"El balazo en la boca destrozó sus dientes y
le dejó algunas secuelas que hoy, medio año después de que sucediera
todo, se perciben sutilmente en su cara.
Pero, muy probablemente, le
libró de una vida dedicada a la extorsión, o de terminar muerta sin
siquiera acabar la adolescencia, como le ocurrió a Claudia, la amiga con
la que se fugó de casa. “Dios sabe qué habría sido de mí si hubiera
seguido con esa gente”, susurra entre lágrimas.
Una vez que se entra, es muy complicado salir. Como refleja el estudio La nueva cara de las pandillas,
que se centra en El Salvador pero también aborda el problema en
Guatemala y Honduras, “tener el deseo de dejarla no es suficiente”.
En
una encuesta con más de un millar de miembros, la mayoría asegura que
recibió amenazas cuando decidió abandonarla. Según este documento, en
Guatemala las dos principales maras sumaban en el año 2012 unos 22.000
integrantes: 5.000 en la Salvatrucha y 17.000 en la Calle 18. Aunque hay
otras menores, estas dos acaparan al 95% de los mareros.
Almudena no sabe explicar cuál la
intentó reclutar. Ni tampoco qué le llevó exactamente a escapar de
casa. Hoy no puede arrepentirse más. “Si tuviera que dar un consejo para
no caer en esto, diría a los jóvenes que hagan caso a sus padres, al
final siempre llevan razón”.
Había conocido hacía alrededor de un año a
Claudia en el colegio. Aunque al principio no le simpatizaba demasiado,
acabaron siendo íntimas. Lo hacían todo juntas, salían, entraban y
andaban “molestando [bromeando] todo el rato”. Cuando le contó que
quería fugarse de casa, decidió acompañarla en la aventura. La primera
noche la pasaron en un motel que les costó 100 quetzales (unos 11 euros)
que les prestó otro amigo. Al día siguiente se fueron un mercado a
buscar trabajo “de lo que fuera” para poder subsistir.
“Una chavita algo
mayor que nosotras, de unos 16 años, se nos acercó y nos dijo que ella
nos podía proporcionar un empleo limpiando casas”, relata. Sin pensarlo
mucho, se fueron con ella a pasar la noche a la vivienda donde las
llevó. Hoy recuerda una conversación que escuchó de soslayo y a la que
entonces no le concedió importancia.
“Ya la tenemos”, le decía la chavita a alguien por teléfono. Agripina Solís, trabajadora social del
refugio La Alianza, donde Almudena comenzó a rehacer su vida tras el
disparo, explica que las maras usan lo que llaman “banderas”, chavales
que están en la calle, los mercados, atentos allí dónde pueden encontrar
a otros jóvenes vulnerables. Una vez que los localizan, los siguen y
les espían para más tarde hacer el acercamiento y captarlos.
Cuando estaban en la casa donde les llevó la chavita,
les dijo que el trabajo que tenía para ellas no era de limpieza, sino
de extorsión. Es a lo que se dedican estos grupos organizados, tanto en
Guatemala como en Honduras y El Salvador, donde cada año sacan 53, 175 y
340 millones de euros respectivamente, según datos de la Fuerza Nacional Antiextorsión (FNA) de Honduras publicados por el diario Criterio.
Manuel, que tiene un taller mecánico en un
barrio de Ciudad de Guatemala, está acostumbrado a pagar la extorsión.
Cada semana, unos adolescentes “con pistola en la cintura” pasan a
recaudar 350 quetzales (unos 40 euros). Durante el mes de Navidad, la
tasa se duplica. “Ellos no lo llaman extorsión, sino seguridad o renta.
Además de está, de vez en cuando pasan a pedirte dinero para sus chelas
[cervezas] y, claro, también se lo tienes que dar”, relata. Conforme
crece el negocio, crece el impuesto. Manuel asegura que no amplia su taller porque no se lo podría permitir.
Quizás Almudena, de apariencia menuda y
frágil, habría acabado con un arma en la cintura pidiendo dinero a los
pequeños empresarios de un barrio. Antes de eso, su primer trabajo sería
probablemente alguna encomienda, dar algún recado o transportar
mercancía. Son las primeras tareas para que las pandillas vayan cogiendo
confianza en ellas. “Después de eso seguramente pasan a ser banderas,
que es casi seguro lo que estaría haciendo Almudena ahora si no hubiera
sido por el tiroteo”, cuenta Solís.
Pero antes de ese primer trabajo, la
reclutadora le dijo a su amiga que fuera con ella y que Almudena las
esperase en la casa. “Yo no quería quedarme sola ni dejar sola a
Claudia, la chavita insistía en que me quedara,
pero yo me empeñé en ir con ellas, aunque no nos dijeron de qué se
trataba. Nos llevaron en un carro y nos dejaron en una calle. Allí
aparecieron unos chicos que sacaron pistolas y nos pidieron los
celulares. Se los dimos, pero comenzaron a disparar”, relata.
Ella quedó tendida en el suelo y de soslayo veía a su amiga, que estaba muerta. La chavita,
antes de salir corriendo de la escena del crimen, le dijo: “Esto no era
para ti”. Hoy la justicia tiene detenida a esta chica y está
investigando el caso.
La trabajadora social sospecha que, realmente, la
amiga de Almudena ya había comenzado a trabajar con la mara, que tenía
como misión reclutarla y que algo hizo mal para que la citasen para
asesinarla. La frase de la chavita, asegura,
denota que había un asunto que resolver que no tenía nada que ver con
Almudena, pero se empeñó en ir y fue una víctima colateral.
Tras unos meses en La Alianza, que cuenta
con el apoyo de Unicef —organización que hizo posible la logística para
este reportaje—, hoy Almudena vive con sus tíos. No puede regresar a
casa con su madre por seguridad: es casi seguro que la pandilla sepa
dónde vivía, así que lleva tres meses con ellos hasta que las cosas se
resuelvan.
El refugio le aporta ayuda psicológica y colabora con la
reconstrucción dental. Sus mentoras aseguran que el progreso de Almudena
es espectacular, pero tiene un camino duro por delante: al que ya
tendría de por sí en un hogar pobre de Ciudad de Guatemala, se suma que
ni siquiera puede vivir con su madre.
Ella, probablemente nunca podrá olvidar lo
ocurrido, ni a Claudia. Pero mira hacia adelante. Procedente de una
familia de extrema pobreza, está estudiando inglés para ser secretaria
bilingüe y labrarse ese futuro que estuvieron a punto de arrebatarle.
(*) Los nombres y los emplazamientos concretos no se mencionan o están alterados para no comprometer la seguridad de la víctima." (Pablo Linde, El País, 20/11/18)
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