18/6/09

Rutka Lasier, la joven comunista judía, describe la banalidad del genocidio


Rutka Laskier y su hermano pequeño, Henius, en 1938

"Lo más probable es que hubiera cogido el cólera. Sólo eso explicaría que su ya maltrecha belleza, que aun así llamó la atención del temible doctor Mengele, se marchitara con tanta rapidez. A sus 14 años se consumía por momentos. Zofia Minc, de edad parecida, dormía cerca. Se hicieron amigas en la desgracia. Según su relato, ella misma la tuvo que transportar en una carretilla hacia el horno crematorio. Aún consciente, Rutka le rogó que la dejara junto a la alambrada del campo para electrocutarse: una muerte supuestamente menos dolorosa que la de arder viva, “pero un SS que iba detrás nuestro con un fusil no me dejó”. (...)

El interés por el matiz en el caso de Rutka es fruto del eco mediático en Europa alcanzado por su cuaderno de notas. Con letra muy pulcra, ligeramente inclinada a la derecha y muy decidida, casi sin tachaduras, Rutka Laskier llenó apenas 60 cuartillas de una libreta entre enero y abril de 1943. La joven polaca de origen judío intuía el Holocausto y su propio final: sólo hacía falta mirar y escribir lo que ocurría en las calles del gueto de Bedzin donde vivía, una ciudad minera con 25.000 judíos y a 40 kilómetros de Auschwitz y de las cámaras de gas de Bierkenau. (...)

“(…) Ah, olvidaba lo más importante. Vi con mis propios ojos cómo un soldado arrancaba a un bebé de las manos de la madre y le abría la cabeza a golpes contra un poste de electricidad. Los sesos de la criatura salpicaron la madera. La madre enloqueció. Ahora lo escribo como si no hubiera pasado nada (…) tengo catorce años, todavía he visto poco en la vida; sin embargo, ya me he vuelto tan indiferente…”
(...)

“Creo que me estoy haciendo mujer. Ayer, cuando me daba un baño y el agua acariciaba mi cuerpo, anhelé las caricias de otras manos… No sé lo que esto significa, ya que jamás había experimentado nada similar hasta ahora (…) Creo que a Janek le gusto mucho, pero, para mí, ni frío ni calor”. (...)

“Dios mío, ¡ay, Dios mío!, ¿qué será de nosotros? Bueno, Rutka, has debido de volverte completamente loca: ¡clamas a Dios, como si existiera! (…) Si Dios existiera, no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios ni que aplastaran las cabezas de niños pequeños a golpes de culata (…) Al final, esto se parece a un cuento de la abuela: quienes no lo hayan visto no lo van a creer, pero no es ningún cuento, es la verdad. Basta recordar a ese viejecito a quien pegaron hasta dejarlo inconsciente por haber cruzado mal la calle. Parece absurdo, pero todo esto no es nada mientras nos libremos de Auschwitz… y la tarjeta verde… del final… ¿Cuándo llegará?”. (...)

“Eran las cinco y media cuando salimos. Miles de personas abarrotaban las calles. Llegamos al lugar a las seis y media y nos las arreglamos para conseguir buenos asientos en un banco. Nuestro ánimo estuvo bien hasta las nueve. Entonces me asomé a la valla y vi soldados con ametralladoras apuntando a la plaza por si alguien pretendía escapar. Los adultos se desmayaban y los niños lloraban. El Día del Juicio empezó enseguida” (...)

“Hacía un calor espantoso”, prosigue en su cuaderno, “y la gente tenía sed, pero no había ni una gota de agua por allí. Entonces, de pronto, comenzó a llover a cántaros y siguió lloviendo todo el tiempo. (…) A las tres de la tarde comenzó la selección: ‘1’ significaba regresar a casa; ‘1a’, ir a trabajos forzados, lo cual era mil veces peor que la deportación; ‘2’ significaba ‘revisión posterior’, y ‘3’, la deportación, o, dicho en otras palabras, la muerte. Nos presentamos para la selección a las cuatro. Entonces comprendí qué significa una desgracia. Mamá, papá y mi hermanito fueron enviados al grupo 1, y yo, al grupo 1a. Caminé como en trance hacia mi grupo, donde ya estaban Salek, Linka y Mania. Lo más extraño de todo es que ninguna de nosotras lloraba nada, nada en absoluto”. (...)

“los policías golpeaban a la gente con saña y les disparaban”. La desesperación la hizo valiente: “Salí corriendo con el corazón desbocado y me escabullí saltando por la ventana de un edificio anexo, desde la primera planta”. (...)

“A Janek lo único que le preocupa son nimiedades como llevar bien planchados los pantalones, cuántos pasteles puede comerse en el café de Frontal y las piernas bonitas de las chicas. De todos modos, está claro que no es comunista, por lo que no comprendo por qué Lolek le ha metido en esto” (...)

“Estoy asqueada, harta de estas casas grises y del miedo continuo en el rostro de todo el mundo. Los tentáculos de ese miedo nos envuelven a todos y no dejan respirar” (...)

“Hoy he recordado con detalle los hechos del 12 de agosto de 1942, lo que sucedió en el Hakoah [equipo de fútbol de Bedzin, en cuyo campo tuvo lugar una aktion de judíos]. Voy a intentar describir lo que pasó ese día para poder rememorarlo dentro de unos años, si no me deportan, por supuesto” (El País Semanal, 27/04/2008, p. 14- 20)

1 comentario:

Ana dijo...

Este curso he trabajado el diario de Rutka en clase. La verdad es que tiene pasajes muy duros que describe con mucha madurez una niña de 14 años. Y esto hace pensar a nuestros jóvenes que no quedan indiferentes ante tales hechos, rechazándolos en firme.
En estos momentos, me estoy leyendo "Estrella Amarilla" de Jennifer Roy. Trata de la experiencia de una niña del gueto de Lodz. Tenía tan sólo 4 años cuando los nazis entraron en Polonia. Vale la pena. Un abrazo, Ana.