27/12/10

"No hace falta que quieras al otro, pero matarlo es una aberración"

"En 1934, el recién estrenado poder nazi le impidió ejercer en su Alemania natal por ser judío y tuvo que ganarse la vida de otro modo. Se hizo músico y profesor de Educación Física en escuelas judías. Dos años después, y con una primera novela censurada por las autoridades, siguió el consejo de su editor germano, Samuel Fischer.

Le conminó a abandonar el país porque temía "lo peor", y el joven Keilson se marchó a Holanda. Poco antes había emigrado la que sería su primera esposa, Gertrud Manz, una grafóloga católica. Ella había tenido otra premonición. "Este hombre incendiará el mundo", le aseguró, al examinar la escritura de Adolf Hitler. (...)

Y su memoria, lúcida y más extensa que el siglo XX, es la de una era convulsa marcada en Europa por "el odio como razón de Estado". "Una forma de autodestrucción que no se volverá a repetir. Siempre habrá locos que proyecten sus problemas en los otros por miedo. Pero los nazis se aniquilaron solos". (...)

"Mi primer visado era una copia tan mala que se notaba a simple vista. Con el otro, ningún agente notó nada raro". En cuanto llegaba a las casas asignadas, escuchaba con atención las penas de los hijos. En ocasiones, también a los progenitores huidos. "A los cuatro años las raíces echadas se afianzan. Lo mismo ocurre con el yo y la personalidad. Perder a los padres entonces es dramático". (...)

Vio que los niños tenían una forma singular de choque emocional que llamó traumatización secuencial o trauma psicosocial del Holocausto. Su punto de partida, que resultó innovador y sentó cátedra, es la situación vivida con posterioridad a la tragedia inicial de la guerra.

Desde ese observatorio, él cifra la posibilidad de que los niños tengan una vida satisfactoria en el grado de apoyo y seguridad brindados por los hogares adoptivos. (...)

Otro episodio avanza el horror posterior. Es el momento en que sus compañeros de la escuela secundaria, en Alemania, se negaron a comentar un poema de Heinrich Heine que había leído. Judío de origen, el último gran poeta del romanticismo "no les pareció digno de ser alemán; fue un aviso temprano de lo que se avecinaba".

Su primera esposa, que falleció, acabó convirtiéndose al judaísmo. "Era tan crítica con los nazis como yo, y se desilusionó con la actitud del Vaticano". Se refiere a la polémica actitud del entonces papa, Pío XII, sobre su verdadero conocimiento de los crímenes nazis durante la contienda.

Es verdad que el pontífice apoyó a miles de judíos proporcionando actas bautismales falsas. Pero también lo es su afán por conservar la presencia católica en la Alemania del III Reich, al margen de la situación bélica. "Pareciera que Stalin era más condenable que Hitler, y ella se apartó de su Iglesia".

Los episodios que desgrana en voz alta llegan por fin a la esencia de su libro: la profundidad del odio y la fascinación de la víctima por el adversario. Un espejismo esto último, que obliga al judío a pasar de la falsa sensación de seguridad, a comprender, tarde, la naturaleza asesina del líder. Hitler, por supuesto.

"Mi padre había sido condecorado en la Primera Guerra Mundial. Era un alemán como los demás y no pudo creer que le fueran a perseguir. Alemania tenía entonces cultura musical y literaria, pero no política. Y esa es la única que arroja otra luz sobre la realidad. No hace falta que quieras al otro, pero matarlo es una aberración. Ello explicaría la falta de reacción inicial de los judíos ante los nazis.

Cuando me hablan de justo reconocimiento de mi obra, siempre digo que justicia sería que mis padres no hubieran muerto en Auschwitz". Los Keilson se reunieron con su hijo en Holanda, pero ya mayores y sin caudales, acabaron siendo arrestados y deportados." (HANS KEILSON: "No hace falta que quieras al otro, pero matarlo es una aberración". Babelia, 09/10/2010, p. 12)

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