11/1/22

EE UU ha ocultado el asesinato de miles de civiles en las guerras de Oriente Medio a raíz de más de 50.000 ataques con drones... The New York Times ha publicado cientos de informes confidenciales del Pentágono sobre víctimas civiles causadas por ataques aéreos estadounidenses en el Medio Oriente

 "Un largo artículo publicado en dos entregas el 19 de diciembre en The New York Times y el 31 del mismo mes en la revista Times Sunday, revela que desde 2014 murieron miles de no combatientes a raíz de más de 50.000 ataques con drones estadounidenses en Irak, Afganistán y Siria. Este dato ha sido ocultado por el gobierno de EE UU bajo tres presidencias sucesivas: Obama, Trump y Biden.

 El artículo del periodista Azmat Kahn se basa en una colección de documentos internos del Pentágono, así como en la recopilación de reportajes realizados sobre el terreno en docenas de lugares que han sido objeto de los ataques y en entrevistas con numerosas personas supervivientes. Es fruto de cinco años de investigación. He aquí un extracto de lo que escribió Kahn:

La colección de documentos ‒las evaluaciones confidenciales del propio ejército, de más de 1.300 informes sobre muertes de civiles, obtenidas por The New York Times‒ muestra en qué medida la guerra aérea ha estado marcada por una información muy deficiente de los servicios de inteligencia, una definición apresurada y a menudo imprecisa de los objetivos y la muerte de miles de civiles, en muchos casos niñas y niños, en agudo contraste con la imagen que ofrece el gobierno estadounidense de una guerra librada por drones perspicaces y bombas de precisión…

La campaña aérea representa una transformación fundamental del arte de la guerra que tuvo lugar en los últimos años de la presidencia de Obama, ante la creciente impopularidad de las guerras interminables que se habían cobrado la vida de más de 6.000 militares estadounidenses. EE UU cambió montones de botas sobre el terreno por un arsenal de drones teledirigidos por unos controladores sentados ante un ordenador, a menudo a miles de kilómetros de distancia. El presidente Obama la calificó de “la campaña aérea de mayor precisión de la historia”. Esta era la promesa: la “tecnología extraordinaria” de EE UU permitiría al ejército eliminar al enemigo teniendo el máximo cuidado de no dañar a gente inocente.

La primera parte del reportaje termina con Afganistán. Esto ofrece algún contexto de lo que documenta: “El ataque con drones de agosto [de 2021] sobre Kabul, que mató a un trabajador humanitario afgano y a nueve familiares suyos, fue noticia en todo el mundo, pero la mayoría de ataques aéreos estadounidenses se produjeron lejos de las grandes ciudades, en zonas remotas en que no había cámaras filmando, donde a menudo fallaba la cobertura de los teléfonos móviles y donde no había internet”, escribió Kahn. El 70 % de la población afgana vive en zonas rurales.

La guerra más larga de EE UU fue en muchos aspectos la menos transparente. Durante años, esos campos de batalla rurales se hallaban fuera del alcance de las y los periodistas estadounidenses. Sin embargo, después de que los talibán regresaran al poder en el mes de agosto, el interior de Afganistán resultó accesible. El Times llegó a Barang [en la región afgana de Band-e-Timor] poco más de un mes después, donde visitó 15 hogares de esta aldea de casas de barro y tierras de labranza, entrevistando asimismo a ancianos tribales y otras personas de toda Band-e-Timor. La mayoría dijeron que nunca antes habían hablado con un periodista.

Lo que contaron ‒de modo consistente y fiable‒ ayuda a explicar cómo EE UU perdió el país, cómo su guerra de incursiones aéreas y su apoyo a unas fuerzas de seguridad corruptas [las del gobierno títere] allanaron el camino al retorno de los talibán. En promedio, cada hogar perdió a cinco familiares civiles. La gran mayoría de estas muertes se debieron a ataques aéreos, casi siempre durante incursiones [de las fuerzas de seguridad]. Mucha gente reconoció que tenían parientes entre los combatientes talibán, pero la mayoría de las bajas fueron civiles:

Un padre que murió durante un ataque aéreo mientras corría hacia el bosque. Un sobrino asesinado mientras dormía con su rebaño de ovejas. Un tío muerto a tiros por soldados estadounidenses mientras iba al bazar a comprar okra para el almuerzo. Al oír el ruido de helicópteros, los hijos de Hajji Muhammad Ismail Agha se fueron al desierto. Los “helicópteros extranjeros” les dispararon. Uno de los hijos, Nour Muhammad, cayó muerto; el otro, Hajji Muhammad, sobrevivió. “¿Cómo podían discernir los aviones entre un civil y un talib?”, preguntó el padre. “Lo mataron no lejos de aquí. Vi cómo ocurrió.”

