7/5/08

El momento antes... los viejos protegen a los jóvenes, las madres a sus hijos. Los asesinos, jóvenes y poderosos...


"Recordad My Lai. Mire bien esta fotografía. Un grupo de soldados estadounidenses está rodeando a esas mujeres y niños para matarlos. Instantes después apretarán sus gatillos. fue la matanza de My Lai (Vietnam). (FOTOS - RONALD S. HAERBERLE – El País, Domingo, 02-05-2008). (Time Life / Getty Image)

My Lai, 16 de marzo de 1968: soldados estadounidenses asesinaron a sangre fría a 504 vietnamita, en su mayoría ancianos, mujeres y niños. El periodista Seymour Hersh logró romper la barrera del silencio y difundió la matanza."

“Mataban a todo el que veían"

"Sigo oyendo con claridad los gritos de los soldados cuando irrumpieron en mi casa aquella mañana: '¡Tudi maus, tudi maus!'. No sé lo que significan. Ni sé si es inglés o imitación de vietnamita, pero era lo que gritaban mientras nos apuntaban y nos hacían señas de que saliéramos. '¡Tudi maus, tudi maus!'. Mi madre me dijo que huyera al refugio. Mis hermanas corrían detrás de mí seguidas por mi madre con mis dos hermanos pequeños; el menor, de dos años. Cuando iba a entrar nos ametrallaron. Sus cuerpos cayeron sobre mí. Estaba aterrorizado y herido. No sabía si los cuerpos que se apilaban sobre mis espaldas estaban vivos o muertos. Yo vivía y era consciente. No sé cuánto tiempo me mantuve inmóvil y callado. Me desmayé y me desperté por la tarde, cuando los habitantes de otro pueblo se acercaron a ver lo que había pasado y comenzaron a recoger los cadáveres".

Cong Pham Thanh tenía 11 años, y todavía hoy vive entre los fantasmas de esa terrorífica mañana del 16 de marzo de 1968. (…)

La única superviviente que volvió y reconstruyó su antigua vivienda es Ha Thi Quy, que hoy tiene 83 años. A pesar del espanto sufrido, las profundas arrugas que surcan su rostro no han logrado borrarle un cierto aire de candidez. Ella preparaba el desayuno cuando sintieron aproximarse los helicópteros. El marido y el hijo mayor huyeron de inmediato, aunque les vieron y les dispararon desde el aire, pero sólo pudieron herirles. "Eran muchos soldados, se acercaron a la casa disparando contra los pollos y los patos. Mataban todo lo que veían. Sentimos un miedo atroz. Nunca se habían comportado así. Venían frecuentemente por el poblado. Nos pedían agua del pozo y nos daban comida a cambio. No les temíamos, pero aquella mañana eran distintos. En la casa estábamos mi madre, mi hija de 16 años, mi hijo de seis y yo, que estaba embarazada. Nos apuntaron con sus armas y nos pidieron que saliésemos y fuésemos hacia la acequia. A una vecina muy mayor que no se movía de puro miedo la mataron allí mismo. En la acequia había mucha gente. Nos empujaron a ella a culatazos. Uníamos las manos y les rogábamos que no nos mataran, pero empezaron a disparar", dice quebrándosele la voz y gesticulando con las manos.

Ha Thi sintió cómo las balas le mordían la espalda y la pierna, vio cómo a su hija le arrancaban la mitad de la cara, y se desmayó. "El frío me devolvió la conciencia", relata. "Mi hijo pequeño yacía a mi lado. Vi a unos niños que buscaban a sus madres y les pedí que me ayudaran a salir de aquel revoltijo de muertos. No podía andar. Me arrastré para llegar a mi casa y beber agua porque tenía una sed terrible. En el camino me encontré los cuerpos desnudos de varias muchachas. Las habían violado y luego asesinado. Yo intentaba taparlas cuando me vieron desde un helicóptero y aterrizaron".

Tras zafarse de la muerte en esa indescriptible carnicería, Ha Thi pensó que venían a rematarla. Trató de reptar más rápido, de ocultarse, pero dos marines la cogieron en vuelo por debajo de los brazos, la metieron en un helicóptero y la ingresaron en un hospital. El médico le extrajo varias balas de la pierna, pero, para quitarle la de la espalda tenía que operarla, y no lo hizo para no perjudicar su embarazo. La bala sigue incrustada en su cuerpo. No le importa, porque su hijo nació meses después sin problemas. (…)

Pham Thi Thuan, que entonces tenía 30 años, tampoco podía salir de la acequia. Llevaba en los brazos -"casi asfixiada por el pecho que le había metido en la boca para que se callara"- a su hija de tres años. Ninguna de las dos estaba herida. Los cuerpos de sus vecinos las habían salvado. Pham Thi, cuyo marido murió dos años antes en un ataque de las tropas invasoras, recuerda el caos y el griterío que se formó en la aldea cuando los helicópteros empezaron a echar botes de humo y a disparar. Cogió a su hija y se escondió en el agujero que tenía excavado en la choza como refugio. Le sirvió de poco. Tuvo que obedecer las órdenes de que fuera hacia la acequia.

"Después de echarnos dentro a culatazos a todos, hubo una primera ráfaga de disparos. Cuando las metralletas callaron, algunas personas se levantaron. Yo vi a mi padre. Quise decirle que se tumbara, que no se moviera, pero tuve miedo y me callé. Le vi caer en la segunda ráfaga, y aún hubo una tercera. Yo seguía allí doblada, apretando a mi hija, que temía que se hubiera ahogado. Al rato, cuando ya no se oía nada, fui apartando los cuerpos para salir. Dos mujeres que también remontaron la zanja fueron vistas por los soldados que aún quedaban. Las persiguieron y las mataron. A nosotras no nos vieron". (…)

Truong Thi Le, de 80 años, todavía lamenta haber recomendado a su hija de 17 que se metiera entre los ancianos congregados junto a la torre de vigilancia de las cuatro aldeas. "Tuve miedo de que quisieran violarla. Pensé que estaría más segura si pasaba inadvertida. Estábamos aterrorizados. Habíamos visto cómo los soldados ponían a un anciano en la boca del pozo que había frente a mi casa y le disparaban para que cayera en él. Nos escondimos debajo de la cocina, pero los estadounidenses nos vieron y nos dijeron que fuéramos a la torre de vigilancia. Yo agarraba a mi hijo de cinco años. En un descuido, nos metimos debajo de la paja del arroz, que estaba amontonada cerca porque acabábamos de recoger la cosecha. Mi hija, sin embargo, se quedó entre el grupo, y los mataron a todos disparándoles con un arma con un cañón muy ancho". (…)

Pham Dat, de 80 años, recuerda que los helicópteros se llevaron el tejado de su caserío. La memoria le traiciona a veces, pero poco a poco da cierta cohesión al relato de su historia. "Los soldados, que habían matado a mis cuatro vacas, entraron en la casa disparando. En un instante asesinaron a 11 miembros de mi familia: mi mujer y mi hijo de siete meses que estaba en sus brazos, mi madre, mi hermana, cuñadas y sobrinos. A mí me habían disparado en los pies. Mi hijo de cuatro años y mis dos hijas de siete y nueve resultaron heridos en las piernas".

Cuando los soldados se fueron, Pham se escondió con los tres niños detrás de la puerta y se taparon con una esterilla. Después se metieron en una especie de refugio subterráneo que el caserío tenía fuera. Pham afirma que "poco después volvieron los soldados y utilizaron la paja del arroz para prender fuego a todo".

La investigación del exterminio de My Lai promovida por el Congreso tuvo como única consecuencia la detención del teniente Calley, al que se le acusó del asesinato premeditado de al menos 22 civiles. El tribunal le condenó a cadena perpetua, pero luego le redujeron la pena y finalmente sólo estuvo bajo arresto domiciliario tres años y medio.” (El País, Domingo, 04/05/2008, p. 2/5)




Masacre. Una pila de cadáveres víctimas de la matanza de My Lai. (RONALD S. HAERBERLE. El País, Domingo, 2008-05-02) (Time Life / Getty Images)

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