20/1/11

La vivencia de una secuestrada


Ingrid Betancourt estuvo seis años secuestrada por las FARC

"Antes de escribir el libro, ¿les habías contado a ellos tu experiencia?

No, durante mucho tiempo no fui capaz de contarles nada a mis hijos ni a mi mamá. No podía, no me salía; no sabía siquiera por dónde empezar. Era un bloqueo no tanto por no querer contar la historia sino porque me daba susto hacerles daño; no quería ver en la cara de ellos el dolor. No quería conmoverme tampoco, tanto, frente a ellos.

Durante el secuestro te pasó algo parecido. Con uno de tus compañeros, del que te enamoraste, intercambiabas mensajes, y entonces comentas: "Descubrí una distancia que me liberaba, al escribir cartas". La comunicación cara a cara, mirando a la otra persona, es mucho más difícil, ¿no? Lo bueno de escribir es que no tenemos un espectador al frente.

En un relato hablado hay dos dificultades: primero, revivir lo que se vivió, y luego, la dificultad de lo que tú ves en el ojo del otro; del horror que tú les estás contando y generando. La reacción ajena te crea una emoción adicional a la tuya, y eso se vuelve muy complicado.

Escribir fue, de alguna manera, más fácil que contar, porque no tenía que llevar a cuestas la reacción del otro. Sentirte juzgado inhibe la espontaneidad; uno sospecha que lo próximo que diga puede producir dolor, y se frena. La escritura es muy liberadora. Es algo más depurado.

Escribirlo yo misma me sirvió muchísimo. Para poder llevar a las personas adonde yo estaba, para poder llevar a los que quería que estuvieran allá un rato conmigo, tuve que repasar esos momentos vividos, y sucedió algo tremendo: en ese ejercicio de estar allá con el pensamiento, estuve allá, volví allá físicamente.

Terminaba extenuada: sudando, llorando, riéndome; era muy duro porque yo podía estar allá: veía, oía, sentía, tenía la temperatura del sitio, la humedad, los olores, los colores, la luz, las voces. Era un regreso en el tiempo y una inmersión en la memoria muy fuerte, pero (y ese ejercicio fue vital para mí) en momentos que fueron muy dolorosos, al contarlos con la distancia, lograba ver los mecanismos que me habían llevado a reaccionar de alguna manera, y entendía…

Empecé al fin a entender qué era lo que me había sucedido en realidad: fue como hacer una disección de mí misma. Y también pude entender a los otros. Gracias al libro pude perdonarme y perdonar a los demás.

La escritura sana tanto los rencores que para mí fue muy importante el ejercicio. Creo que mis compañeros que escribieron otros libros lo hicieron muy en caliente, recién llegados, y no pudieron procesar lo que nos pasó, narraron hechos. No pudieron sumergirse de cabeza en lo que realmente habían sentido o vivido; no lo pasaron por ellos mismos.

Mi curación ha sido muy lenta y muy difícil. Revivir los hechos implicó que la curación se prolongara más; pero al revivir y repasar y analizar lo que me pasó, curé mis heridas a fondo. Lo que siento es que muchos de mis compañeros curaron sus heridas muy pronto.

Entraron con afán a la vida, se casaron, se divorciaron, encontraron un trabajo nuevo, tuvieron más hijos, todo, pero cuando hablo con algunos de ellos, siento que hay todavía cosas que no han sanado y otras que ya serán muy difíciles de sanar. (...)

Hubo muchas cosas horribles de parte de la prensa. Una vez, yo estaba encadenada del cuello, amarrada a un árbol en la selva, y en ese mismo momento alcancé a oír por el programa de radio La Luciérnaga que Álvarez Gardeazábal decía, especulando, inventando, que yo probablemente era la amante del comandante de las FARC Alfonso Cano.

Yo a Cano no lo conozco, nunca lo he visto en mi vida. Yo estaba recibiendo el peor tratamiento imaginable, me moría de angustia, dolor y soledad, mientras ellos decían que yo estaba de amante de Cano, como si estuviera pasando vacaciones o teniendo un affaire amoroso con un guerrillero de alto rango. [La voz se le quiebra].