Ninguno de estos incidentes aparecen mencionados en los comunicados del Pentágono. Unos pocos constan en recuentos de Naciones Unidas. Tan aislados del gobierno afgano estaban los residentes que cuando se les pedía el certificado de defunción de sus seres queridos, preguntaban dónde podían obtenerlo. Así, para comprobar las muertes, el Times inspeccionó las lápidas de las tumbas esparcidas en el desierto.

Esta información corrobora lo que escribieron periodistas que visitaron zonas rurales de Afganistán en un artículo publicado en noviembre en The New Yorker, “Las otras mujeres de Afganistán”. Los talibán recibieron apoyo porque combatían a los americanos y sus bombardeos, así como a las “fuerzas de seguridad”. Esto explica cómo los talibán forjaron una base de apoyo sólida en zonas rurales, que finalmente rodeaban las ciudades. Cuando entonces atacaron las ciudades, las fuerzas del gobierno corrupto, ya sin el apoyo de los bombardeos estadounidenses, se disolvieron como un azucarillo.

Siria e Irak

El grueso del artículo está dedicado a la campaña de EE UU contra el Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, de 2015 a 2017.

Repetidamente, los documentos [del ejército] señalan el fenómeno psicológico del “sesgo de confirmación”, la tendencia a interpretar la información de manera que confirme la convicción preexistente. Se daba por hecho que un grupo de gente que corría hacia un lugar recién bombardeado eran combatientes del EI, no civiles que acudían al rescate. Motoristas que se desplazaban “en formación” mostrando la “señal” de un ataque inminente no eran más que eso, motoristas.

A menudo, el peligro para la población civil se pierde en la brecha cultural que separa a los soldados estadounidenses de un vecindario local. Se detectaba la “ausencia de civiles” cuando de hecho las familias estaban durmiendo durante el día en el periodo del Ramadán, refugiándose en sus casas para huir de la canícula del verano o juntándose en una de las casas para protegerse cuando se intensificaban los combates. En muchos casos se observaba la presencia de civiles en las grabaciones de vigilancia, pero los analistas no los percibían o su presencia no constaba en las comunicaciones previas a un ataque.

En los registros de conversaciones incluidos en algunas evaluaciones, las voces de los soldados suenan como si estos estuvieran ocupados en un videojuego, en uno de los casos expresando su regocijo al disparar en una zona visiblemente “repleta” de combatientes del EI, sin distinguir a los niños que había entre ellos.

Hay muchos ejemplos más, demasiados para enumerarlos en este artículo. Dos que destacan fueron las batallas para la reconquista de Raqqa en Siria y Mosul en Irak, quedando reducida la primera a una “necrópolis” tras los bombardeos y la segunda a un montón de escombros, causando la muerte de muchos civiles.

La segunda parte del largo artículo se titula “El coste humano de las guerras aéreas de EE UU”, y en ella se exponen los detalles de algunos casos típicos. En democracynow.org figuran los enlaces con ambas partes del artículo y una entrevista con Azmat Kahn del 22 de diciembre. Después de leer la totalidad del artículo hay una conclusión ineludible: el asesinato por parte de EE UU de miles de civiles, inclusive menores, fue una consecuencia deliberada de la dejadez abúlica de los servicios de información, de la definición chapucera de objetivos, de la ausencia de toda rendición de cuentas y del encubrimiento.

El examen de otra flecha de la aljaba de guerra estadounidense, la de las sanciones, puede aclarar un poco las cosas. Las sanciones contra Cuba, Irán, Venezuela y otros países que rechazan la dominación de EE UU son actos de guerra, por mucho que la superioridad del ejército estadounidense y el control financiero impidan cualquier contraataque. Incluso comentaristas más honestos de la prensa mayoritaria dicen lo que la izquierda ya sabe: que esas sanciones están dirigidas contra las poblaciones de estos países, que se llevan la peor parte del sufrimiento que causan.

