25/2/11

"La esencia del gran misterio de África: la extraordinaria capacidad de bondad que existe al lado de toda esa miseria y esa violencia"

"Mi amigo Fernando Moleres, un fotógrafo español, le conoció en la principal cárcel de Freetown, la capital de Sierra Leona, en febrero de este año. Un tribunal había condenado a Steven a tres años por robar dos ovejas.

Tenía 17 años y llevaba 18 meses en la cárcel de adultos. Había varios adolescentes más presos, todos ellos los últimos monos a la hora de recibir agua y jabón -artículos de lujo para todos los reclusos y una ración de arroz. La tarea que consumió a Steven al final de su vida era rascarse las heridas de la sarna.

Prácticamente todos en la prisión tienen sarna, una enfermedad de la piel contagiosa que florece en las celdas abarrotadas de hombres que yacen, de noche, como merluzas en un pesquero.

Pero nadie estaba peor que Steven, una enciclopedia de infecciones y enfermedades ante las que su cuerpo, privado de vitaminas, ofrecía escasa resistencia.(...)

El que llamó la atención en esta segunda visita a Fernando fue Abdul Sesay: la misma mirada enferma y vacía; la sarna extendida por todo el cuerpo. Dijo que tenía 16 años, pero parecía que tenía 12.

Él también procedía del campo, y sus padres también habían muerto, su padre en la guerra y su madre de enfermedad. Había vivido solo en las calles de Freetown, la capital, desde los 9 años. (...)

Sacó un tubo de crema y los presos se colocaron para que les pusiera un poco en sus manos. En cuanto la tenían, se bajaban el pantalón corto y se apresuraban a aplicársela en la entrepierna, para calmar el picor. A algunos les dio también una pequeña píldora roja, un antídoto contra la sarna. La escena se repitió en todos los rincones de la cárcel a los que fuimos. "¡Fernando! ¡Fernando!", y él se disponía a hacer de Florence Nightingale.

Estábamos entre los miserables de los miserables de la tierra, algunos de ellos criminales peligrosos, en un país que durante los años noventa había sido testigo de los actos más brutales de crueldad humana, sin parangón en ningún otro país excepto Ruanda.

Sin embargo, en vez de sentir que estaba bajo peligro, lo que percibí en todo momento fue curiosidad y buena voluntad. Los presos venían, uno tras otro, a darme la mano, presentarse y preguntarme mi nombre. Nuestro guardia, que iba sin armas, parecía completamente relajado. (...)

"Podríamos aprender mucho de ellos. De su bondad". El oficial formó parte de una gran fuerza que Tony Blair envió a Sierra Leona para poner fin a la guerra civil. Uno de los pocos casos de "política exterior ética" en la historia, y salió bien.

El comentario del oficial, que deja patente su desesperación por la pobreza, el caos y la corrupción omnipresentes, pone de relieve la esencia del gran misterio de África: la extraordinaria capacidad de bondad que existe al lado de toda esa miseria y esa violencia. Y esa bondad se expresa, sobre todo, en la capacidad de perdón que tiene la gente.

El salvajismo también es una constante en el resto de la especie, por ejemplo en Europa durante el siglo XX. Pero los africanos son los únicos que parecen capaces de superar rencores, perdonar y olvidar.

Mientras en los Balcanes, donde todavía recuerdan con amargura batallas libradas en el siglo XIV, o en el País Vasco, o en Irlanda del Norte el revanchismo pugna sin cesar con la necesidad de reconciliación, en África están los ejemplos de Ruanda, donde hutus y tutsis viven en paz tras un genocidio en el que murieron casi un millón de personas, y Sudáfrica, donde la población negra perdonó a los blancos después de haber sufrido siglos de indignidades racistas que rozaban la esclavitud.

Una de las explicaciones es que la pobreza obliga a los africanos a ser prácticos. Si lo que está en juego es la supervivencia, uno no puede permitirse el lujo de recrearse en los viejos agravios.

Pero otra razón, más profunda, y en cierto modo relacionada con la primera, me la dio un preso insólito en Pademba Road. (...)

Él confirmó que la sensación de seguridad que me había dado la prisión no estaba equivocada. "Nueve guardias sin armas, 1.300 presos y prácticamente ningún problema, prácticamente ningún peligro. ¡África es asombrosa!".

Sobre todo porque, como dijo, hay muchos motivos para el resentimiento. Muchos de los presos, me contó, estaban en la cárcel por razones injustas, bien por delitos que no habían cometido, bien porque les habían otorgado condenas desmesuradas, bien porque pasaban mucho tiempo tras las rejas en espera de juicio.