Antes de que saliera lo de Clara, el hijo era mío, era yo la que había tenido un hijo. No, no, no. Fue tan ofensivo. Tanta maldad. La sociedad colombiana es despiadada, está enferma de ira. (...)

Hay mecanismos mentales que a mí me ayudaron a sobrellevar las situaciones más duras e incomprensibles. Ser humano es tener ciertos mecanismos mentales, lo que nosotros llamamos principios, para poderse guiar cuando todo lo que hay alrededor es inexplicable y uno pierde la lumbre y no entiende lo que está sucediendo.

Ahí están esas palabras clave, esas fortalezas, que lo ayudan a uno a mantener la perspectiva de las cosas, a cuidar lo que uno es. Hay que proteger el alma, hay que protegerla de muchas maneras, hay que protegerla del odio, de los demás.

Yo sigo haciendo el duelo por mi padre. Su misma muerte, un mes después de mi secuestro, con el corazón partido de dolor, fue una declaración de amor. Al menos yo lo siento así. (...)

Yo creo que los guerrilleros no tienen conciencia de lo que nos hicieron vivir. De lo que les siguen haciendo vivir a los secuestrados. Y creo que no tienen conciencia porque ellos viven en un mundo cerrado. Básicamente ellos deciden alejarse de su familia y ser secuestrados de su propia organización. ¡Los primeros secuestrados de las FARC son ellos mismos!

Y lo que ellos nos imponían a nosotros era, en la visión de ellos, hacernos vivir a nosotros –de una manera acentuada– la vida horrenda que vivían ellos. Fíjate que muchos de los muchachos que terminan en la guerrilla, a partir de cierto momento ya no quieren estar ahí; quieren volver a ver a sus familias, quieren salir de la selva.

La vida en la selva es pavorosa… No es un sitio para un ser humano. Ellos, entonces, no tenían conciencia del horror que nos estaban haciendo vivir porque pensaban que nosotros, en últimas, estábamos viviendo lo que ellos vivían desde siempre.

Yo espero que esto que escribí, si lo leen, les haga entender el horror, no solamente de lo que nos hicieron vivir a nosotros, sino de lo que significa para Colombia. Pero desgraciadamente las FARC se nutren, sobre todo, de nuestro rechazo. Es gente que se siente rechazada por el sistema y que siente que vivir donde están es una gran oportunidad, porque tienen dinero, tienen armas, hacen su ley.

Creo que no se dan cuenta del sistema absurdo que crearon: un sistema de delación, un sistema de corrupción interna… ¿qué le puede ofrecer a Colombia –un país polarizado, nutrido por mucho odio y por mucho rechazo también–, qué alternativa puede ser una organización como las FARC, hecha de odio, de corrupción, de violencia? Si yo hubiera visto dentro de las FARC un sistema en el que, por lo menos entre ellos, hubiera gran camaradería, hubiera amor, hubiera ética, grandes ideales, yo habría dicho quizá: esta gente sí puede ser una alternativa para el país, pero lo que yo veo en las Farc es la caricatura de todos los vicios de nuestra sociedad.

Por esto mismo tengo un anhelo fundamental: pienso que Colombia tiene que cambiar su corazón. Creo que estamos muy enfermos como sociedad, y tenemos que empezar a cambiar en cada uno de nosotros: no es el presidente, no es el Congreso, no es la justicia, no es el narcotráfico –siempre les echamos la culpa a ellos–, todo eso entra dentro de ese mismo círculo vicioso del cual hacemos cada uno parte.

Es la manera como nosotros vivimos en sociedad lo que está enfermo. Hay cosas que tenemos que procesar y cambiar." (INGRID BETANCOURT: "La sociedad colombiana es despiadada, está enferma de ira". El País Semanal, 19/09/2010, p. 26/31)

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