"Fueron cinco… fueron cinco”. Solamente estas
palabras, repetidas entrecortada y compulsivamente pero en voz baja,
pudieron extraer de la joven Fidelita sus compañeras de cautiverio. Por
la noche había entrado en aquella cárcel una manada compuesta por cinco
falangistas y, con la complicidad de las carceleras, se habían llevado a
la muchacha: cuando la devolvieron, estaba destrozada y apenas podía
musitar una frase de denuncia.
El 25 de junio de 1938 falleció y el certificado
defunción decía que a consecuencia de una tuberculosis, siendo enterrada
al día siguiente en el cementerio torrelaveguense de Geloria, en la
soledad de un acto casi clandestino efectuado bajo los ecos de los
festejos de San Juan celebrados en algunos pueblos de las riberas del
Besaya y el Pas, pese a la tristeza derivada de la guerra civil.
Fidela Díez Cuevas, así se llamaba la
joven, cumpliría 18 años durante los meses de permanencia forzada en una
de las cárceles habilitadas en la ciudad de Torrelavega para albergar
provisionalmente a los millares de personas detenidas después de la
entrada en la provincia de las tropas sublevadas, a fines de agosto de
1937.
Para las mujeres se había requisado el Salón Olimpia, un cine
propiedad de una familia republicana también represaliada y que se
hallaba repleto de mujeres jóvenes y mayores procedentes de las
inmediaciones, cuyo único delito, en principio, consistía en haber hecho
suya la voz que la República les había concedido para poder participar
en la vida social, cultural y política. Fidelita, con sus pocos años,
era una de ellas.
Según la descripción hecha muy posteriormente por una de sus compañeras
de cautiverio, una joven modista llamada Antolina Matarranz, era “muy
guapa, de unos diez y siete años (…), una muchacha encantadora, pero
cuyo delito fue ser hija de padres de izquierdas y recitar poesías en el
teatro (…)”. Efectivamente, Fidelita era lo que pudiéramos considerar una niña-prodigio en el campo de la poesía.
Hija del “mejor ebanista de Torrelavega” y premiado carrocista, cuyas horas de ocio estaban siempre entregadas a la actividad cultural; Fidel Díez Asenjo (1892-1954) –El Maño como
popularmente se le conocía–, fue uno de los animadores de la sección
Amigos del Arte que en los años de la Segunda República funcionó con
gran éxito dentro de las actividades de la Biblioteca Popular de
Torrelavega, de la que cual directivo así como afiliado del Partido
Republicano Radical.
Su hija, pues, heredaría estas aficiones desde muy
pequeña y también siendo aún una niña comenzó a dar ejemplos públicos de
sus aptitudes para el verso y la declamación.
A partir de 1933 mostró sus aptitudes en diversas
entidades culturales, protagonizando recitales en la Biblioteca Popular
de Torrelavega, Comillas, Cultural Vimenor de Renedo de Piélagos, Ateneo
Popular y Ateneo de Santander, Teatro Principal y Cinema Solvay, además
de ante los micrófonos de Radio Santander, siempre con gran éxito ya
que, como ha recordado el cronista de Torrelavega Aurelio García
Cantalapiedra, “asombró a los asistentes por sus condiciones como rapsoda, tanto por la manera de decir como por la memoria de que hacía gala”.
Su repertorio estaba compuesto, principalmente, por obras de Antonio
Machado, Federico García Lorca y Jesús Cancio, y los medios de
comunicación de Cantabria y La Habana se hicieron eco de su trabajo en
más de 30 recitales.
Pero no todo el mundo debió de ver con buenos ojos la
exhibición de sus facultades porque una vez cayó Cantabria en poder de
los sublevados, fue conducida a la improvisada prisión, donde, como a
todas las presas, a Fidelita “las carceleras le
cortaron el pelo al cero y para ridiculizarla todavía más le dejaron un
mechón largo atrás, para amarrarle un lazo rojo”. Pero ella preguntaba ingenuamente:
– ¿Verdad que me sienta muy bien esto, Antolina?
– ¡Sí, Fidelita, estás encantadora!”
– ¡Sí, Fidelita, estás encantadora!”
Según se desprende del contenido de una dedicatoria
suya, este castigo, añadido al del encierro, no fue suficiente para
doblegar su espíritu, puesto que escribía a una amiga: “Hoy,
17 de marzo, 6 meses de nuestro ingreso en Prisión… que sirva este
pequeño recuerdo como estímulo a nuestra gran amistad que aquí, en la
cárcel hicimos. Cariñosamente. Fidelita Díez”.
Este escrito estaba dirigido a Antolina, quien tuvo mejor suerte que su
amiga, porque una tarde, según esta recuerda, visitaron la cárcel los
componentes de un grupo de falangistas “y acordaron,
junto con las guardianas, sacarla aquella noche. Las compañeras
quedaron horrorizadas cuando, a las pocas horas, vieron llegar a
Fidelita hecha una piltrafa humana.
Cayó de bruces y las compañeras no
fueron capaces de que ella contara qué habían hecho con ella aquellos
asesinos. Sólo podía repetir: “fueron cinco, fueron cinco”.
Al poco
tiempo murió y se llevó a la tumba todas las aberraciones que le
hicieron aquellas hienas”. Así lo transcribiría en sus memorias el
antiguo guerrillero Felipe Matarranz, apodado Capitán Lobo, según el
relato tomado de su hermana Antolina. (...)
Fidelita se había quedado sin la voz viva de los poetas de su
repertorio, pero enterado de su fallecimiento cuando él estaba también
en la cárcel de partido de Torrelavega, el poeta comillano Cancio
escribiría a modo de elogio fúnebre su Romance del entierro de la gentil recitadora de mis versos, un poema que no ha logrado ver la luz hasta hace unos pocos años.
Su familia estaba completamente destruida, porque el padre hubo de pasar
muchos años en las prisiones franquistas hasta conseguir la libertad
condicional, el hermano mayor Eloy Díez Cuevas (1916-1994), teniente del
Ejecito Republicano, acusado de un delito de excitación a la rebelión
fue condenado a la pena de doce años de prisión y enviado a un batallón
disciplinario en Tenerife, mientras que a su madre, Eloína Cuevas
Ibáñez, le había sido denegada la licencia para su puesto fijo y tenía
que conformarse con establecer una máquina ambulante en la Plazuela del
Sol, vendiendo castañas como única forma de subsistencia para ella y
para sus tres hij@s Fidel, Claudio y Mercedes, hasta que cumplida la
condena impuesta a Eloy se vieron obligad@s a un destierro voluntario en
Vigo para así sustraerse de la persecución política que sobre la
familia se ejercía. (...)
Desde entonces, sobre la figura de Fidelita se corrió un velo de
silencio, de tal manera que incluso en el monolito levantado en el
cementerio en memoria de los republicanos fusilados en Torrelavega no
figura su nombre. (...)" (José Ramón Sainz Viadero, El DiarioCantabria, 26/06/18)
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