12/11/08

La muerte, el cansancio, las máquinas y la guerra

"Ya sabes que me estoy volviendo tan enfermizo respecto a las máquinas como mi madre lo es respecto a Jack Maher. (En mi vida exterior, eso se refleja en cosas como haber rechazado un trabajo de chófer de un jeep, uno de los vehículos de reconocimiento, para asombro e indignación de todos).

Y siento desprecio hacia marineros y aviadores. ¿Qué saben verdaderamente de la guerra? En cierto modo, los marineros con los que hablé en el buque que nos trajo aquí parecían muy ingenuos. Les caían mal los hombres hoscos, heridos y huraños a los que transportaban. Cuando oían hablar del barro, las náuseas y el horror, chasqueaban la lengua con simpatía, pero sin comprender nada.

¿Qué sabían ellos (en palabras de Gwaltney) del trabajo, la miseria y la muerte? La suya es una vida rutinaria y sin sorpresas, llena de la esclavitud y las ventajas de servir a una máquina. Cuando les llega la muerte es como un trueno repentino, por obra de la naturaleza. No tienen ninguna intimidad con ella y, por consiguiente, sus repercusiones supremas tienen un carácter de pesadilla y son tan irreales como los desastres en tiempo de paz.

No pueden comprenderlo porque la máquina es algo tan engañoso, tan benigno durante mucho tiempo, que se olvidan de que tiene un fusible. No han experimentado la muerte como suceso cotidiano, como constante emocional aproximadamente de la misma intensidad que abrir la lata de una ración fría de carne grasienta cuando a uno le arde y le molesta el estómago por haber recorrido demasiadas colinas bajo un sol húmedo y cruel. No conocen la fatiga que hace que uno pise un cadáver de tres semanas porque no tiene fuerzas para sortearlo.

Y los aviadores son como los marineros. Ellos también luchan de manera abstracta, en un fluido abstracto. Sus vidas también son cómodas, solitarias y pendientes de un sexo que no tienen, y también para ellos la muerte es un trueno devastador e incomprensible. Son vidas en las que el peor olor es el de la gasolina, el metal, el aceite lubricante. No saben que las letrinas, los cuerpos y los pantanos son difíciles de distinguir.

Y ver cómo personifican sus máquinas me da náuseas. Es el sustituto de la soledad y las ganas de sexo, pero también es aterrador. Hemos llegado a un punto en el que amamos las máquinas y odiamos a las mujeres. El siguiente paso es la adoración religiosa, y la bomba atómica parece la deidad suprema, la línea de entelequia definitiva." (El País Semanal, 26/10/2008, p. 62)

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