28/3/09

Despedidas

"En sus últimos instantes, pendientes sólo ya de escuchar a los asesinos cargar sus fusiles, decenas de hombres se agarraron a la vida, a los que les sobrevivirían, con un papel y un lápiz. "Queridos hijos, estoy viviendo las últimas horas de mi vida y pienso en la vuestra", escribió Germán Paredes; "Abel, hijo mío, cuando escribo estos renglones delante de tu foto...", se despedía Ricardo Zabalza. Con serenidad desarmante manifestaron sus últimos deseos -"No le des a mi nena un padre que sea malo"- e incluso se acordaron de lo de menos -"Te mando el monedero con seis pesetas". (...)

"Las he leído mil veces. Para mí son algo sagrado", explica Pepe. "Los niños no saben lo que es la cárcel, ni la muerte. Yo me fui enterando de lo que había pasado poco a poco, escuchando conversaciones en voz baja. Entrábamos en un sitio y alguien decía 'pobres niños'... Venían a casa, a hacer registros y se lo llevaban todo. Un falangista quiso darme un día aceite de ricino. Yo pensaba que aquella gente quería que nos muriésemos. Poco a poco fui comprendiendo", recuerda Pepe. "Mis padres se iban a ir a México, lo tenían todo preparado, pero en el último momento, mi madre le dijo: '¿Pero por qué nos vamos a ir si tú no has hecho nada?' Y él le dijo: 'Pues tienes razón'. Y nos quedamos". Vicente Carrizo fue fusilado el 17 de noviembre de 1939.

Isabel Huelgas no escribió carta de despedida porque el día antes de ejecutarla le aseguraron que no tenía a quién enviárselas. "Dos mujeres de la prisión cometieron la crueldad de decirle que sus dos hijos, también presos, habían sido fusilados. Isabel murió aquel día, aunque al día siguiente la ejecutaran", relata Teófila Herreruela, de 89 años, su nuera. (...)

En capilla, esperando a ser ejecutados, los condenados todavía tenían que someterse a una última condición: para poder escribir a su familia debían comulgar antes. Sin comunión, no había carta. Probablemente porque se negó, Tomás Montero no pudo escribir la suya, aunque se las apañó para esconder una pequeña nota, un papel doblado en cuatro, en las rendijas de los muros de la cárcel, confiando en que otros presos que conocían el escondrijo la recuperaran y, cosida en el forro de la ropa que se llevaban para lavar las visitas, llegara finalmente a su destino. Y llegó. A Tomás Montero apenas le dio tiempo de escribir: "Adiós para siempre, que tengáis suerte todos, adiós".

Su mujer nunca reunió las fuerzas para contarle a su nieto la historia. (...)

- "Queridos hijos: estoy en un castillo precioso...". En prisión, condenado a muerte, Vicente Carrizo escribió a sus hijos, de ocho, siete y menos de un año, cartas como ésta: "Estoy en un castillo precioso (...) Cuando duermo se aparece mamá Pilar vestida de hada con el pelo suelto y me cuenta todo lo que hacéis...". (...)

- "Me quedan dos horas escasas. ¡Adiós, hijos míos!". Estas líneas pertenecen a la última carta que Germán Paredes escribió antes de ser fusilado en Madrid, el 3 de julio de 1941. En ella le pedía a sus hijos: "Estudiar mucho y me honraréis con vuestra vida como yo os honré con mi muerte (...) muero tranquilo y orgulloso de morir por lo que muero". (El País, 28/03/2009)

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