En este proceso fue importante la acción preformativa impulsada por unos lenguajes y estilos totalitarios que contribuyeron a secuestrar emocionalmente la lucidez de buena parte de las sociedades europeas. Lo explican Victor Klemperer, Hannah Arendt y Jean Pierre Faye cuando analizan cómo la degradación moral que impuso el nazismo a la sociedad alemana comenzó antes de que Hitler tomara el poder.
El proceso tuvo lugar cuando un pequeño grupo de fanáticos puso en circulación un populismo antisistema que ofreció esperanzas redentoras a un país sediento de ilusiones, heroificando al "agitador que grita y piensa como un charlatán" e imponiendo la certidumbre épica de las emociones como paradigma del conocimiento. De este modo se logró combatir el miedo y la inquietud que provocaba la crisis, pero al precio de contaminar la política con una dialéctica violenta y despreciativa que maximizaba la oposición amigo-enemigo y sustituía el estilo parlamentario por otro basado en el matonismo de absolutos irreconciliables. El desenlace es conocido: una Europa deshecha y cómplice de los horrores más despreciables acumulados por la historia de la humanidad." (JOSÉ MARÍA LASSALLE: Elogio de la responsabilidad. El País, ed. Galicia, Opinión, 20/12/2008, p. 33 )
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