"El pasado lunes 2 de agosto se conmemoraba el día europeo de las víctimas romaníes del genocidio nazi. El Porrajmos, la persecución y aniquilación al pueblo romaní que acabó con la vida de medio millón de personas, tres de cada cuatro gitanos y gitanas que residían en Europa, tuvo el 2 de agosto de 1944 uno de sus episodios más trágicos: la muerte de 3.000 mujeres, niños y ancianos de este pueblo en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.
Unos días antes, en Brasil, una reconocida antropóloga hacía público el hallazgo de una carta en la que Jair Bolsonaro manifestaba su reconocimiento y agradecimiento a colectivos neonazis. La noticia, compartida por el colectivo brasileño Ciganagens, reafirmaba las conexiones entre las bases del presidente del país y esta ideología.
“Es importante tener memoria del pasado, para saber reconocer las violencias que nos afligen en el presente. Es importante recordar nuestras tradiciones y respetar a nuestros antepasados muertos. Porajmos quiere decir perdición, aniquilamiento, devoración. Los nazis no perdonaron los “pecados” de nuestra “raza”, reflexionaba el citado colectivo en las redes sociales al compartir el artículo.
El hallazgo de la carta de Bolsonaro, y la conmemoración del Porrajmos llegaron en plena ofensiva de persecución y caza a personas gitanas en el estado de Bahía. El mes de julio de 2021 ha sido un mes de muerte y terror para la población romaní después de que el 13 de julio dos agentes de la Policía Militar de civil fueran asesinados en un choque donde también dos personas gitanas murieron baleadas, en la ciudad de Vitoria da Conquista.
“Desde entonces los gitanos estan siendo ejecutados, perseguidos y asesinados por la policía militar de Bahia”, relata desde la zona T. un abogado y activista romaní que prefiere mantener el anonimato ante la situación de terror creada.
“El mismo día que murieron los policías, detuvieron al padre de la familia de los presuntos culpables, mataron a dos de sus hijos, y el segundo día por la noche ejecutaron a un menor de 13 años dentro de una farmacia”, el pasado 30 de julio la policía militar acabó con la vida del octavo hermano de la familia, solo quedan dos vivos. El activista explica cómo la revancha de las autoridades trascendió a la familia y se amplió a todas las personas gitanas del Estado que “han sufrido amenazas y persecuciones.
El castigo colectivo como práctica policial se ha traducido en la amenaza de matar a todos los gitanos si no delataban a los miembros de la familia implicada en la muerte de los policías: “web oficiales de la policía militar anunciaban recompensas, estaban cazando a los gitanos para matarlos”, apunta T. Los colectivos romaníes pidieron ayuda a las autoridades del estado y del país, explica el abogado, pero denuncia que “desgraciadamente cuando se trata de ayudar a gitanos la ayuda llega muy tarde”.
“Las cámaras de gas fueron construidas, ladrillo a ladrillo, en base a los prejuicios y estereotipos, los chistecitos, los comentarios insensibles, las frases hechas despectivas, juzgar al grupo y no al individuo…En esa semilla comienza el Genocidio”, reflexiona Celia Montoya de Rromani Pativ, en conversación con el Salto, el día 2 de agosto. Su colectivo ha firmado recientemente, junto al citado Colectivo Ciganages y Orguhlo Romani, una tribuna en el medio digital Ctxt, en la que denuncian la situación en el país.
En el mencionado artículo se pone de relieve la dificultad de contrastar que estaría sucediendo, pues, explican, la mayoría de los medios se ciñen a repetir lo que afirman las fuentes policiales, mientras “circulan en las redes sociales vídeos de coches y casas de familias gitanas de la región siendo quemados, en lo que sería una represalia de la policía militar”. Para Montoya esta cacería de personas gitanas, que sucede sin que haya una gran respuesta social, arraiga en la deshumanización del pueblo gitano y con ella “la indiferencia absoluta hacia su destino”.
Para conjurar esta indiferencia el mismo 15 de julio numerosas organizaciones y colectivos reclamaban a las autoridades brasileñas en una nota pública que actuase ante la “caza” y “matanza” que la policía militar estaría perpetrando en Bahia. “En Brasil no existe pena de muerte. Que una comunidad entera sufra y muera por actos cometidos que deben ser dirigidos a las instancias jurídicas, evidencia la violencia, la falta de preparación y las injusticias cometidas por la policía militar en Bahia”, denunciaban, antes de recordar “¡Las vidas gitanas importan!”.
Prejuicio e impunidad
Desconocimiento e invisibilidad son dos de los factores centrales que Gabriela Marques, del colectivo Orgulho Romaní, identifica en la raiz de los prejuicios que se tienen sobre el pueblo gitano en Brasil. Una invisibilidad que se da desde la academia a los medios de comunicación pasando por las políticas públicas. “Existe también la reproducción de estos estereotipos que hay en Europa: que los gitanos roban niños, que hacen trampas contigo para robarte, estas cosas. Siempre hay un ‘ojo que hay gitanos por aquí’, y eso está muy relacionado con que en los medios de comunicación solo se habla de los gitanos para relacionarlos con crimen, violencia, episodios de delincuencia”.
