“Queridísima Pilar: Por fin llegó la hora fatal en que se va a
cumplir una sentencia dictada por la incomprensión. Te escribo unas
horas antes de dejar de existir, no para pedirte mis últimos deseos
referentes a nuestros queridísimos hijos, ni para recordarte tantas y
tantas ilusiones como quedan truncadas con mi muerte; te escribo para
que sepas que en estos fatales momentos, mis recuerdos van hacia
vosotros, seres tan queridos a quienes no besaré más, a quienes no veré
jamás. Estoy con ánimos. Nunca se miró a la muerte con tanta valentía
como cuando se la tiene tan cerca”.
El autor de estas líneas escritas horas antes de ser fusilado en la
tapia del cementerio de Ciriego (Santander), el 30 de noviembre de 1939
es Ángel Martínez Ros, 31 años, cortador de vidrio, fundador del Partido
Socialista en Renedo de Piélagos, sindicalista, natural de Mataporquera
(Cantabria).
Un año y 9 meses antes había sido condenado a muerte por
“propagar ideas marxistas” y “organizador de asociaciones extremistas”.
Ángel fue asesinado por ser fundador del PSOE en su pueblo y delegado
del trabajo, asesor del sindicato de la fábrica y delegado de asistencia
social.
Ángel tenía 3 hijos, uno de ellos recién nacido. Su mujer, Pilar
Landáburu Ibáñez, ya fallecida, no volvió a hablar de su marido en mucho
tiempo y tardó cerca de 30 años en enseñar aquella carta de despedida.
Dolores Puente, nieta de Ángel Martínez Ros relata: “Prefirió que sus
hijos supieran lo menos posible para que no dijeran nada en el pueblo y
no se metieran en líos. Por eso mi madre apenas sabe nada de su padre. A
mi abuela le costaba mucho hablar de ello, tenía el caparazón muy gordo
y mucho miedo todavía”.
En la obra “Las fosas de Franco”, de Emilio Silva y Santiago Macías se
habla de ese miedo y de esa desmemoria. Cuando Pilar Landáburu fue
entrevistada en 2003, tenía 94 años:
“Íbamos todas las semanas a llevar
comida a mi marido, pero comían precariamente, cuando los paquetes
llegan a ellos los carceleros ya se habían comido la mitad. Dormían en
el hueco de tres baldosines. La denuncia contra mi marido venía de
Alfonso Caparrini, el director de la empresa donde trabajaba porque mi
marido iba a favor de los obreros y contra la explotación”.
También le denunció su amigo Liaño, un falangista: “Un día se
presentó en la cárcel y le dio una patada a mi marido que le partió una
pierna. Su mujer, Marina, había sido la madrina de nuestra boda.
Años
más tarde fui a pedirle trabajo a la cooperativa lechera SAM, y Liaño me
contestó: ¡los hijos de Ángel Martínez que coman piedras! Cuando
mataron a mi marido tuve que ingeniármelas para criar a mis 3 hijos.
Trabajaba en el campo o donde me llamaran. Me presenté en varias
fábricas para pedir trabajo y no me lo dieron porque era la mujer de un
rojo”.
Para salir adelante, sus hijos tuvieron que emplearse en tareas
del campo sin poder ir a la escuela, aprendieron a leer y a escribir
pasados los años.
Durante los últimos 67 años, Ángel Martínez Ros ha sido un
“desconocido”, como figuraban en el registro del cementerio de Ciriego
los 850 republicanos fusilados en la misma tapia y enterrados en las mismas fosas,
durante 11 años, desde agosto de 1937 hasta abril de 1948, la época de
la mayor represión franquista y los juicios sumarísimos. Les ejecutaban y
les echaban a la zanja con una carretilla. Son muchos y están mezclados
unos con otros.
Antonio Ontañón, presidente de la asociación Héroes de la República,
ha invertido más de 20 años, para averiguar quiénes eran y cerciorarse
de dónde estaban: “Era tremendamente injusto. Como si los hubieran
matado dos veces. La primera, con una bala, y la segunda, eliminando su
identidad. Estoy muy satisfecho de que por fin puedan figurar en el
registro”, explica.
Hoy, en el cementerio de Ciriego, hay nueve monolitos con los nombres
de los ejecutados, levantados y financiados por una colecta de la
asociación Héroes de la República." (Tulio Riomesta, 27/03/19)
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