"Franco creó en España un centenar más de campos de
concentración de los que se creía hasta ahora. Una investigación del
periodista Carlos Hernández plasmada en su libro Los campos de concentración de Franco
documenta 296 en total, a partir sobre todo de la apertura de nuevos
archivos municipales y militares.
Por los campos pasaron entre 700.000 y
un millón de españoles que sufrieron "el hambre, las torturas, las
enfermedades y la muerte", la mayoría de ellos además fueron
trabajadores forzosos en batallones de esclavos. Estuvieron abiertos
desde horas después de la sublevación militar hasta bien entrada la
dictadura.
El estudio anterior más completo, de Javier Rodrigo,
había documentado hasta 188 campos de concentración en todo el país.
También en torno a 10.000 víctimas mortales entre los asesinados y los
fallecidos a consecuencia de las condiciones vividas ahí, pero Hernández
cree que "esa cifra se queda corta con estos nuevos datos.
Es imposible
documentar todos los asesinatos y muertes porque no dejaban registro,
pero en solo 15 campos que han podido ser investigados en esto ya
calculamos entre 6.000 y 7.000. No es una proporción exacta porque entre
esos 15 estaban algunos de los más letales, pero nos hacemos una idea
de que hay muchas más víctimas".
La comunidad autónoma que más campos albergó fue
Andalucía, pero hubo por todo el territorio: el primero fue el de la
ciudad de Zeluán, en el antiguo Protectorado de Marruecos, abierto el 19
de julio de 1936, y el último fue cerrado en Fuerteventura a finales de
los años 60. El 30% eran "lo que imaginamos estéticamente como campos
de concentración, es decir, terrenos al aire libre con barracones
rodeados de alambradas.
El 70% se habilitaron en plazas de toros,
conventos, fábricas o campos deportivos, hoy muchos reutilizados",
explica Hernández. Ninguno de los presos había sido juzgado ni acusado
formalmente ni siquiera por tribunales franquistas, y pasaron ahí una
media de 5 años. Sobre todo eran combatientes republicanos, aunque
también había "alcaldes o militantes de izquierdas" capturados tras el
golpe de estado en localidades que cayeron en manos del ejército
franquista.
Trabajos forzosos, hambre y torturas
En los campos de concentración de Franco se hacía una
labor de "selección". Se investigaba a cada uno de los prisioneros,
principalmente mediante informes de alcaldes, curas, y de los jefes de
la Guardia Civil y la Falange de las localidades natales. A partir de
ahí, clasificaban a los prisioneros en tres grupos, en términos
franquistas: los "forajidos", considerados "irrecuperables", iban
directamente a juicio, en el que se les decretaba cárcel o paredón.
Los
"hermanos forzados", es decir, los que creían en las ideas fascistas
pero obligados a combatir en el bando republicano; y los "desafectos" o
"bellacos engañados", los que estaban del lado republicano pero los
represores valoraban que no tenían una ideología firme y que eran
"recuperables".
Los "desafectos" poblaron de manera estable los campos
de concentración y fueron condenados a trabajos forzosos. Durante la
guerra estuvieron obligados a cavar trincheras, y al término del
conflicto, principalmente a labores de reconstrucción de pueblos o vías.
Sufrieron torturas físicas, psicológicas y lavados de cerebro: tenían
que comulgar, ir a misa, o cantar diariamente el Cara al Sol,
como ha documentado Hernández.
También hay testimonios explícitos de
hambrunas extremas, "la peor pesadilla de los prisioneros", enfermedades
como el tifus o tuberculosis y plagas de piojos. Muchos de ellos fueron
asesinados en el propio campo o por tropas falangistas que iban a
buscarles, y otros muchos no sobrevivieron a la falta de alimento,
higiene y atención sanitaria.
En noviembre de 1939, meses después del fin de la
guerra, se cerraron muchos campos, "pero lo que sucede realmente es una
transformación", relata el periodista. "La represión franquista era tan
bestia y tenía tantas patas que evolucionó en función de las
circunstancias. Franco, aunque aliado con Italia y Alemania, quería dar
una buena imagen ante Europa, quería emitir una propaganda de respeto de
los derechos humanos. Por eso oficialmente los campos terminan, pero
algunos perduran durante mucho tiempo". El último oficial, también el
más longevo, fue el de Miranda de Ebro (Burgos), que duró de 1937 a
1947.
Después hubo lo que Hernández denomina "campos de
concentración tardíos", creados durante los años 40 y 50 y con
denominaciones ya distintas. Fueron el de Nanclares de Oca (Álava), La
Algaba (Sevilla), Gran Canaria y Fuerteventura, estos dos últimos para
prisioneros marroquíes de la guerra del Ifni y cerrados en el 59.
Durante el resto de la dictadura siguieron quedando vestigios: por
ejemplo, en 1966 se clausuró la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía
(Fuerteventura), en la que se encarcelaba y "reeducaba" a homosexuales.
"Ha habido miedo a hablar"
Según Hernández, hay que "rehuir" la comparación que
parece inevitable con los campos nazis. En primer lugar porque "al lado
de Auschwitz, de millones de víctimas en la cámara de gas, cualquier
crimen brutal parece menos crimen".
Y en segundo porque el sistema
franquista era muy diferente: así como en la Alemania nazi todo estaba
más o menos estructurado y los dividían entre los de exterminio directo y
los de exterminio por trabajo, los españoles eran mucho más
heterogéneos y todo más "caótico". Los campos de Franco variaban mucho
en tamaño, y la suerte y destino de los prisioneros dependía en muchos
casos de las decisiones del propio oficial, que los había más y menos
sanguinarios.
Sobre el papel, estos centros estaban destinados solo a
hombres: "En la mentalidad machista y falsamente paternalista de los
dirigentes franquistas, las mujeres no encajaban en los campos de
concentración". Aunque sí hubo grupos de cautivas en algunos como en el
de Cabra (Córdoba), ellas fueron sometidas a idénticas torturas sobre
todo en las cárceles.
Las prisiones, al igual que las unidades del
Patronato de Redención de Penas que construyeron el Valle de los Caídos,
no están incluidas en esta investigación. Hernández la ha limitado a lo
que la propia documentación del régimen categoriza como 'campos de
concentración' –además de los cuatro tardíos– porque "la represión fue
de tal magnitud y tuvo tantas estructuras que para poder explicarla
tienes que parcelarla".
La segunda parte del libro de Hernández, que se
publica el próximo 14 de marzo, consta de testimonios de víctimas.
Quedaban pocos supervivientes que pudieran contarlo pero el autor
conversó directamente con media docena de los que fueran presos en uno o
varios de los casi 300 campos de concentración. Todos ellos han
fallecido en los últimos tres años, el último el pasado jueves, Luis Ortiz, quien pasó por el de Irún, por el de Miranda de Ebro y por el de Deusto.
Durante muchas décadas "ha habido vergüenza y miedo" a
hablar. Además de esas conversaciones con los antiguos presos, mucho de
lo recuperado por Hernández parte de publicaciones elaboradas durante
la Transición y de documentos familiares: "Hubo mucha gente que dejó
escritos a sus hijos y nietos de lo que ocurrió". Él anima a eso, "a
preguntar a la abuela, al abuelo, por lo que pasó: en todas las familias
españolas hay alguien cercano con historias sobre esto. No quiero que
esto sea un punto y final a la investigación sobre los campos de
concentración, sino un estímulo para reabrir el tema". (Belén Remacha, eldiario.es, 11/03/19)
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