Los imperialistas esperan que golpeando con fuerza a dichas poblaciones, estas se vuelvan contra sus gobiernos y establezcan regímenes favorables a EE UU. ¡Qué más quisieran! Además, EE UU quiere que estas poblaciones sufran por atreverse a alzarse en contra de Washington, lo que a sus ojos es un crimen capital que merece un castigo severo.

EE UU apunta ahora contra el pueblo de Afganistán por derrotar a su ejército y al gobierno títere en la guerra. Está claro que durante la ocupación estadounidense, la economía, también en las ciudades, pasó a depender de la financiación de EE UU, y en menor medida de otros países ricos, para mantenerse a flote. Con la “pérdida” del país, EE UU ha congelado toda esta ayuda. El resultado es una grave crisis económica, incluida la muerte de mucha gente por inanición. Las niñas y niños no se salvan. Las madres malnutridas dejan de producir leche. Las agencias internacionales de derechos humanos dicen que unos cinco millones de menores de cinco años pueden morir de inanición en las próximas semanas.

El informe de Azmat Kahn demuestra que el precio que paga la población civil afgana por la guerra aérea estadounidense es de la misma factura que las sanciones: un intento de someter a la población a base de bombas, un intento en que le han salido los tiros por la culata. El EI era conocido por atacar violentamente a otros musulmanes y a la minoría religiosa azadí del Kurdistán. Los combatientes kurdos de Siria combatieron contra el EI sobre el terreno. El EI trató especialmente de eliminar a la población chiíta. Fueron milicias de Irán e Irak las que se enfrentaron al EI sobre el terreno en Irak. Pero como señaló Kahn, EE UU no solo bombardeó las tropas del EI, sino también a la población civil de las zonas controladas por el EI, una población civil que no apoyaba las peculiares creencias religiosas del EI. EE UU consideró que estas personas apoyaban voluntaria o involuntariamente al EI y las bombardeó."             ( , Viento sur, 01/01/22) 

 

"The New York Times recientemente ha publicado una serie de reportajes que deberían ser elogiados. 

El 18 de diciembre, el periódico anunció la publicación de cientos de informes confidenciales del Pentágono sobre víctimas civiles causadas por ataques aéreos estadounidenses en el Medio Oriente

 Esto sigue a sus investigaciones de alto nivel sobre el asesinato con aviones no tripulados de la familia Ahmadi durante la retirada de Afganistán, y una célula de ataque estadounidense en Siria que mató a decenas de civiles con ataques aéreos.

Muchos periodistas, con razón, elogiarán al New York Times por sus informes sobre los ataques aéreos estadounidenses y el coste civil ocasionado. Muchos menos señalarán cómo la inhumanidad de los ataques aéreos estadounidenses fue revelada por primera vez en 2013 por el denunciante Daniel Hale.

Hale utilizó su experiencia de primera mano en la identificación de objetivos para el programa de drones para resaltar cómo se basan en criterios defectuosos y, como resultado, matan a civiles. Más tarde, Hale trabajó para la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial, donde tuvo acceso a documentos sobre cómo funciona el programa de drones. Hale proporcionó esos documentos a Intercept, que los publicó como The Drone Papers en 2015. Si bien los documentos de Hale no eran tan completos como el tesoro publicado recientemente por el New York Times, proporcionaron muchas de las mismas revelaciones centrales, particularmente la naturaleza defectuosa de cómo se recopila la inteligencia y el alto costo civil de las campañas aéreas. En particular, los documentos de Hale revelaron que el 90% de las víctimas del programa de drones no eran los objetivos previstos. Hasta el informe reciente del New York Times, las revelaciones de Hale eran la prueba más completa de cómo funciona la guerra aérea estadounidense.