El “todos los gitanos son así”, la idea de que son nómadas —cuando la mayoría de las familias ya no son itinerantes— el estigma de que no se puede confiar en ellos, conforman la base de una representación del pueblo gitano que posibilita discriminaciones y persecuciones como las que se han vivido en las últimas semanas. “Es una herencia de Portugal, los mismos estereotipos que tenían ahí en la península ibérica llegan a Brasil junto con los gitanos en el siglo XVI.
Así arraiga un antigitanismo que proviene de ese momento”, prejuicios que conviven con una romantización de lo gitano, idealizado como un pueblo místico y libre. “Hay este otro matiz, lo que nos muestra la complejidad de este estereotipo porque de los dos lados se construye una imagen de los gitanos que está muy alejada del gitano de la vida real”, concluye la activista.
La mezcla entre el antigitanismo estructural, arraigado desde hace cinco siglos y el carácter reaccionario y represivo del gobierno de Jair Bolsonaro están resultando en una trampa para la población: “Desafortunadamente, la indiferencia social hacia los gitanos es enorme, lo prejuicios que nuestra etnia sufre es muy grande, la sociedad no acepta que seamos de otra etnia, que seamos minoría, y por eso la policía puede decidir exterminarnos. Estamos viviendo días de terror con lo que está pasando. Frente a tanta impotencia muchos gitanos se están yendo de Bahia buscando lugares donde tengan protección de la policía”, relata T.
El hecho de que las fuerzas implicadas sean las de la Policía Militar es central para esta persecución, explica Marques. Se trata de una fuerza de seguridad atravesada por la jerarquía propia del ejército. “Los policías que empiezan, que son especialmente los que están en la calle, pasan por una formación en la que la violencia está muy arraigada y se desarrolla en ellos el miedo a sus superiores.
Se trata de una formación con mucha violencia física, psicológica, disciplinaria que se transforma en un sentimiento de venganza y revancha hacia la población”, expone, describiendo a personas sin poder en el aparato, con salarios escasos, pero con armas, desplegando su escaso poder en la calle, el “desde llevar a la gente a la cárcel por cosas muy pequeñas a cometer delitos graves”.
Por otro lado, denuncia Marques, son en muchos casos estos policías, jubilados tempranamente por enfermedad o por implicación en irregularidades, los que acaban integrando las milicias, poder paralelo que controla amplias áreas en ciudades como Rio de Janeiro y que han aumentado enormemente su influencia en el Brasil de Bolsonaro: “Hay muchas evidencias de la relación de la familia del presidente con milicianos. Por ejemplo, el asesinato de Marielle Franco ha desnudado mucho esta relación”.
Los mismos policías militares, aún dentro de la corporación, suman trabajos paralelos en la seguridad privada u otros encargos. Los dos policías que murieron el pasado 13 de julio, por ejemplo, no estaban uniformados. Según narran fuentes próximas a los colectivos romaníes tenían el encargo de matar al padre de la familia. Al dispararle fueron abatidos. Dos de los hermanos murieron en el tiroteo.
La Policía Militar de Brasil es la que más muertes registra, apunta la integrante de Orgulho Romani. Sin pasar por ningún tipo de formación en derechos humanos o nada similar, “hay un sentimiento de licencia para hacer lo que quieren cuando están con su uniforme de policía. Por este contexto muchos activistas gitanos y no gitanos, presentamos cartas de denuncia, porque conocemos cómo funciona la policía y sabíamos que esto podía pasar en el caso de estas familias”.
De los diez hermanos varones de la familia ocho han sido ya aniquilados, “están haciendo la búsqueda y cuando llegan a estas personas se habla de una confrontación, que los otros también tenían armas y se les mata como legítima defensa. No hay preocupación de arrestar sin matar. Dicha justificación facilita esta forma de funcionar de la policía y refuerza la idea de que los derechos humanos son para defender bandidos, criminales”.
La narrativa de que las personas tienen el derecho a defenderse, a matar a criminales, se ha extendido mucho con el gobierno de Bolsonaro, apunta Marques, cabe recordar cómo apenas llegó a la presidencia el mandatario favoreció la tenencia de armas. En Brasil no son ajenos a las resonancias que discursos y prácticas traen a épocas pasadas, no solo de su propia historia estatal (es abierta la defensa del antiguo militar de la dictadura que dominó el país durante dos décadas), si no con la persecución y asesinato sistemático de otra de sus minorías, la más invisibilizada.
El pasado 26 de julio el historiador brasileño Michel Gherman compartía en las redes una foto en la que un sonriente Bolsonaro posaba entre dos integrantes del partido Alternativa para Alemania (Afd), una de ellas, nieta de un ministro de Hitler. Una imagen más para reafirmar el sustrato ideológico de presidente al que colectivos antifascistas califican como #Bozonazi, y en el que, décadas después del Porrajmos, la policía persigue a los gitanos y los ejecuta aduciendo defensa propia." (Sarah Babiker, El Salto, 07/08/21)
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