27/12/10

"Cada día no me dejo de repetir que soy una privilegiada y que estoy obligada a ser feliz"



"Treinta años ha tardado Thúy en escribir esta historia que te agarra desde sus primeras letras y te hace sentir el dolor que debieron padecer esos miles de personas que huyeron de un país en el que la muerte te la encontrabas a la vuelta de la esquina por un régimen comunista feroz. Con el oro que poseía, la familia logró embarcase rumbo a un campo de refugiados en Malasia.

"El paraíso y el infierno se habían entrelazado en el vientre de nuestro barco. El paraíso prometía un vuelco en nuestra vida. El infierno exponía nuestros miedos: miedo a los piratas, miedo a morir de hambre, miedo a intoxicarnos con las galletas empapadas en aceite de motor, miedo a carecer de agua...".

¿Se supera una situación cómo esa? "Quizá sea el paso del tiempo el que me haga sentir que no es algo traumático para mí. He tenido la suerte de vivir, de salir de aquella situación y no quedarme tirada en el mar. Mire hasta qué punto llega el instinto de supervivencia. Cuando era niña vivía con decenas de criados en Vietnam en un lugar fantástico en el que todo se me daba hecho.

Comía pescado y me ponía a morir porque era alérgica y además asmática. Llegué al campo de refugiados de Malasia y lo primero que me dieron los voluntarios de la Cruz Roja fue una lata de sardinas. La devoré y aquí estoy. Y tampoco he vuelto a tener un ataque de asma.

Somos capaces de soportar todo por seguir viviendo".Thúy entiende su vida como un viaje de aprendizaje, como un camino que debía recorrer para llegar al menos hasta el lugar en el que se encuentra ahora. (...)

Kim Thúy no tuvo valor para volver a la casa de sus antepasados, de los que conserva unos boles azules y blancos cubiertos con una anilla de plata en los que comía su abuelo y en los que sus niños toman helado. (...)

¿Qué papel ha jugado su madre en la historia de su vida? "Y sigue jugando. A veces me pregunta ¿sabrás algún día lo que quieres? Desde niños nos preparó para la aventura que finalmente nos llevaría a Canadá.

Después de una primera infancia de opulencia, con la llegada de los comunistas nos enseñó a fregar suelos y a comportarnos como criados para pasar desapercibidos. Ya cuando llegamos a Montreal fue todo bastante más complicado porque yo solo sabía hablar vietnamita y me encontré con un país que hablaba inglés y francés. (...)

A Kim Thúy siempre le había gustado escribir y, en libretas, iba anotando las historias que le contaban su padre y su madre. "Estaba obligada a recordar lo que nos ocurrió porque es la historia de muchos de los que lograron sobrevivir y un homenaje a los que quedaron sumergidos en las aguas. Cada día no me dejo de repetir que soy una privilegiada y que estoy obligada a ser feliz". (El País, Babelia, 09/10/2010, p. 9)

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