Para ser justos, los informes del Times sobre la naturaleza brutal y el alto costo civil de los ataques aéreos estadounidenses no son insignificantes. Los estadounidenses podrían haber ignorado fácilmente la violencia del Pentágono ahora que el enfoque de intervención de «botas sobre el terreno» ha terminado en gran medida con la retirada de Biden de Afganistán. De hecho, Obama defendió el uso de ataques aéreos para evitar los sentimientos antibélicos de los estadounidenses. The Times realmente destaca esto, escribiendo:

«La campaña aérea representa una transformación fundamental de la guerra que tomó forma en los últimos años de la administración Obama, en medio de la creciente impopularidad de las guerras eternas que se habían cobrado más de 6.000 militares estadounidenses. Estados Unidos cambió muchas de sus ‘botas sobre el terreno’ por un arsenal de aviones dirigidos por controladores sentados frente a las computadoras, a menudo a miles de kilómetros de distancia».

Aun así, por mucho que los informes del Times ya parezcan estar provocando una discusión sobre la guerra aérea de los EE. UU., es preocupante que ésta conlleve el riesgo de que las propias acciones heroicas de Hale sean ignoradas. El Times no menciona las acciones de Hale, incluso cuando reciben elogios por supuestamente romper con el mundo de la violencia de los ataques aéreos estadounidenses. Más condenatorio es lo poco que ha comentado el Times sobre el hecho de que Hale fue condenado a casi cuatro años de prisión a principios de este año por exponer el programa de drones. Aparte de un artículo estándar sobre su sentencia publicado en julio, Daniel Hale está ausente del New York Times. Azmat Khan, el reportero detrás de «Civilian Casualty Files» del NYT no ha mencionado a Daniel Hale ni una vez en Twitter.

No es que no haya habido actualizaciones en la historia de Hale desde que fue sentenciado. Después de su sentencia, Hale permaneció languideciendo en una cárcel durante más de dos meses a pesar de que se suponía que sería trasladado en cuestión de semanas. Una vez finalmente transferido, la situación de Hale empeoró. Se suponía que lo enviarían a una prisión que le brindaría atención por su diagnóstico de trastorno de estrés postraumático, pero ahora está recluido en una unidad de gestión de la comunicación (CMU). Las CMU están diseñadas para terroristas y «reclusos de alto riesgo» y los detenidos tienen un contacto muy restringido con el mundo exterior. La Unión Estadounidense de Libertades Civiles ha pedido al gobierno de EE. UU., que ponga fin a su uso de CMU, argumentando que estas «unidades de vivienda secretas dentro de las cárceles federales en las que los presos están condenados a vivir en un absoluto aislamiento del mundo exterior son inconstitucionales, violan los derechos religiosos de los presos y están en desacuerdo con las obligaciones de tratados firmados por Estados Unidos».

Daniel Hale merece libertad por revelar pruebas de los mismos crímenes que ahora se elogia al New York Times por publicarlos. Su equipo de apoyo y los activistas contra la guerra han estado trabajando arduamente para aumentar la preocupación y la acción por su causa, pero esa es una tarea abrumadora considerando que Hale es una persona a la que el gobierno de EE. UU., y el ejército de EE. UU., en particular, quieren silenciar. Pero como ha demostrado el Times con sus propios informes sobre los ataques aéreos estadounidenses, tienen una plataforma que puede atravesar el silencio impuesto por el Pentágono. Un solo editorial pidiendo la liberación de Hale haría maravillas por su causa.

Presumiblemente, los reporteros del Times que han estado investigando la violencia de los ataques aéreos estadounidenses lo hacen porque creen que las víctimas de las campañas aéreas estadounidenses merecen justicia. La negativa del Pentágono a responsabilizar a nadie por su mortal ataque aéreo en Kabul en agosto indica que será una batalla cuesta arriba responsabilizar a cualquiera por los ataques aéreos recientemente expuestos. Daniel Hale se unió a la lucha para responsabilizar seriamente al Pentágono. Se unió años antes que lo hiciera el New York Times y fue tratado como un criminal por ello. El New York Times debería darle el reconocimiento adecuado a Daniel Hale y pedirle a Biden que lo perdone de inmediato. Mientras esté en prisión, no hay justicia."

(Sam Carliner, Su escritura se centra en el imperialismo estadounidense y la crisis climática. Rebelión, 04/01/22; Fuentes: original.antiwar.com )

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