28/1/19

La responsabilidad franquista en el Holocausto: el Ministerio de Asuntos Exteriores exigió a sus diplomáticos que se interesaran “solo por aquellos judíos de INDISCUTIBLE nacionalidad española”. Centenares de familias sefardíes, cuyos ancestros provenían de la Península, acudieron en vano a nuestras embajadas para pedir un pasaporte que les habría conducido hacia la vida. 50.000 solo de la ciudad de Salónica, acabaron en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau como consecuencia de esta premeditada inacción del Gobierno franquista...

"(...) Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, el régimen y su prensa no solo justificaron, sino que jalearon la persecución del pueblo hebreo. Manuel Aznar, abuelo del expresidente del Gobierno, escribió en ABC poco antes del inicio de las deportaciones en Francia: “Legiones de judíos y de masones cayeron sobre el pueblo francés como sobre un botín inmenso y allí hicieron cebo y carne para sus apetitos”.

 Lógicamente, cuando se “limpió” París de esas “legiones” de malvados judíos, la reacción de la prensa del Movimiento, teledirigida desde la cúpula franquista, fue de euforia: “Si es la raza perseguida, es por la maldición divina que lleva encima (…) Esos judíos que en Francia, Grecia, Turquía, Italia y costas africanas preparan sus maletas, son un indicio de aquel viejo tesón español de no admitir jamás lo antiespañol y de reconocer solo lo español y cristiano”; “Era de esperar la resistencia de muchos judíos a mostrar la estrella de Sión y el descaro de otros que la exhibían con más insolencia que circunspección. 

Y la aspiración de otros de frecuentar medios y lugares en que repugnaba la presencia de una casta internacional que es la responsable de los males que afligen a Europa. Ha desenlazado todo esto en un programa gubernativo que se propone resolver con criterio riguroso, implacable, el problema de convivencia entre la población y el elemento hebreo (…) Hoy no me he topado en la calle ni en el Metro con ninguna estrella amarilla. Es un indicio, acaso una prueba, de que la eliminación responde a un designio definitivo e inapelable”.

El régimen conoció y aplaudió cada paso hacia el Holocausto final dado por las huestes de Hitler, tal y como se reflejaba en los discursos y en las informaciones dictadas por el servicio de propaganda franquista y publicadas en los diarios: “Esta Segunda Guerra Mundial, según la profecía del Führer, acabará con la raza judía”; “El gobernador de Varsovia ha publicado un decreto prohibiendo que los habitantes de los barrios judíos se mezclen con el resto de los habitantes de Varsovia. 

Este decreto ha sido muy bien acogido…”; “El barrio judío de París. Saint Antoine ha sido fumigado, desinfectado mediante la eliminación del censo israelita, el cual acaba de ser conducido a campos de concentración”. Eran los tiempos en que cerca de 50.000 españoles combatían en la División Azul bajo las órdenes del Führer. 

Los españolitos de a pie leían emocionados las crónicas de Andrés Gaytan, que viajaba con los divisionarios y escribía cosas como esta: “Cuando en alguno de los pueblos donde hemos descansado había judíos, se notaba la diferencia que existe entre esta raza y las demás”; “los judíos, que en su carne pagan todos los pecados de su estirpe maldecida, tienen una mirada tierna de perro apaleado cuando el soldado español no le maltrata sin motivos”.

Mucho más graves que las palabras fueron los hechos. Franco cerró las fronteras e impidió la llegada de los judíos que intentaban escapar desde la Francia ocupada por los nazis. Salvo excepciones, el paso solo se permitió a aquellos que poseían un visado de entrada a Portugal. De hecho, el Gobierno franquista cesó y castigó a sus diplomáticos que, desobedeciendo sus órdenes, se dedicaban a salvar vidas. 

Así le pasó al cónsul español en Burdeos, Eduardo Propper de Callejón. Rescatar de la muerte a miles de judíos a los que entregó un visado español provocó su relevo, su envío al ingrato consultado de Larache en el norte de África y le imposibilitó de por vida ascender al cargo de embajador.

En Francia, mientras tanto, los diplomáticos españoles solo recibieron de Madrid dos instrucciones: por un lado, no inmiscuirse en la política de los dirigentes nazis y del Gobierno colaboracionista de Vichy; por otro, hacer las gestiones oportunas ante las autoridades para hacerse cargo de las propiedades y de los bienes que abandonaban los judíos de origen español tras ser deportados. 

El dinero sí interesaba, las personas no. Estos y el resto de cónsules y embajadores informaron puntualmente a Franco sobre el incremento en el ritmo de los asesinatos y de las deportaciones a los campos de concentración.

Algunos embajadores, como Miguel Ángel de Muguiro en Budapest, se apoyaron en un decreto aprobado durante la dictadura de Primo de Rivera que permitía a los judíos de origen sefardí acceder a la nacionalidad española. 

De Muguiro lo empleó como argumento para conceder pasaportes españoles a centenares de judíos, lo que le costó el puesto y su inmediata repatriación. Su sucesor, Ángel Sanz Briz, continuó con la misma estrategia: también incumplió las órdenes que llegaban de Madrid y logró salvar así a unas 5.000 personas.

Ese antiguo decreto habría permitido a Franco salvar de las cámaras de gas a decenas de miles de judíos. En enero de 1943, en pleno arranque de La Solución Final, Hitler envió una circular a todos sus aliados, entre los que se encontraba España. En ella les daba un plazo de tres meses para “repatriar a sus judíos” de la Europa ocupada. En caso de no hacerlo, no había que ser muy listo para saber que su destino serían los campos de trabajo y/o exterminio. 

La respuesta que llegó desde Madrid fue de un absoluto desinterés, tal y como reflejaron en sus informes los diplomáticos alemanes. Tanto fue así que el Ministerio de Asuntos Exteriores franquista exigió a sus diplomáticos que se interesaran “solo por aquellos judíos de INDISCUTIBLE nacionalidad española”. 

Centenares de familias, cuyos ancestros provenían de la Península, acudieron en vano a nuestras sedes diplomáticas para pedir un pasaporte o un salvoconducto que les habría conducido hacia la vida. El resultado final fue desolador. Miles de sefardíes, 50.000 solo de la ciudad de Salónica, acabaron en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau como consecuencia de esta meditada y premeditada inacción del Gobierno franquista.

En los momentos finales de la guerra, cuando ya se daba por segura la derrota de Hitler, Franco giró hacia los Aliados para intentar garantizar su supervivencia. Desde aquel mismo momento y durante los cuarenta años de dictadura los jerarcas del régimen se ocuparon de destruir la documentación que les señalaba como cómplices directos del nazismo. Tuvieron cuatro décadas para realizar ese trabajo y para reescribir una historia manipulada que continuamos estudiando las generaciones que crecimos en democracia.

Han pasado 74 años desde que se abrieron las puertas de los campos de concentración nazis y 43 de la muerte de nuestro dictador. ¿No es hora ya de contar la verdad y de recordar lo que realmente sucedió? ¿No es hora de señalar con el dedo a Franco cada Día del Holocausto?"             (Carlos Hernández, eldiario.es, 24/01/19)

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