"Lo que pasa", explicó Simon Hayman-Goldsmith, para darme su respuesta al enigma africano del perdón, "es que la gente, aquí, vive absolutamente en el presente. Olvidan el pasado, así que olvidan lo que sucedió. Y el futuro también tiene poco significado. Viven aquí y ahora, y nada más". (...)

La religión es un fenómeno que está desvaneciéndose, o volviéndose mecánico para algunos de los que todavía practican, en los países ricos europeos, pero posee un valor diferente para la gente que no tiene nada; en el caso de estos africanos, los alejaba de la implacable crudeza de su vida en la cárcel y les infundía, aunque fuera de forma provisional, un sentimiento de dignidad, triunfo y esperanza.

Algo muy parecido habría latido en los corazones de los fieles que adoraban a Alá en la minimezquita que hay dentro de Pademba Road. Y la misma tolerancia también. Cuando le pregunté a un guardia sobre las posibles tensiones entre presos musulmanes y cristianos, me respondió con una mirada francamente perpleja. (...)

"En Sierra Leona, si uno no tiene dinero, no puede obtener justicia", dijo. También destacó que si uno tiene dinero, puede conseguir que vaya a la cárcel una persona que piense que le ha hecho algo malo, aunque solo tenga una sospecha.

"A las personas vulnerables las atropellan", dijo. Y la corrupción está presente en todo el sistema. Afortunadamente, el Gobierno está alarmado por el problema y quiere crear, básicamente con dinero británico, un sistema creíble y eficaz de defensores de oficio.

El motivo de su alarma es que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, establecida tras la guerra con ayuda de la ONU, llegó a la conclusión de que la mejor manera de evitar que se repitiera la pesadilla que había sufrido el país cuando un ex cabo del ejército llamado Foday Sankoh se levantó en armas contra el Gobierno era combatir la idea generalizada de que en Sierra Leona no existe justicia para los pobres.

Sankoh, que dirigía un grupo rebelde lleno de niños soldados al que dio el grandilocuente nombre de Frente Unido Revolucionario, había pasado siete años en Pademba Road por su presunto papel en un motín del ejército mucho antes de convertirse, a finales de los noventa, en el criminal de guerra más famoso del mundo.

Según la abogada, la Comisión de la Verdad concluyó que el resentimiento que Sankoh sentía por la injusticia que consideraba que se había cometido con él y con otros líderes del FUR (con nombres como Rambo, Superman y Coronel Salvaje) había sido el motor que le había llevado a desencadenar aquel baño de sangre.

El hecho de que, en el caso de Sankoh, el grito exigiendo reformas hubiera dado paso enseguida a la codicia y la obsesión por adquirir diamantes (una situación dramatizada en el film de Leonardo DiCaprio Diamante de sangre, situado en Sierra Leona) no negaba la necesidad de acabar de raíz con la injusticia endémica.

"El Gobierno comprende", dijo la abogada, "que si no tenemos un sistema de justicia como es debido, tarde o temprano nos encontraremos con otra rebelión, otro Sankoh". (...)

"Fecha de llegada a la prisión de Pademba: 5 de febrero de 2010. Condena: tres años. Crimen cometido: rompí el cristal de un coche... Mi madre y mi padre están vivos, pero no vivo con ellos porque no tienen con qué mantenerme, así que eso me hizo salir a la calle con mis amigos. Dormíamos en el gueto y dormíamos en el suelo. Cuando me despierto por la mañana voy con mis amigos a empujar una carretilla.

A veces mis amigos no me dan dinero, solo me dan comida para que coma... Cuando llegué a Pademba Road me sentí mal. Somos siete en la celda. Cuando me despierto por la mañana tengo frío, dolor, dolores malariales. La comida no es buena. Cuando termino de comer no tengo agua para beber ni para bañarme.

Yo iba a la escuela. Dejé de ir porque mis padres no tienen dinero... Cuando salga de esta prisión me gustaría ir a la escuela. Cuando termine mi educación me gustaría ser mejor persona en el futuro... Si tengo el dinero, me gustaría casarme...

Y cuando esté libre de la prisión me gustaría volver con mis padres y les pediré que me vuelvan a llevar a la escuela. Si se lo ruego y me aceptan, no les dejaré solos. Lo juro por Dios". (John Carlin: El infierno en la tierra. El País Semanal, 09/01/2011, p. 34 ss.)

No hay comentarios: