Que en Paris haya un barrio llamado Stalingrad, que en Viena o Berlín existan monumentos al Ejército Rojo, es el testimonio de aquella Europa, hoy prácticamente desaparecida, en la que nadie cuestionaba el papel líder de la URSS en la victoria contra el nazismo.
Nunca a nadie se le ocurrió tocar una piedra de aquellos homenajes, ni en los peores momentos de la Guerra Fría, no sólo porque hacerlo era una falta de respeto a lo que significó la victoria de 1945, sino porque derribarlos era dejar una puerta abierta al regreso del fascismo.
Que las repúblicas bálticas destruyan hoy los monumentos al Ejército Rojo, bajo la coartada de la guerra ruso-ucraniana, además de una aberración histórica, se sitúa, dejémonos de engaños, en una reivindicación atroz y desvergonzada de los que combatieron al lado de la SS.
1:03 p. m. · 27 ago. 2022
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Carolina17 @Carolin08113141
En respuesta a @diasasaigonados
Daniel, creo que hay que conocer los motivos que hay detrás de ello. No se debe opinar de lo que no se conoce o se sabe. Después de 1945 en esos países han pasado cosas horrorosas que hasta a los jefes del Ejército Rojo de 1945 les causaron bochorno años después.
Daniel Bernabé @diasasaigonados
En las repúblicas bálticas, después de 1991, se arrasó con la iconografía soviética precisamente bajo esa premisa. Lo de hoy es otra cosa. Se ataca la memoria de la victoria de 1945 porque los que lo hacen son los herederos de los colaboracionistas.
"En un país más relajado, en otro momento de la historia reciente de Europa, el gigantesco monumento en el parque de Pardaugava (Victoria) de Riga sería tal vez calificado en los folletos turísticos como “una selfie obligatoria para los fans del retro soviético”.
Pero, en estos momentos, el colosal monumento a los Liberadores de Letonia de los Invasores Fascistas –con su obelisco de 72 metros y estatuas de la madre patria y tres soldados del Ejército Rojo–, está rodeado de una valla policial. “¡No se pueden hacer fotos!”, ordena una joven policía.
Detrás de las barreras, quedan algunas margaritas y rosas dejadas el pasado día 9 de mayo, el 77.º aniversario de la rendición alemana ante el ejército soviético en Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque muchas flores habían sido levantadas en la pala de un bulldozer el día después de la ceremonia, y tiradas a la basura. Órdenes del ayuntamiento de Riga.
En años anteriores, decenas de miles de personas –principalmente del 30%-40% de la población que es rusoparlante– acudían al monumento para conmemorar lo que ellos consideran la liberación de Riga por el ejército soviético. Para la mayoría de los letones, es un símbolo odioso de ocupación.
Hasta este año se había mantenido la paz. Pero desde la invasión de Ucrania, el monumento –erigido en 1985, solo seis años antes del desmoronamiento de la URSS– se ha convertido en un polvorín. Aunque acudió mucha menos gente para rendir homenaje este año, la polémica ya está servida.
Dos partidos de la derecha nacionalista letona, integrantes del Gobierno de coalición, aprovecharon la oportunidad para resolver pendientes cuestiones legales sobre la destrucción del monumento. Acto seguido, el Parlamento aprobó retirarlo del parque de Pardaugava, con 67 votos a favor y 17 en contra, con el apoyo del primer ministro, Krišjānis Kariņš. El Ayuntamiento ya debe decidir si quiere dinamitarlo o aprovechar sendas ofertas de Crimea y San Petersburgo para quedárselo. Es año de elecciones en Letonia y el derribo del monumento puede traducirse en votos.
“Muchos letones ven la invasión de Ucrania como una repetición de nuestra historia; los rusos hasta repiten aquello de aplastar a los nazis”, dice Arnis Katkins, director de la encuestadora SKDS. “La gente no puede ver el monumento soviético con los mismos ojos después de lo que ha pasado en Ucrania”.
Letonia fue invadida por los soviéticos tras el acuerdo Mólotov-Ribbentrop entre Stalin y Hitler en 1939. Luego, llegaron los alemanes en 1941 y tres años después, otra vez, los soviéticos
La semana pasada, unos 5.000 antisoviéticos cruzaron el río Daugava hasta el monumento soviético para exigir su demolición. La próxima protesta será de defensores del monumento soviético liderados por la eurodiputada de Unión Rusa de Letonia, Tatjana Ždanoka, que fue detenida por la policía tras una manifestación el 13 de mayo contra el uso del bulldozer y contra la demolición.
En
cambio, los ciudadanos de Riga que paseaban por el parque el pasado
martes se mostraban o indiferentes o bien opuestos a la demolición. “Me
da igual. Es un asunto de la generación
anterior”, decía Ludovic, cocinero de 25 años del restaurante Snob en el centro turístico.
Algunos temen una repetición de lo ocurrido en el país vecino, Estonia, en el 2007, cuando la decisión de desplazar el llamado Soldado de bronce , otro monumento soviético, del centro a la periferia de la capital, Tallin, desató una ola de disturbios.
Otros advierten de que un estallido de protestas puede ser utilizado por el presidente ruso, Vladímir Putin, como un pretexto para iniciar agresiones contra Letonia.
El trasfondo de la crisis es “el fracaso total de las políticas de integración de los rusohablantes”, explica Juris Rozenvalds, historiador de la Universidad de Riga.
Tras la independencia de Letonia en 1991, se decidió dejar a 700.000 rusoparlantes –más del 30% de la población– sin ciudadanía y sin derecho a votar, principalmente porque no hablaban letón, la única lengua oficial. “Es un poco humillante para los rusoparlantes, pero los letones estamos obsesionados con el tema del idioma” , añade el bilingüe Rozenvalds.
Se temía que la presencia de miles de inmigrantes rusos en Letonia –muchos de ellos militares jubilados– saboteara el proyecto de la independencia. Ahora solo el 1% carece de ciudadanía. Pero se creó un caldo de resentimiento que aún bulle a fuego lento.
Hay problemas de representación política también. El partido más votado de Letonia, el socialdemócrata Saskana (Armonía), apoyado principalmente por rusoparlantes, jamás ha podido entrar en un gobierno de coalición.
Según un sondeo de SKDS realizado hace dos semanas, un 55% de los habitantes de Letonia habla letón en casa, un 26% habla ruso, y un 17%, los dos idiomas. Paradójicamente, parte de la población rusoparlante está compuesta por migrantes de Ucrania, Bielorrusia y Georgia.
En torno al 90% de los que hablan letón en casa apoya a Ucrania en la
guerra contra Rusia. Los rusoparlantes son más cautos. El 47% dice que
ni apoya a Ucrania ni a Rusia. “Los rusoparlantes ven televisión rusa y
los letones ven televisión letona”, dice Katkins. Ahora los medios rusos
están prohibidos, pero las redes sociales mantienen las dos realidades
enfrentadas en la conciencia colectiva letona. “Yo escucho los medios
rusos, letones e ingleses”, señalaba una emigrante bilingüe de Rezekne,
hija de un “no-ciudadano” que volvía a Manchester en un vuelo de
Ryanair. “No me fío de ninguno”. (Andy Robinson , La Vanguardia, 25/08/22)
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