10/4/19

También le denunció su amigo Liaño, un falangista: “Un día se presentó en la cárcel y le dio una patada a mi marido que le partió una pierna. Su mujer, Marina, había sido la madrina de nuestra boda. Años más tarde fui a pedirle trabajo a la cooperativa lechera SAM, y Liaño me contestó: ¡los hijos de Ángel Martínez que coman piedras! Cuando mataron a mi marido tuve que ingeniármelas para criar a mis 3 hijos...

“Queridísima Pilar: Por fin llegó la hora fatal en que se va a cumplir una sentencia dictada por la incomprensión. Te escribo unas horas antes de dejar de existir, no para pedirte mis últimos deseos referentes a nuestros queridísimos hijos, ni para recordarte tantas y tantas ilusiones como quedan truncadas con mi muerte; te escribo para que sepas que en estos fatales momentos, mis recuerdos van hacia vosotros, seres tan queridos a quienes no besaré más, a quienes no veré jamás. Estoy con ánimos. Nunca se miró a la muerte con tanta valentía como cuando se la tiene tan cerca”.

El autor de estas líneas escritas horas antes de ser fusilado en la tapia del cementerio de Ciriego (Santander), el 30 de noviembre de 1939 es Ángel Martínez Ros, 31 años, cortador de vidrio, fundador del Partido Socialista en Renedo de Piélagos, sindicalista, natural de Mataporquera (Cantabria). 

Un año y 9 meses antes había sido condenado a muerte por “propagar ideas marxistas” y “organizador de asociaciones extremistas”. Ángel fue asesinado por ser fundador del PSOE en su pueblo y delegado del trabajo, asesor del sindicato de la fábrica y delegado de asistencia social.

Ángel tenía 3 hijos, uno de ellos recién nacido. Su mujer, Pilar Landáburu Ibáñez, ya fallecida, no volvió a hablar de su marido en mucho tiempo y tardó cerca de 30 años en enseñar aquella carta de despedida. 

 Dolores Puente, nieta de Ángel Martínez Ros relata: “Prefirió que sus hijos supieran lo menos posible para que no dijeran nada en el pueblo y no se metieran en líos. Por eso mi madre apenas sabe nada de su padre. A mi abuela le costaba mucho hablar de ello, tenía el caparazón muy gordo y mucho miedo todavía”.

 En la obra “Las fosas de Franco”, de Emilio Silva y Santiago Macías se habla de ese miedo y de esa desmemoria. Cuando Pilar Landáburu fue entrevistada en 2003, tenía 94 años: 

“Íbamos todas las semanas a llevar comida a mi marido, pero comían precariamente, cuando los paquetes llegan a ellos los carceleros ya se habían comido la mitad. Dormían en el hueco de tres baldosines. La denuncia contra mi marido venía de Alfonso Caparrini, el director de la empresa donde trabajaba porque mi marido iba a favor de los obreros y contra la explotación”.

También le denunció su amigo Liaño, un falangista: “Un día se presentó en la cárcel y le dio una patada a mi marido que le partió una pierna. Su mujer, Marina, había sido la madrina de nuestra boda. 

Años más tarde fui a pedirle trabajo a la cooperativa lechera SAM, y Liaño me contestó: ¡los hijos de Ángel Martínez que coman piedras! Cuando mataron a mi marido tuve que ingeniármelas para criar a mis 3 hijos. Trabajaba en el campo o donde me llamaran. Me presenté en varias fábricas para pedir trabajo y no me lo dieron porque era la mujer de un rojo”.

Para salir adelante, sus hijos tuvieron que emplearse en tareas del campo sin poder ir a la escuela, aprendieron a leer y a escribir pasados los años.

Durante los últimos 67 años, Ángel Martínez Ros ha sido un “desconocido”, como figuraban en el registro del cementerio de Ciriego los 850 republicanos fusilados en la misma tapia y enterrados en las mismas fosas, durante 11 años, desde agosto de 1937 hasta abril de 1948, la época de la mayor represión franquista y los juicios sumarísimos. Les ejecutaban y les echaban a la zanja con una carretilla. Son muchos y están mezclados unos con otros.

Antonio Ontañón, presidente de la asociación Héroes de la República, ha invertido más de 20 años, para averiguar quiénes eran y cerciorarse de dónde estaban: “Era tremendamente injusto. Como si los hubieran matado dos veces. La primera, con una bala, y la segunda, eliminando su identidad. Estoy muy satisfecho de que por fin puedan figurar en el registro”, explica.

Hoy, en el cementerio de Ciriego, hay nueve monolitos con los nombres de los ejecutados, levantados y financiados por una colecta de la asociación Héroes de la República."               (Tulio Riomesta, 27/03/19)

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