"La hondureña Miriam Miranda
es una defensora del derecho a la vida, en el sentido más amplio de la
palabra. La coordinadora general de la Organización Fraternal Negra
Hondureña (OFRANEH) liga esa protección de la existencia a la tierra, a
las personas que la trabajan y a los animales que la pueblan.
Es una
reconocida defensora de los derechos del pueblo garífuna,
un cometido que le ha traído alegrías, como el premio Carlos Escaleras,
y muchas tristezas en forma de amenazas, denuncias o el asesinato de
apreciados compañeros de batalla.
A su ojo crítico no se le escapa
ningún meandro, ni siquiera los propios. Reprueba el machismo que reina
en las organizaciones en las que también milita, apela a un movimiento
feminista más inclusivo e, incluso, tiene algún reproche hacia los
galardones que les conceden a las defensoras como ella: “Nos asesinan y nos matan, no importa los premios que se nos den”,
reflexiona.
Su insistencia en lo colectivo ataca a la almendra central
del neoliberalismo, el individualismo. Utiliza el verbo “acuerpar” de
forma reiterada durante toda la conversación.
Cuartopoder.es charla con ella tras un acto organizado por la Asociación de Mujeres de Guatemala en Madrid. Miranda se muestra enérgica y tenaz durante toda la entrevista. Solo el recuerdo del asesinato de su amiga Berta Cáceres hace que ralentice el discurso y se quiebre su tono.
— Usted es una defensora del territorio. Es un activismo del que aún se habla poco en nuestra sociedad.
— Sí hay mucho debate. Defendemos los
bienes comunes de la naturaleza, como el agua, el bosque, la tierra o
los recursos naturales. Hoy por hoy, muchas defensoras son mujeres.
Hemos dado otro paso: entendemos que defender la tierra es también
defender a la gente que la ha conservado.
Eso tiene otra connotación. A
veces las organizaciones ambientalistas defendían los recursos pero
apartaban a la gente. Defender los territorios es defender la vida. Va
más allá de defender un trozo de tierra.
— ¿Qué significa para una comunidad que sus mujeres den un paso al frente y pongan su cuerpo y su vida a defender los recursos?
— Las
mujeres siempre hemos estado, pero creo que ahora somos protagonistas.
Ha habido un patriarcado que ha destruido tanto que nosotras necesitamos
dar ese aporte para generar otra cultura y otra forma de vida. Hemos
trascendido eso de que solo tenemos que parir hijos, también tenemos que
parir ideas, conocimientos, luchas, resistencias… y sobre todo una
propuesta de bienestar diferente.
Creo que esa es la apuesta política
de todas las mujeres. Por eso, no es casual lo que pasó en Argentina,
Chile… No se trata de una lucha feminista en la que solo te ves a ti
misma, sino que estamos trascendiendo hacia la colectividad.
Ese es el
debate que falta en el movimiento feminista. Se tiene que acompañar a
las mujeres que estamos luchando por los territorios. Se necesita esa
apuesta. Así será más fácil liberarnos en todo.
— Osea que usted cree que la inclusión de estos feminismos en el movimiento no está completada…
— No,
no está completada. Hay que romper mucho con las individualidades. Yo
no estoy diciendo que tú no tengas derecho a tu espacio, es necesario
tenerlo, pero sí digo que no vamos a poder sostener este planeta si no
conjuntamos los esfuerzos para que todas vivamos con bienestar.
No se
trata de que una viva bien a costa de otras mujeres. Muchas mujeres en
África están sufriendo para que otras puedan comprar componentes de los
ordenadores, por ejemplo. Hay que actuar con responsabilidad y revisar
el nivel de consumo y desperdicio que hay en el norte.
— Lo que propone usted es revolucionario para el sistema, pero el sistema se defiende, ¿es peligroso abanderar estas ideas?
— Cada
día asesinan personas. Nosotras vivimos en una represión permanente.
Nos están diciendo que no hay nada que hacer, que tenemos que volver al
hogar y no salir de las casas. De alguna manera, se legitima más
fácilmente que maten a una mujer que a un hombre. Recuerdo que al inicio
del asesinato de Berta Cáceres decían que era un crimen pasional.
El
Estado no pudo sostener esa tesis y se fueron investigando más cosas,
pero ¿qué fue lo más fácil? Decir que era pasional. En mi caso, he
tenido que recibir muchas vejaciones, he sido objeto de secuestro, de
asesinato, de demandas.
Creo que a las mujeres nos toca más duro,
incluso en los movimientos sociales.
Es más fácil pronunciarse por un
hombre que por una mujer y eso tiene que ver con el patriarcado. No es
cierto que mujeres y hombres lo pasemos igual. Por eso, el feminismo
tiene que hacer un trabajo fuerte para acompañar y acuerpar a las
mujeres luchadoras en los territorios.
Yo también soy coordinadora de
una plataforma de movimiento social y popular de Honduras donde
confluimos varias organizaciones. Tiene una carga más de responsabilidad
respecto al trabajo que hago con la comunidad garífuna. Coordinar
espacios mixtos es un gran reto respecto a hacerlo con las
organizaciones feministas.
— ¿Por qué es más complicado coordinar grupos mixtos?
— El
patriarcado está muy incrustado. Nosotros tenemos denuncias contra
hombres de mujeres de la misma organización por asedio, violaciones,
acoso… A las mujeres que se atreven a denunciar las criminalizan por
decir que las acosan, que no las reconocen sus derechos o que solamente
les dan el cargo de secretaria.
Te dicen que no tienes derecho a poder
denunciar porque le estás restando poder a la organización. Si nosotros
estamos construyendo una forma diferente de relacionarnos también
tenemos que cuestionar eso, que además tiene mucho que ver con el
poder. En las organizaciones en las que los hombres tienen poder, actúan
como hombres.
— En esa ecuación hay dos partes: un hombre que acosa y muchos que toleran y callan.
— Exactamente.
Y además condenan a las mujeres que denuncian. Las califican de
destructoras de la organización, la marginan y ellas son las que tienen
que irse. Muchas callan.
— Volviendo a Berta Cáceres, ¿recuerda el día en que la asesinaron? ¿Qué opina sobre cómo se ha desarrollado el juicio?
No solo la conocía, fueron 25 años con
ella. Era mi hermana de lucha, mi cómplice… Ella no solo era
ambientalista, también era feminista. Luchaba contra el patriarcado y
contra este modelo neoliberal. Pero, sobre todo, era una madre que amaba
a sus hijos. Era una mujer brillante.
Me acompañó en momentos muy
difíciles de mi vida. Cuando fui capturada por la policía y golpeada en
el 2011, recuerdo que la llamada que recibí antes de que me quitaran el
teléfono fue de ella.
Fue muy duro cuando recibí la
noticia de su asesinato. Si fueron capaces de matar a una mujer tan
pública, te puedes imaginar lo desprotegidas que estamos. Es un régimen
en el que te pueden matar y calificar tu asesinato de crimen pasional o
delincuencia común.
Ahora hay un juicio en
el que no se va a perseguir a los verdaderos culpables, aunque presenten
a quienes la mataron. El último detenido fue el gerente de una empresa,
pero hay cosas que no suceden. Lo primero, el cierre de la empresa.
Ella fue asesinada por un proyecto. Lo segundo el arresto de los autores
intelectuales, los que dieron la orden de matarla, no solo del que
apretó el gatillo. No solo es matar a una defensora, sino que también es
un mensaje para las luchas que hay en otros territorios contra los
proyectos de industria extractivas. Esto tiene que quedar claro.
Hubo
mucha solidaridad internacional. Hubo suspensión de los fondos del FMO y
otros bancos, pero el proyecto continúa agazapado. Están esperando a
que pase un poco la tormenta para después inyectarle mucho dinero. Va a
seguir, es un proyecto de muerte.
— ¿La violencia sexual se usa como un arma más contra las defensoras?
— Sí,
todas las mujeres que están en la lucha por los derechos territoriales
están expuestas a ser violadas. En un país en crisis, los cuerpos de las
mujeres se convierten en el espacio para descargar la ira y la
frustración. Después del golpe de Estado de Honduras, se elevó
exponencialmente el feminicidio y la violación. Además, nos enfrentamos
con el poder del narcotráfico.
Hay madres que tienen que sacar a sus
hijas e hijos del territorio para protegerlos de los grupos criminales.
Las mujeres siempre somos el botín. No te imaginas lo que es ir a poner
una denuncia en Honduras. Es probable que la policía le pase la
información al denunciado. Si éste está vinculado al crimen organizado,
seguramente vas a morir. Por eso muchas mujeres prefieren callarse. No
hay seguridad.
— A las defensoras les dan
premios pero luego la comunidad internacional no acude a solventar sus
demandas más profundas, ¿hay hipocresía?
— Sí,
es una doble moral. Es una estrategia peligrosa porque te dan un premio
como reconocimiento a tu lucha, pero después están apoyando,
reconociendo y legitimando esos proyectos. Por eso, mejor que no den
premios si no les interesa poner el dedo en la llaga. Por ejemplo, en
Honduras hay una cervecería que da un premio ambiental, pero esa misma
empresa es la que después consume más agua y, además, llena de plástico
el país.
A la hora de la verdad, nos
asesinan y nos matan, no importan los premios que se nos den o el
reconocimiento, siempre estamos expuestas. Si hay un problema social y
colectivo, no se debe reconocer y premiar a una persona en particular,
sino que se debe contribuir a generar un cambio en esos territorios.
— Premios para blanquear proyectos e individualizar las causas…
— Exactamente.
Estoy en un debate profundo sobre los mecanismos de protección de las
organizaciones. Algunos pueden tener muy buena intención, pero no
funcionan. A las defensoras para protegerlas se las saca de sus
territorios y eso provoca un desarraigo terrible. Nosotras tenemos una
familia que también está en riesgo, al igual que nuestras organizaciones
y los hombres y mujeres que nos acuerpan." (Entrevista a Miriam Miranda, Sara Montero, Cuarto Poder, 30/06/18)
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