es fácil, aunque sea difícil de entender.

Si llegas a hacerlo es porque te has visto obligado a ello. Cuando vas a la guerra, como yo, en Chechenia, sabes que no vas a tomar café. Matas o te matan. La cuestión es quién cae primero".

Hay otras muertes y delitos que le impresionan más: "Las que producen a cientos de miles de personas un tío tomando una decisión en un despacho, o cuando desde un banco, con una orden, se mueve dinero de un lado a otro y dejan a millones de inocentes sin trabajo". (...)

Pero Lilin no ha escrito Educación siberiana por eso. Sino para dejar patente una identidad lejana y agónica, un mundo aniquilado y olvidado sobre todo por sus hijos.

"Ya no existe el mundo de nuestros abuelos. Los jóvenes ignoran sus códigos y sus reglas. Cuando yo le pedí permiso al mío para poder contar lo que cuento se alegró mucho. Me dijo que así todo lo que había ocurrido con ellos, todo su sufrimiento, cobraba sentido".

En ese mundo, el significado de muchas palabras adquiría sentidos muy profundos. Era un lugar en el que los criminales se hacían un corte en la mano con una pica. La misma arma que podría acabar con quien osara traicionar su palabra.

A Lilin, un bandido amigo de la familia le hizo ese corte una vez: "Para ti, que el señor te ayude y tu mano se vuelva fuerte y decidida", le dijo. (...)

Pero lo más importante es la honestidad entendida como ellos la quieren ver. "Ser honesto es crucial". ¿Y eso qué es para un urca? "Significa no ser egoísta, pensar en los demás. No poner el resto del mundo en segundo lugar. Quien piensa que puede sobrevivir solo y no le importa qué le rodea no es honesto". (...)

"El problema de la mafia rusa es que la gente en Europa no alcanza a comprender su dimensión. Cuando cayó el muro de Berlín no sólo supuso la liberación de toda una gente pobre oprimida. Se abrió la puerta a una gran organización criminal. No sabéis lo que hicisteis con aquello. (...)

Esa afición por el arte, por la literatura y esa conciencia permanente de muerte, violencia e instinto para sobrevivir lo definen. Lo mismo que a todo su pueblo, tal y como reza un antiguo proverbio siberiano que él ha colocado como cabecera de su libro: "Unos gozan la vida; otros la sufren. Nosotros la combatimos". (El País Semanal, 07/03/2010, p. 52 ss.)

No hay comentarios: